Editorial:

Los duros pasos hacia el Mercado Común

ESPAÑA ES; por razones evidentes, la primera interesada en potenciar las relaciones de la Comunidad Económica Europea (CEE) con los países del Mediterráneo, especialmente el Magreb. Pero, una vez más, se ha encontrado indefensa ante los planteamientos franceses, en esta cuestión. Los ministros de Asuntos Exteriores de los diez -el español Francisco Fernández Ordónez estaba presente, pero sólo como observador, lo que le impidió negociar en el pleno sentido de la palabra-. llegaron el sábado en Luxemburgo a un acuerdo político informal, urgido por el vecino del Norte, que ah...

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ESPAÑA ES; por razones evidentes, la primera interesada en potenciar las relaciones de la Comunidad Económica Europea (CEE) con los países del Mediterráneo, especialmente el Magreb. Pero, una vez más, se ha encontrado indefensa ante los planteamientos franceses, en esta cuestión. Los ministros de Asuntos Exteriores de los diez -el español Francisco Fernández Ordónez estaba presente, pero sólo como observador, lo que le impidió negociar en el pleno sentido de la palabra-. llegaron el sábado en Luxemburgo a un acuerdo político informal, urgido por el vecino del Norte, que ahora ha de completarse y concretarse a nivel de expertos. El pacto es de tal calado que algunos esperaban que despejara la incógnita de si Francia ratifica a tiempo el Tratado de Adhesión para que España esté en el Mercado Común el próximo día 1 de enero.Nadie niega la necesidad de redefinir la política mediterráneá de la CEE tras la. adhesión, ibérica, e incluso sin ella. La Europa de los doce tendrá 330 millones de habitantes en 1986, y sólo 15 millones mási en el año 2025. La población de tres. países -por hablar solamente de ellos-, como Marruecos, Argelia y Túnez, habrá pasado de 47 millones en 1982 a 60 millones'en 1990, 119 millones en el año 2000 y 208 millones en el año 2025, según datos del Banco Mundial. Son cifras lo suficientemente escalofriantes como para pensar en una estrategia de futuro.

A corto plazo, otorgar véntaias comerciales para los productos que ya exportan, y que compiten con los españoles, es necesario si no se pretende hundir las economías de esos países. Pero de cara al porvenir no es del todo suficiente. La CEE debe comprometerse en una auténtica política de cooperación y ayuda al desarrollo de los países mediterráneos. Esto exige importantes desembolsos a la Comunidad. Las divergencias surgen a la hora de saber quién ha de cargar con ellos.

La tesis española, enfrentada a la francesa, es que, si la CEE quiere hacer algo por esos países, los costes deben recaer sobre todos conjuntamente, y no sólo sobre los países del flanco sur de la Comunidad, los más pobres por otra parte. En el debate está en juego no sólo la concepción de una política mediterránea, sino la concepción misma de qué es la Comunidad Europea, qué grado de solidaridad y redistribución interna tiene.

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España ha tenido que aceptar duras, medidas de'transición para la incorporación de su agricultura a la comunitaria, porque, entre otras razones, se evitaba así un desequilibrio inmediato en la situación del norte de África. Lo que nuestro país ha discutido no es el objetivo del mantenimiento de las corrientes tradicionales de exportación del norte de África hácia la CEE, sino el método. Hay que reconocer que el otorgar, aunque sea dentro de contingentes limitados, las mismas ventajas arancelarias y la misma modulación del precio de entrada a productos marroquíes y españoles destruye la idea de una preferencia comunitaria, que es la esencia del Mercado Común. Pero, si se contemplan las.cifras realmente, tanto para España como para la CEE, se trata de cantidades nimias. El aceite de oliva tunecino que entra en la CEE, para poner un ejemplo que afectaría directamente a España, representa sólo el 4% de la producción de los doce, y, sin embargo, de él vive un millón de personas en Tunicia.

El Gobierno español es consciente de esta situación, y sería injusto pretender arruinar a nuestros vecinos del Sur. Lo que resultaba inadmisible para España es la contumaz insistencia francesa en establecer los términos del acuerdo con esos países de manera inmediata. Cuando España entre en la CEE dispondrá, con Italia y Grecia, de una minoría de bloqueo en el seno del Consejo de Ministros de la Comunidad, con lo que podrá defénder.mejor sus intereses. Por eso París trataba de darse prisa, y de adoptar decisiones irreversibles antes de que,la integración española sea un hecho. Varios responsables franceses -el ministro de Asuntos Exteriores, Roland Dumas, y la secretaria de Estado para Asuntos Europeos, Catherine Lalumière- habían sugerido incluso la exigencia de una decisión sobre estos temas previa a la ratificación del Tratado de Adhesión por parte de la Asamblea gala. Era jugar con fuego, pero, una vez más, Francia podía salir ganando ante la indefensión jurídica que Padece España actualmente -entre la firma del tratado y el ingreso- y de la que el c aso de los vinos de cava, en su lucha contra el champán, es buen ejemplo. La posición francesa ha hecho mella en otros países, y.pilede sentar precedentes de otro género: ,a la RFA le interesaría establecer, a su vez, un vínculo entre el ingreso de España en. la CEE y su postura ante la OTAN.

Y todo parece indicar que Francia ha ganado. Por lo que ha trascendido de los acuerdos informales del sábado en Luxemburgo, la medida de otorgar una reducción del precio de entrada a los cítricos, uvas y tomates de los países terceros del Mediterráneo a partir del quinto año -como ocurrirá con España tras su adhesión- queda ahora como. eventual, a la luz de lo que ocurra en las exportaciones de estos países durante los cuatro años precedentes.

Consciente de la minoría de bloqueo que tras el ingreso dispondrán España, Grecia e Italia en el Consejo de Ministros de la CEE, Francia hwobligado a que la decisión eventual se tome según el sistema de los comités de gestión agrícolas. Sólo una mayoría cualificada (y no una minoría) puede rechazar una propuesta de la Comisión Europea.

Quedan por dilucidar muchos temas, entre ellos, la cuestión de la ayuda financiera, lo que no es fácil por las razones antes citadas. Y no habría que terminar agravando el problema del balance presupuestario de España frente a la CEE. Las medidas decididas el sábado no cuestan por ahora un solo ECU a Francia o a la RFA.

Nuestro país, con voz pero sin voto todavía en la Comunidad, sólo podía ampararse en el apoyo de Italia (y, en menor medida, de Grecia) para ganar tiempo. Se sabía que Italia podría ceder en la dimensión comercial del problema si conseguía determinadas satisfacciones sobre las ayudas fin ancieras y sobre sus agrios.

Así pues, es patente que, pese a las pomposas declaraciones de solidaridad y cooperación con los países del norte de Áfricá, nadie está dispuesto a regalar nada. El mercado al sur del Mediterráneo representa un búen negocio para el Mercado Común: el 10% de sus exportaciones tiene este destino, y busca preservarlo apoyando en lo posible la capacidad eXportadora de la zona.

El Consejo Europeo de Jefes de Estadoy de Gobierno de la CEE prometió, el pasado 30 de marzo, hacer algo hacia esos países de cara a la adhesión de España. En realidad no había prisa, pues nada pasará durante los primeros cuatro años, dadas las mordazas que se le han puesto a la integración agrícola española. Sin embargo, el acuerdopolítico del sábado, según dio a entender el ministro de Exteriores galo, Roland Dumas, aún no despeja la incógnita de la ratificación francesa del Tratado de Adhesión. ¿Qué más quiere conseguir Francia? La respuesta vendrá seguramente en el'seminario ministerial hispanofrancés de los próximos días 3 y 4 de noviembre. España, parece claro, va a sufrir su travesía del desierto para el ingreso en la CEE hasta el último nlinuto. La intervención de ayer de Jacques Chirac en su dpbate televisivo con Laurent Fabius, visto en, directo por uno de cada dos franceses, puede ser sintoinática de por dónde van los tiros de algunas de las opciones políticas de nuestro vecino.

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