Tribuna:

Lo abismal

Alguien llamó alguna vez a Mishima kamikaze de la belleza. Con esa certera manera de asociar la muerte, a lo bello, su anónimo autor ponía énfasis no sólo en la esencialidad artística del escritor japonés, sino que también nos hacía dirigir la mirada a un aspecto de la literatura del Japón: la que relaciona la vida con la muerte, dos fases de la existencia entendida casi como ritual trágico. Mishima se suicidó en 1970. Dos años más tarde lo hizo el premio Nobel de 1968, Yasunari Kawabata, quien también asoció lo bello a la muerte no sin antes describirnos, en el Japón moderno, los tortuosos ca...

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Alguien llamó alguna vez a Mishima kamikaze de la belleza. Con esa certera manera de asociar la muerte, a lo bello, su anónimo autor ponía énfasis no sólo en la esencialidad artística del escritor japonés, sino que también nos hacía dirigir la mirada a un aspecto de la literatura del Japón: la que relaciona la vida con la muerte, dos fases de la existencia entendida casi como ritual trágico. Mishima se suicidó en 1970. Dos años más tarde lo hizo el premio Nobel de 1968, Yasunari Kawabata, quien también asoció lo bello a la muerte no sin antes describirnos, en el Japón moderno, los tortuosos caminos de la tristeza.He mencionado autores medianamente conocidos y traducidos en España. La lectura de sus libros no se caracteriza precisamente por no impresionar a sus lectores. Sus imágenes des garradas, duras, el lenguaje inclemente de Kenzaburo, todo ello es consustancial a su modo de entender la vida y asumir su tradición. Nos pone en la pista de una literatura de lo abismal, donde la crueldad suele ser dato concreto de una trama y a la vez símbolo intemporal. Esta literatura se construye en connivencia con los esta dios estéticos occidentales. Si a principios del siglo veinte, Zola y Tolstoi definen la impronta naturalista de su literatura, en 1948, Kuwabara, un profesor de la universidad de Tokio, declara la invalidez del haiku como si con esa arbitraria decisión se quisiera mirar definitavamente hacia los cánones literarios occidentales, es de cir, hacia Proust, Beckett, lonesco, Ghelderode. En 1952 Ito Se¡ escandalizó al Japón con su traducción de El amante de lady Chatterley, y por ello fue condenado por ofensas al pudor. Desde 1945 la literatura ja ponesa se nutre no sólo con los materiales de la mala conciencia por la s responsa bilidades de la guerra, sino con Sartre, Camus, el nou veau roman, la literatura contestataria y el posmodernismo. Desde las novelas de Kenzaburo Oé, hasta las más recientes de la joven Banana Yoshimoto, pasan do por Mishirna, la literatura japonesa mantiene viva su estirpe indeleble, entre la vida, el deseo y la tentación de la muerte.

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