Crítica:

El tango es infinito

Susana Rinaldi

Centro Cultural de la Villa, Madrid. 8 de marzo.

El concierto fue un beso prolóngao. Hacía 12 años que no cantaba en Madrid Susana Rinaldi, pero, al fin y al cabo, 12 años no es nada, sobre todo cuando el retorno se convierte en un tatuaje imborrable. Su concierto rondó las fronteras de la perfección. El público permaneció sobrecogido de emoción ante tanta belleza y al final se desbordó el fervor, y el teatro entero, puesto en pie, premió a la artista con una de las ovaciones más cálidas que este cronista haya presenciado.Sale vestida de blanco riguro...

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Susana Rinaldi

Centro Cultural de la Villa, Madrid. 8 de marzo.

El concierto fue un beso prolóngao. Hacía 12 años que no cantaba en Madrid Susana Rinaldi, pero, al fin y al cabo, 12 años no es nada, sobre todo cuando el retorno se convierte en un tatuaje imborrable. Su concierto rondó las fronteras de la perfección. El público permaneció sobrecogido de emoción ante tanta belleza y al final se desbordó el fervor, y el teatro entero, puesto en pie, premió a la artista con una de las ovaciones más cálidas que este cronista haya presenciado.Sale vestida de blanco riguroso, como una novia, y tiene voz de sombra, como Malena. Se desliza por el escenario también como una sombra y su mano derecha juega constantemente con seres invisibles. Ella afirmaba ayer que no es una tanguera. Pero es que el tango es infinito. Puede que naciera como música de arrabal y cafetín porteño; sin embargo, artistas como la Rinaldi trascienden el temblor de Buenos Aires y lo convierten en un temblor del corazón humano.

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