Tribuna:MEDIO SIGLO DE LA MUERTE DE 'LA ARGENTINA'

Profetisa olvidada

No se ha escrito demasiado sobre La Argentina, y eso quizá es la base de la tan común confusión con La Argentinita, bailarina muy notable y posterior pero que nada tiene que ver con la primera.Antonia Mercé, La Argentina, además de los valores propios de su danza (que ya hoy muy pocos pueden de primera mano recordar y describir), tiene el valor eterno de la iniciación. Su danza poseía esa imantación fuera de serie que se eleva por encima de la convención hacia una pureza expresiva singular donde la técnica no era precisamente la parte fuerte.

Nadie había sentido antes el baile de...

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No se ha escrito demasiado sobre La Argentina, y eso quizá es la base de la tan común confusión con La Argentinita, bailarina muy notable y posterior pero que nada tiene que ver con la primera.Antonia Mercé, La Argentina, además de los valores propios de su danza (que ya hoy muy pocos pueden de primera mano recordar y describir), tiene el valor eterno de la iniciación. Su danza poseía esa imantación fuera de serie que se eleva por encima de la convención hacia una pureza expresiva singular donde la técnica no era precisamente la parte fuerte.

Nadie había sentido antes el baile de manera tan integral. Era el espectáculo, y lo dejaba sentir mientras bailaba. Transportaba la tradición a una altura estética de gran danza, estableciendo una relación con el espacio en sus solos, que muchos han comparado con Pavlova, aunque lo importante no es relacionar a Antonia Mercé con otra leyenda ajena, sino escarbar en la suya propia, poco estudiada. Paradójicamente, en Francia ha encontrado devotos y estudiosos, fanáticos e incondicionales, pues en su tiempo París era sitio ideal para tales adoraciones, lo que no excusa para que en España, además de la citada confusión, se ignore aún su figura, siendo tocada solamente de exótico soslayo, pues hoy ningún acto doméstico la recordará como se merece.

Del valor documental de su baile poco se sabe, aunque su inquietud le hizo buscar en los orígenes populares. Conocía la danza clásica, de lo que es prueba la calidad de su bolero. Admiraba a Anna Pavlova, a quien vio bailar varias veces; compartió escena en el teatro Colón de Buenos Aires con María Ruánova, a quien montó una versión de El amor brujo con la que no quedó conforme, quizá por la rígida formación académica de Ruánova. En la Ópera de París volvió a estructurar la pieza de Falla, pero esta vez acompañada por Vicente Escudero, y en una ocasión memorable, por Pastora Imperio. Más que una consagración que ya conocía, aquello significó la universalización de una manera de hacer la danza.

Cuando bailaba huía de la convención, estando precisamente allí la parte genial de su arte. Para ello tenía una manera orgánica de entender la música realmente singular y distintiva de lo usual en su tiempo. Su madre, bailarina del teatro Real de Madrid y mujer muy rigurosa, nunca tuvo elogios para su hija Antonia; a lo sumo llegó a decirle "no está mal", anécdota que La Argentina contaba en la intimidad.

Si la línea creativa de Antonia Mercé no se ha perdido ha sido por Marienma, y en este caso el legado físico de sus trajes (posee unos 10 vestidos, la mayor colección existente, pues en el Museo de Montecarlo hay dos de ellos y en la Ópera de París tres, uno de ellos atribuido) es un símbolo de otra herencia: el criterio al danzar. Marienma, siendo aún una niña, la vio bailar y allí aprendió de primera mano la lección básica: "No se puede hacer baile español sin una buena base universal".

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