Un muro de cifras

El macroconcierto organizado por Roger Waters, ex líder del grupo Pink Floyd, con el título The wall-Berlin 1990, ha comenzado a levantar ampollas nada más bajarse el telón.Por lo pronto, los críticos musicales hablan del sacrificio realizado a costa de la música y en favor de la espectacularidad, sacrificio que evidentemente ha restado protagonismo a los artistas invitados en beneficio de un montaje gigantesco realizado con la mirada puesta en la televisión. Los organizadores calculaban en 1.000 millones el número de personas que iban a seguir el concierto a través de diferentes cadena...

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El macroconcierto organizado por Roger Waters, ex líder del grupo Pink Floyd, con el título The wall-Berlin 1990, ha comenzado a levantar ampollas nada más bajarse el telón.Por lo pronto, los críticos musicales hablan del sacrificio realizado a costa de la música y en favor de la espectacularidad, sacrificio que evidentemente ha restado protagonismo a los artistas invitados en beneficio de un montaje gigantesco realizado con la mirada puesta en la televisión. Los organizadores calculaban en 1.000 millones el número de personas que iban a seguir el concierto a través de diferentes cadenas, mientras que sólo 160.000 estarían presentes en la Potsdamer Platz. Además, todas las entradas estaban vendidas con antelación.

Representar The wall en un inmenso solar junto al muro de Berlín ha costado casi 1.000 millones de pesetas. Teóricamente se va a recaudar una cifra récord: sumando la venta de las entradas, las ganancias obtenidas con los derechos cedidos a las diversas cadenas de televisión, la numerosa publicidad que rodeaba al acontecimiento y la comercialización de camisetas, catálogos y carteles conmemorativos se pueden reunir 500 millones de libras (aproximadamente, 107.000 millones de pesetas). Este dinero debe acabar en las arcas del Memorial Fund for Disaster Relief, que es una nueva asociación de caracter benéfico de alcance internacional. Por si esto fuera poco, dentro de unas pocas semanas se editará un disco (y posiblemente también un vídeo) con la grabación completa del concierto.

Un sector de la prensa británica pone en duda la utilidad benéfica de estos espectaculares macroconciertos. Recuerdan las turbias cuentas finales del Concierto para Bangla Desh, las guerras internas del Live Aid y la poca utilidad del celebrado por Kampuchea.

Lo cierto es que los organizadores de este espectáculo, concebido en su día como algo irrepetible en otro lugar del planeta, hablaban de la posibilidad de convertirlo en una serie de conciertos, después de llevar a cabo algunas modificaciones de tipo técnico. Como mínimo, Roger Waters, que es la cabeza visible de todo este enorme montaje, se aprovechara subliminalmente de la magnífica publicidad obtenida de forma completamente gratuita con The wall-Berlin 1990: el año próximo lanzará un disco en solitario e iniciará su correspondiente gira.

Entre algunos sectores del público también cundió la desilusión. Una hora antes de que el concierto comenzase, y ya con el recinto ocupado por unas 160.000 personas, la organización decidió abrir las puertas del espectáculo a todo el mundo. Se acumulaba demasiada gente contra las vallas y se temía por su seguridad. Doscientas mil personas de pie, durante al menos tres horas, en un polvoriento solar donde tomar una cerveza o utilizar los servicios suponía hacer colas de hasta 30 minutos. Y todo esto en un concierto contra la alienación.

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