100 AÑOS DE UN RENACENTISTA

Un médico de oídas

El científico que diagnosticaba a los pacientes escuchándoles

PEDRO SORELA, Gregorio Marañón dejó escritos al morir 85 libros, y ni siquiera su hijo, desde el miércoles marqués de Marañón, se explica cómo logró hacerlos, uno detrás de otro. Porque nada en Marañón sugería la ansiedad del tecnócrata impaciente, sino más bien lo contrario: un hombre preocupado sobre todo por escuchar. De él es aquella frase según la cual el mejor instrumento médico es la silla, y quizá de ahí venga la idea del escultor Eduardo Chillida de esculpir una suerte de sillón para evocarle, y que ayer fue colocado en un altozano del cigarral de Dolores.

El cigarral de Dolore...

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PEDRO SORELA, Gregorio Marañón dejó escritos al morir 85 libros, y ni siquiera su hijo, desde el miércoles marqués de Marañón, se explica cómo logró hacerlos, uno detrás de otro. Porque nada en Marañón sugería la ansiedad del tecnócrata impaciente, sino más bien lo contrario: un hombre preocupado sobre todo por escuchar. De él es aquella frase según la cual el mejor instrumento médico es la silla, y quizá de ahí venga la idea del escultor Eduardo Chillida de esculpir una suerte de sillón para evocarle, y que ayer fue colocado en un altozano del cigarral de Dolores.

El cigarral de Dolores, en donde el médico fechó casi toda su obra, y que en aquel entonces se llamaba de Menores, porque pertenecía a esa orden de frailes italianos, fue descubierto por Gregorio Marañón cuando ya no quedaban casi frailes y la casa amenazaba ruina; en ella, al parecer, terminó el fraile Tirso de Molina la primera versión de su Don Juan. El que entonces no era más que un chaval se propuso, secuestrado para siempre por la vista de la finca sobre Toledo, que algún día compraría el cigaIrral de los monjes. Lo hizo por 28.000 pesetas de 1921, con el primer dinero que ganó como médico.

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La pasión de Marañón por Toledo, ciudad y cultura a la que dedicó algunos de sus ensayos más conocidos, se inició temprano -en paseos junto a Benito Pérez Galdós, autor que leyó todos los días de su vida, según el testimonio de su hijo-, y no terminó nunca. En el cigarral de Dolores, así rebautizado en honor de su esposa, escribió y fechó Marañón casi toda su obra. ,

De la historia del escritor no se suele saber que llegó a médico por casualidad, porque lo que él quería era ser psiquiatra, e incluso sufrió exilio de su casa por ello. ,

Porque su padre, Manuel Marañón y Gómez Acebo, sólo concebía que en la familia hubiera hombres de leyes o rentistas y, según cuenta Gregorio Marañón Moya, echó a su hijo de casa cuando éste expuso su deseo de ser psiquiatra (había que estudiar Medicina para ello) con el contundente argumento de que "no quería veterinarios en casa".

Freud y Ehrilch

El padre, abogado santanderino, muy amigo de Pérez Galdós -de, ahí también la amistad y la influencia intelectual con el hijo-, levantó el veto y la expulsión con los tempranos éxitos del estudiante, que al terminar su carrerase fue a estudiar con Freud, en Viena, y luego con Erlich, uno de los pioneros de la endocrinología (el estudio de las glándulas); con él se olvidaría de la psiquiatría, aunque no del todo. Según José Luis Pinillos, catedrático de Psicología, Marañón fue uno de los precursores de la psicohistoria.

Para uno de sus principales discípulos, Santiago Martínez Fornés, Marañón fue un baluarte en España de la medicina psicosómática. Marañón Moya cuenta que, antes que nada, su padre charlaba largo y tendido con los enfermos, y en ocasiones no necesitaba siquiera el examen fisico para el diagnóstico y la redacción del plan médico. Es cierto, como recuerdan muchos, que Marañón tenía un ojo clínico excepcional.En cierto modo, esta manera de practicar la medicina era otro reflejo de su personalidad renacentista. "Era un hombre que veía la vida de una forma total", dice el médico y académico Juan Rof Carballo, y esa forma de ser podría ser llamada liberalismo, entendido éste más como una ,manera de ser*que como una ideología.En ello coincide el testimonio de Belén Marañón, una de sus hijas, cuando se, le pide un retrato de su padre. Habla inmediatamente de comprensión, diálogo, capacidad de convivencia. "Sabía escuchar", -dice Belén Marañón, y subraya de la educación recibida la obsesión de su padre por inculcarles el amor a los idiomas.Según Martínez Fornés, esas mismas características le definían como profesor: era más bien dificil suspender su asignatura; no pasaba lista, y de sus clases de doctorado los estudiantes se podían marchar si lo deseaban, posibilidades no demasiado habituales en aquellas cátedras más bien rígidas. La suya, de endocrinología y nutrición, le fue adjudicada por decisión parlamentaria, pues Marañón se había vuelto alérgico a las oposiciones desde que ganó plaza, al poco de terminar la carrera, de jefe del servicio de enfermedades infecciosas en el hospital Provincial, el mismo que a partir de ahora va a llevar su nombre.

Abundan los testimonios sobre la herencia de, Marañón, desde su trabajo precursor en la psicohistoria hasta sus diagnósticos certeros sobre educación y los problemas de la Universidad (Martínez Fornés apunta que ya entonces abogó por el tiempo completo del profesor en la docencia). Pero es posible que lo esencial de su herencia quede resumido en el escueto ocomentario de José Luis Pinillos cuando apunta: "Fue un hombre íntegro".Quizá en la intuición de esa integridad se apoyó Alfonso XIII al pedir, en abril de 193 1, cuando las elecciones municipales demostraron la voluntad republicana de los españoles, que la transmisión de poderes se hiciera en la casa de Marañón.

La caída del sol

Lista esquina a Serrano, evoca Marañón Moya, que en aquel tiempo era un zagal. La entrevista se desarrolla en el despacho del médico, entre el conde de Roffianones, representante del rey, y Niceto Alcalá Zamora, presidente del comité revolucionario, que en la entrevista hace la famosa exigencia de que la salida de España de Alfonso XIII se realice "antes de la puesta de sol". Marañón no dice una sola palabra, y sólo instruye a su hijo para que acompañe a los dos representantes desde el piso hasta la puerta de la calle. Así lo hace Marañón Moya, y en su memoria se conserva imborrable el recuerdo de Alcalá Zamora aclamado por la multitud, transportado hasta la plaza de Colón, y de Romanones, insultado y escupido.

Del hijo es el último testimonio. Era un sábado de marzo de 1960, y Marañón, ya muy enfermo, le pidió que le llevara en coche, para ver caer el sol, a un paraje de El Pardo desde el que se ve la sierra de Guadarrama, en un paisaje velazqueño. Así lo hicieron, y al regreso Marañón le pidió a su hijo, aunque ya era de noche,que parase en una iglesia de unos frailes que eran sus pacientes, pues quería comulgar. Los frailes dispusieron una misa y le dieron la comunión. Luego regresaron y el médico se acostó. No volvió a despertar.

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