Tribuna:

La rara cabalgata

-Menos frío hace a estas horas que ayer durante todo el día.Mi quiosquero es un muchacho que entre venta y venta se pone a buen recaudo de la escarcha en una cafetería frontera al puesto. En realidad, la mañana era glacial y un sol de uñas pugnaba por abrirse un hueco y ganar, con las horas, la batalla. En mi infancia provinciana, cuando aún se estilaba soltar refranes, había, uno para este caso que me gustaba mucho: "Mañanitas de niebla, tardes de paseo". Mi quiosquero, soplándose los dedos me ha alargado el periódico con todas las desgracias de costumbre en primera página, menos una. Los dia...

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-Menos frío hace a estas horas que ayer durante todo el día.Mi quiosquero es un muchacho que entre venta y venta se pone a buen recaudo de la escarcha en una cafetería frontera al puesto. En realidad, la mañana era glacial y un sol de uñas pugnaba por abrirse un hueco y ganar, con las horas, la batalla. En mi infancia provinciana, cuando aún se estilaba soltar refranes, había, uno para este caso que me gustaba mucho: "Mañanitas de niebla, tardes de paseo". Mi quiosquero, soplándose los dedos me ha alargado el periódico con todas las desgracias de costumbre en primera página, menos una. Los diarios cierran sus. ediciones al anochecer.

He subido a casa de nuevo. El teléfono sonaba lejos, alguien atendía con voz baja, grave y atribulada. Hacía como una hora que con la mayor suavidad y todavía yo dormido me lo deslizaron como de puntillas, como pidiendo excusas y se fueron. Tal un pasmado de feria, resoplando y blasfemando, he recorrido el pasillo no sé cuántas veces. Luego, me he preparado un café con leche. Contra toda sensatez, en vez del par de rajas de pan integral a la brasa de costumbre he sumergido en el brebaje seis galletas ultracalóricas, por ver si el bandullo, ese miserable, decidía sosegarse. Entonces, he oído tu voz, baja, irónica, cariñosamente reprobatonía:

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-¡Moderno, ni siquiera en este día eres capaz de poner coto a tu baja y farinácea gula!.

Me he echado por los hombros un tabardo caqui, he encasquetado la gorra a cuadros más abajo de las cejas y a no mucha velocidad el auto ha enfilado mi calle. A la derecha, las escasas hojas chamuscadas del todo de los castaños de Indias dejaban ver apenas la cúpula del Observatorio, sobre el cerrillo de San Blas, el edificio de tu antigua Escuela de Caminos.La ilusión hecha añicos

Contra todo pronóstico se iba adensando la bruma. En la calle de Velázquez, las estúpidas vallas municipales que anuncian paradas, maratones, cabalgatas, desfiles. Cuando caiga la tarde, para ti y sólo para ti acaso desfilen no los Reyes Magos sino el regimiento Pavlovski, el regimiento Volhynía, el diezmado y astroso regimiento Preobrajensky. Para los que nos quedamos en el andén será la noche de Epifanía, la noche de la ilusión. De la ilusión, Juan, echa añicos.

Por antífrasis, acaso, no he podido evitar que me vinieran a la memoria dos versos de uno de los pocos poetas actuales y amigos por los que expresaste siempre respeto: Sigo brindando hasta que se [abre el día por esta noche que es [la verdadera.No sé si la verdadera, pero desde luego la final, la más intensa y golpeada. Con bruma hasta los codos y el frío y la calamidad majándome los tuétanos, Juan, he apretado, serían ya como las once menos cuarto del día, el timbre de Pisuerga, 7.

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