Cartas al director

Heridas abiertas

Carlos Saúl Menem ha dicho que su indulto personal a los penados por genocidio y terrorismo durante la última dictadura argentina tiene el objetivo de "cerrar heridas" y reconciliar a víctimas y victimarios.Pero yo conozco el caso de una víctima (entre miles) cuyas heridas -apenas cicatrizadas por el valor de Alfonsín y Strassera, entre otros- se han desgarrado dolorosomente. Es mi propio caso: yo fui detenido y secuestrado administrativamente por decreto de Videla (sin tener acceso a juicio ni defensa, requeridos con anhelo por mi tranquilidad de no haber cometido delito); fui preso durante t...

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Carlos Saúl Menem ha dicho que su indulto personal a los penados por genocidio y terrorismo durante la última dictadura argentina tiene el objetivo de "cerrar heridas" y reconciliar a víctimas y victimarios.Pero yo conozco el caso de una víctima (entre miles) cuyas heridas -apenas cicatrizadas por el valor de Alfonsín y Strassera, entre otros- se han desgarrado dolorosomente. Es mi propio caso: yo fui detenido y secuestrado administrativamente por decreto de Videla (sin tener acceso a juicio ni defensa, requeridos con anhelo por mi tranquilidad de no haber cometido delito); fui preso durante tres años, a partir del 24 de marzo de 1976.

Por calumnias que distorsionaban mis públicas convicciones de justicia y democracia, sostenidas como periodista y escritor, fui torturado, vejado y humillado. Primero, en la cárcel de La Rioja, y luego, en la Unidad Penitenciaría número 9 (U9) de La Plata.

También se vejó y amedrentó a mi madre y a mis hermanos cuando, ocasionalmente, pudieron visitarme. No entro en detalles de estas sevicias por pudor y rechazo al patetismo. Las menciono porque son hechos. Y, en todo caso, el discurso de las víctimas sólo puede ser enunciado desde una posición de dolor.

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El día de Reyes leo en EL PAÍS que Jacobo Timerman, lúcidamente, anuncia días de miedo en el futuro de los argentinos. Quiero corroborar ese terror. Me acompaña desde hace casi 15 años.

No existe noche en que no tema dormir por las pesadillas recurrentes. Me abstengo de viajar a menudo a mi país de origen, para ver a mi familia, por la náusea que me provocan los rostros de los torturadores en libertad por las calles.

No temo reconocer públicamente mi miedo. Ese reconocimiento me da el valor cívico para volver a denunciar lo ocurrido; para que no se olvide ni repita. Porque en Argentina, el propio terror colectivo ha laminado la memoria histórica de la mayoría.

El caso es que -mal que le pese a Menem-, a mis 40 años, mi vida ha sido casi destruida para siempre por la banda de Videla. Sólo me sostiene el amor de mi esposa española, nuestra hija, que me enraiza en esta nueva patria. Los amigos. La generosa acogida de la Fundación Ortega y Gasset, en cuya sede toledana investigo sobre la historia de Latinoamérica.

Ante el indulto infame, yo podría haber argumentado conceptos jurídicos, sociológicos, morales... Pero he preferido narrar el testimonio de una víctima anónima (y no la más infortunada, entre miles). Así redundo en la denuncia de lo padecido para pedir a mis nuevos compatriotas españoles, demócratas y solidarios, que condenen esta aberrante acción de Menem. La ignominia de este oscuro personaje, mediocre y autócrata, ha reabierto mis heridas. Y no por odio ni resentimiento personal, sino por la experiencia de una ominosa injusticia que me aboca a nuevo desamparo y nueva desesperanza.-

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