Crítica:JAZZ: FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Apasionado idilio

Lo de San Sebastián con Doc Cheatham va camino de convertirse en un apasionado idilio. El público adora sus llamativos tirantes, los cuadros tamaño piscina olímpica de sus chaquetas y su cabello echado hacia delante en un peinado casi imposible; se rinde incondicionalmente ante su sonrisa franca con su pizquita de dulce picardía y ante su trompeta, siempre apuntando hacia el cielo como si invocara la lluvia benéfica de la expresión pura.En su tercera comparecencia, dentro del homenaje a Duke Ellington en el 20 aniversario de su muerte, ofreció otra deliciosa lección de entrega total, dejando v...

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Lo de San Sebastián con Doc Cheatham va camino de convertirse en un apasionado idilio. El público adora sus llamativos tirantes, los cuadros tamaño piscina olímpica de sus chaquetas y su cabello echado hacia delante en un peinado casi imposible; se rinde incondicionalmente ante su sonrisa franca con su pizquita de dulce picardía y ante su trompeta, siempre apuntando hacia el cielo como si invocara la lluvia benéfica de la expresión pura.En su tercera comparecencia, dentro del homenaje a Duke Ellington en el 20 aniversario de su muerte, ofreció otra deliciosa lección de entrega total, dejando ver la ternura del gladiador al que los años han hecho vulnerable. Flanquearon su actuación el pianista Benny Green, quizá demasiado exuberante para rememorar adecuadamente a Ellington, y el saxofonista Benny Carter, otro venerable maestro de 86 años que necesita la música para respirar. Se unió a la fiesta el trompetista Roy Hargrove, casi 65 años más joven que Cheatham y resultó gratificante asistir al reverdecimiento de la tradición que aconseja la permeabilidad generacional del jazz.

Homenaje a Duke Ellington

Joshua Redman Quartet / Paquito D'Rivera & The United Nations Orchestra. Plaza de la Trinidad. San Sebastián. 24 de julio.

La ósmosis estilística no parece tener secretos para Joshua Redman, sin duda el saxo tenor de moda. Ya en la sesión de noche, salió dispuesto a sacar astillas del escenario. Sus largas y tórridas intervenciones, jalonadas de recursos imaginativos y refrescantes efectos rítmicos, huían de lo premeditado; las piruetas técnicas y los relampagueantes cambios de atmósfera sonaban totalmente sinceros. Posee fuerza, talento y carisma; para alcanzar la grandeza quizá sólo le falta refrenar la tentación de abarcar de un vistazo un panorama demasiado amplio. No menos bueno es su grupo acompañante, sobre todo Brad Mehldau (piano) y Chris McBride (contrabajo), en verdad extraordinarios.

Después, la orquesta que ha heredado Paquito D'Rivera de Dizzy Gillespie apenas provocó una ligera sacudida. De la formación original queda el nombre, pero las intenciones han mudado su asiento. Ahora se trata de conducir al público a través del rico paisaje musical suramericano y saltar de la Argentina de Piazzolla a la Cuba de Bauzá. Para que el trayecto se haga ameno faltan solistas de entidad y arreglos de peso, y sobra presión rítmica y brillantez forzada.

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