Crítica:

Dos jóvenes

Al calor de la moda del arte, aparecieron en los años ochenta una pléyade de artistas jóvenes en España. Lo primero que podemos constatar es el buen nivel de sus propuestas, mucho más alto que el de otros países, indudablemente más alto que el de Francia o Italia, por ejemplo. Lo segundo es el peligro que siempre les acecha: el de la excesiva mimetizacion respecto al extranjero. Y lo tercero es algo que todos los críticos sabemos de sobra, pero que tal vez es interesante recordar a un público en general y a los propios jóvenes: lo difícil no es tener talento, o incluso ser original en una ocas...

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Al calor de la moda del arte, aparecieron en los años ochenta una pléyade de artistas jóvenes en España. Lo primero que podemos constatar es el buen nivel de sus propuestas, mucho más alto que el de otros países, indudablemente más alto que el de Francia o Italia, por ejemplo. Lo segundo es el peligro que siempre les acecha: el de la excesiva mimetizacion respecto al extranjero. Y lo tercero es algo que todos los críticos sabemos de sobra, pero que tal vez es interesante recordar a un público en general y a los propios jóvenes: lo difícil no es tener talento, o incluso ser original en una ocasión, en dos, sino mantener el nivel de riesgo y de creación durante toda una vida.Pero a pesar de la relativización que acarrea la experiencia, una de las tareas del crítico sigue siendo ésta: descubrir y valorar los jóvenes talentos, e incluso apoyarlos moralmente en muchas ocasiones. Esta temporada ha visto la aparición de varios de ellos, que por falta de espacio, lamentablemente, no hemos podido comentar. Recordaremos a Victor Pepstein, cuya maestría técnica en el dominio de una abstracción colorista con referencias a los impresionistas está fuera de toda duda y sin duda dará que hablar. Y actualmente, en un estilo muy distinto, puede verse la obra de Idroj Sanicne y de Tonet Amorós, también interesantes. Idroj Sanicne (en realidad, Jordi Encinas), acabó Bellas Artes en Barcelona y se dio a conocer en la galería Ferran Cano en 1990: presentaba unos objetos cubiertos de plástico y claveteados, con una o varias mirillas a las que inevitablemente el ojo del espectador se dirigía. Poseían algo de la estética SM, pero también exploraban aquella frase de Duchamp: "C'est le regardeur qui fait la peinture". Nuestro voyeurismo innato topaba allí con la más estricta oscuridad.

Tonet Amorós

Galería Ángels de la Mota. Goya, 5. Barcelona. Hasta el 30 de marzo.Idroj Sanicne Galería Fernando Alcolea. Plaza de San Gregorio Taumaturgo, 7. Barcelona. Hasta el 30 de abril.

Ahora presenta tres esculturas, suerte de recipientes de yeso, uno de ellos con dos asas, el otro con dos mangos de madera y el otro con un mango de cacerola: si entonces el artista nos frustraba el acto de ver, aquí, de alguna manera, se frustra la funcionalidad del objeto y se abre una rendija al misterio mediante dos agujeros en una pieza, o mediante una oquedad en otra.

También son misteriosas las obras de Tonet Amorós, que explora desde hace tiempo una forma parecida a una larva o a un gusano, encerrada en plástico o hecha de plástico y rodeada muchas veces de una silueta metalizada. En esta ocasión presenta una sola pieza titulada Oratori, compuesta de 112 de estas formas, configurando así un cuadrado. El texto explicativo nos habla de alquimia, de ritual y de simbolismos ocultos: la obra no llega a dar del todo esta sensación, y sí en cambio la de una inquietud ordenada por la forma geométrica y su bella disposición en el espacio. Y a la vez, su poética combina dos conceptos opuestos: las formas primarias y los materiales industriales, lo que añade complejidad a su trabajo.

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