Tribuna:

La construcción del 'nunca más'

Nadie mejor que los argentinos puede valorar el funcionamiento de dos poderes: el legislativo y el judicial. La sangrienta represión ocurrida bajo la dictadura militar está al alcance de la mano. Pero fueron tantas las expectativas creadas por la democracia en diciembre de 1983 que ahora es dificil digerir dos de sus defectos más notorios: el supuesto pragmatismo de los legisladores debido a supuestas circunstancias especiales; y un legalismo de los jueces que violenta los sentimientos de los argentinos, así como sus contenidos morales. Pero así es, así ha sido, y seguramente así será incluso ...

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Nadie mejor que los argentinos puede valorar el funcionamiento de dos poderes: el legislativo y el judicial. La sangrienta represión ocurrida bajo la dictadura militar está al alcance de la mano. Pero fueron tantas las expectativas creadas por la democracia en diciembre de 1983 que ahora es dificil digerir dos de sus defectos más notorios: el supuesto pragmatismo de los legisladores debido a supuestas circunstancias especiales; y un legalismo de los jueces que violenta los sentimientos de los argentinos, así como sus contenidos morales. Pero así es, así ha sido, y seguramente así será incluso en los prometidos paraísos terrenales, si nos atenemos a las revelaciones de la glasnost.Todos los días los argentinos son informados de que generales, almirantes, oficiales, suboficiales, policías, cuyos crímenes son conocidos en detalle, quedan en libertad por orden de jueces que aplican leyes votadas por un Parlamento elegido libremente por el pueblo. Es difícil de absorber. Saber que los generales Paladino y Roualdes, dos notorios genocidas, no serán juzgados por sus crímenes altera el equilibrio, endeble todavía, en el cual uno vive.

Pero aparte del Parlamento y la justicia, ¿qué hay? Quedan los ciudadanos argentinos. Pueden recordar. Pueden negar el perdón, a excepción de aquellos que piden perdón. Pueden ayudar a miles de víctimas que aún están vivas. Y pueden hacer algo muy importante: incorporar a la cultura del país, a la identidad argentina, a su tradición, la percepción definitiva de los crímenes cometidos. Convertir los crímenes de los militares liberados en un estado de lucidez colectiva a través del conocimiento más que del recuerdo. Digo del conocimiento en el sentido más amplio posible. Saber todo sobre ellos, y difundirlo. Qué hacen en libertad, de qué trabajan y con quién trabajan, qué piensan sus amigos, sus vecinos, sus familiares. Formar, a través del conocimiento, de la incorporación a la conciencia y a la subconciencia, una tradición anticriminal. El nunca más a que aspiran los argentinos no vendrá sólo como consecuencia de que los militares no vuelvan a ejercer el poder; son numerosos los ejemplos de gobiernos civiles que no fueron menos criminales. El nunca más debe ser un estado natural de un país en el cual no es la identidad política la que evita el crimen, sino la identidad. A secas.

Una experiencia importante -sería incorporar al universo de la opinión pública argentina el cerrado universo de los hijos de los torturadores. Y de los hijos de quienes ejercieron algún poder en los años de la dictadura, civiles o militares: directa o indirectamente, fueron torturadores.

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Alemania Occidental ha tenido experiencias reveladoras en este sentido. Todas, aun en la controversia, han colaborado para cimentar en Alemania una conciencia de lo que. ocurrió, una identidad que hace impensable la repetición de los crímenes nazis. Se podrá decir que las diferencias, en cuanto a los crímenes, son abismales. Sí, en cuanto a la magnitud, en cuanto a la ideología, pero muchos menos en cuanto a las actitudes individuales. El oficial del Ejército argentino que en el patio de una cárcel o un cuartel ata a un joven desnudo por sus cuatro extremidades y lo mata, en pleno invierno, a baldazos de agua fría; o el oficial que viola a una muchacha embarazada para luego matarla a patadas en el vientre; o el médico policial que hace parir a una mujer al costado de un camino, a la intemperie, o ayuda a robar un recién nacido para luego asesinar a la madre, tienen exactamente la misma identidad que un alemán que asesinaba en Auschwitz.

Entre los últimos documentos aparecidos sobre estos problemas hay un breve libro del austríaco Peter Sichrovsky sobre los hijos de los asesinos nazis. Son 14 entrevistas con esos hijos, desgarradoras, alucinantes, instructivas. Es cierto, como señala el crítico Joel Agee, autor de Doce años: una infancia en Alemania Oriental, que es dificil exigir de esos hijos, hoy hombres entre 30 y 40 años de edad, que dediquen sus vidas a repudiar los crímenes de sus padres. Después de todo, agrega, los lazos familiares están más profundamente arraigados que los ideales políticos o morales. Pero, en un sentido o en otro, la culpa quedó inserta en la vida de esas personas. Algunos, sintiendo el rechazo de la sociedad hacia sus padres, asumen su defensa; otros dedican sus vidas a obras de caridad para convivir de algún modo con los crímenes de sus padres; la mayoría reconoce la verdad de los crímenes, pero, sin saber qué hacer con ello, simplemente trata de que el tiempo pase. A veces es un nieto quien descubre la verdad, y sus padres comprenden que el tiempo nunca pasa: ahora pende sobre la familia el recuerdo del abuelo asesino. Uno de los casos citados por Sichrovsky es el de un adolescente que durante un trabajo escolar, con su grupo, trata de -etablecer la historia de los judíos de su pequeña ciudad, donde ya no queda ningún judío. En los registros municipales descubre que la casa donde nació y vive pertenecía a un judío que be asesinado para que su abuelo se apropiara de la vivienda. Otro caso es el del joven que intentó destruir la vida de sus padres, ambos funcionarios de un campo de concentración y refugiados en América del Sur. Se convirtió ostensiblemente a la homosexualidad, diciéndoles que lo hacía para que la estirpe de esa familia concluyera con él, que no hubiera más descendencia. "¿Qué podría decir a mis hilos sobre la vida de sus abuelos?", reflexionó en una entrevista. Cree que el accidente de automóvil en que ambos murieron fue un suicidio subconsciente, y se alegra de ello.

El conocimiento que el pueblo alemán ha hecho de estas vidas es un ladrillo más en el edificio del nunca más. No menos significativo que haber colgado en Nuremberg a los principales líderes del nazismo.

Los hijos de los torturadores alemanes son ahora, de algún rnodo, también sus víctimas. Y [o mismo ocurre con los hijos de [os torturadores argentinos. Las reflexiones que pueden llegar a hacer, la defensa de sus padres a la vergüenza por sus acciones Forman parte de la historia argentina.

Por supuesto que hay miles de Formas de seguir incorporando interpretaciones y conocimiento sobre la reciente tragedia. Pero la construcción efectiva del nunca más debe ser una tarea que vaya más lejos que la oposición a la ley de Obediencia Debida o a la de Punto Final, las dos leyes que el Parlamento argentino aprobó ante el fantasma de las crisis militares. Esta legislación parece inmodificable en este momento. Además, pende sobre Argentina la amenaza de indultos o amnistías futuras. Ningún candidato presidencial es suficientemente claro al respecto, a un año de las elecciones.

Acabo de leer en el semanario femenino Para Ti unas declaraciones del candidato presidencial peronista Antonio Cafiero sobre las mujeres que más admira. Primero, dijo, Eva Perón; segundo, Ernestina Herrera de Noble, directora del diario Clarín, el de mayor circulación en el país; tercero, Indira Gandhi. Haber elegido a la heredera de un poderoso medio de comunicación, que no se dedica al periodismo ni le interesa, en lugar de a Hebe Bonafini, fundadora y presidenta de las Madres de Plaza de Mayo (la primera organización que luchó abiertamente contra la dictadura), es, en perspectiva histórica, más grave que la maldita libertad de los torturadores. Porque lo que silencia Cafiero es lo que representa Hebe Bonafini: la lucha contra los torturadores, que es peligroso interrumpir un solo día. La lucha contra la posibilidad, la idea, la vigencia, la cotidianidad de la tortura en sus innumerables formas.

El poeta austriaco Rudolf Kassner, a quien Rainer Maria Rilke dedicó su octava Elegía de Duino, decía que "el camino de la intensidad a la grandeza pasa a través del sacrificio". Por ejemplo, sacrificar la difusión de su candidatura en el diario Clarín por la grandeza de honrar a Hebe Bonafini y las Madres de Plaza de Mayo, que aún siguen buscando a sus hijos desaparecidos, y con ello defienden la democracia. Es deprimente. Es peligroso.

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