Tribuna:

1944

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). Así dice el primer verso del poema Insomnio del libro Los hijos de la ira, que apareció en 1944. Hoy la prosaica traducción de aquel verso podría ser, Madrid es una ciudad de más de un millón de olvidos (según las últimas conveniencias). Sin embargo, ayer nadie olvidó y todos recordaban aquella fecha y aquel libro.Manuel Alvar, director de la Academia, siempre se presenta como filólogo, pero "coino todo joven, también tiré mis versos". Y añade: "Cuando apareció mi libro de ensayos filol...

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Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). Así dice el primer verso del poema Insomnio del libro Los hijos de la ira, que apareció en 1944. Hoy la prosaica traducción de aquel verso podría ser, Madrid es una ciudad de más de un millón de olvidos (según las últimas conveniencias). Sin embargo, ayer nadie olvidó y todos recordaban aquella fecha y aquel libro.Manuel Alvar, director de la Academia, siempre se presenta como filólogo, pero "coino todo joven, también tiré mis versos". Y añade: "Cuando apareció mi libro de ensayos filológicos puse esta dedicatoria: A Dámaso Alonso, que a los estudiantes de 1944 nos devolvió la fe y la esperanza".

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La fe y la esperanza que nunca abandonaron a José Prat, quien pasea su enérgica menudez repartiendo saludos que comparten su tristeza. "Estoy triste, muy triste, pero también alegre por su inmortalidad asegurada". Dicho esto, mira al interlocutor como buscando si ha entendido, y sigue, 1a inmortalidad de Hijos de la ira".

Julio Caro saluda cariñosamente a Eulalia, la esposa de Dámaso, y se mueve despacio, como ajeno al resto de la gente. Habla muy bajo, muy despacio, y de su boca no sale sino el elogio de una manera de ser. "Le conocí en el año 40. Se franqueó mucho conmigo, me tuteaba. Ahora sólo recuerdo su humanidad, su bondad básica, su carencia de aparato y de énfÍasis".

Alberti quería leer un poema durante el entierro de su amigo pero no pudo hacerlo hasta instantes después. Lo hizo ante los micrófonos por la prisa y el desconcierto que en esta ciudad rodea a la muerte y a la vida. Una ciudad, que también tarde, nombró ayer al poeta que cantó sus días terribles, Dámaso Alonso, hijo predilecto.

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