Tribuna:

La mano del pintor toma la pluma

No sé si fue casual o jugada perversa de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo reunir en la misma semana en Santander a un grupo de distinguidos artistas españoles y a una selección internacional de diseñadores, los unos conferenciando bajo la mirada atenta de sus pares, los segundos enseñando sus vídeos de intangibles a una multitud con ganas de emularles en el apetitoso campo de la moda o el mueble. A veces daba vértigo salir de una disertación aceradamente crítica y completamente autocrítica de Antonio Saura y escuchar a Adolfo Domínguez, director del segundo seminario, procla...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

No sé si fue casual o jugada perversa de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo reunir en la misma semana en Santander a un grupo de distinguidos artistas españoles y a una selección internacional de diseñadores, los unos conferenciando bajo la mirada atenta de sus pares, los segundos enseñando sus vídeos de intangibles a una multitud con ganas de emularles en el apetitoso campo de la moda o el mueble. A veces daba vértigo salir de una disertación aceradamente crítica y completamente autocrítica de Antonio Saura y escuchar a Adolfo Domínguez, director del segundo seminario, proclamar su fe funcionalista, su esperanza en un mundo donde todo, desde las camisetas hasta los alicates, responda a una idea ordenada y feliz. O comparar el despego ante el expresionismo de Miquel Barceló con la militancia posmoderna de Óscar Tusquets, que proponía con inteligente ligereza una guía o lista de lo que se lleva y no se lleva en el terreno del diseño.El seminario de los pintores tenía por título El arte visto por los artistas, y su director, Francisco

Más información

Calvo Serraller, planteó una pregunta pertinente y hasta cruel el primer día: ¿es la obra de arte tan autosuficiente, tan arcana, que su proceso de gestación y sus leyes son inefables, intraducibles a otro lenguaje que no sea el pictórico? A su respuesta acudieron los pintores y escultores más leídos y mejor hablados que se conocen, contando unos sus vidas, mostrando otros sus obras, y alguno llegando a desnudarse ante el alumnado. Eso hizo Luis Gordillo, en un hermoso y profundo análisis en el, que el yo, objeto amado, color y pincelada formaban una entidad magmática que reflejaba la lucha atormentada del pintor quizá más sano que tenemos. Y eso hizo, en vena más folclórica, invocando por un lado a Lola Flores, por otro al Pato Donald, Darío Villalba, que desde su condición de pintor de veta brava anunció con temor la invasión inminente de los nuevos bárbaros de la pintura fría.

Acostumbrado -y un poquito hastiado, ¿por qué no decirlo?- a las tortuosas introspecciones y disquisiciones literarias de los escritores, confieso haber sentido una curiosidad malsana observando a una plana mayor de la pintura española explicar sus productos, explicarse. La reunión fue, sin embargo, saludable sin pretensión, sin excesos retóricos, con humor zumbón y patéticamente a veces, se fue plasmando día a día en la Magdalena un tratado informal de la pintura hecho de acotaciones, aforismos, textos breves, respuestas.

En Santander se oyó a artistas de reconocido talento literario -como Arroyo, que ha probado con acierto la novela y va a probar el teatro; como Saura,- que aspira a "mostrar con las palabras zonas oscuras" de su pensamiento pictórico-, pero en casi todas las intervenciones el charlista se pintó asimismo como hombre de ideas que sabe a dónde van sus cuadros y de dónde proceden.

Lo más apasionante y lo aparatoso fue ver la relación no dialéctica, sino autoconflictiva, entre una mano izquierda del artista que tomaba la pluma y manchaba el papel en blanco para hablar de su mano derecha, más libre y traviesa, que suele empuñar el pincel o el cincel. Así, Andreu Alfaro, que dio un bellísimo repaso al barroco histórico en función de su propia obra escultórica, decía en un momento del discurso: "A mi mano nada le está prohibido". Y Gordillo expresaba el deseo insondable de "pintar para sentirse un brazo" en movimiento. Qué bien se entienden esas pulsiones puramente mecánicas y tan voluptuosas del pintor-escultor. Ellos tienen la suerte de poder disociar materialmente la idea y el gesto, terminando su obra cuando en el estudio dan la última pincelada, mientras que el escritor -y de ahí su neurosis concentracionaria- se ha de conformar con una materialidad hecha de líneas seguidas de palabras que ni siquiera en el instante en que se expresan cobran finalidad; hay que esperar a ver el libro para poder entender la obra.

Pero el tratamiento sesgadamente reflexivo no sólo se limitó a aquellos que leyeron textos. Hubo otros que simplemente hablaron con el público, como el tímido Antonio López, encastillado toda la tarde en su redundante definición de que la pintura es emoción, o Eduardo Chillida, que dio una lección auténticamente emocionante de cómo alguien puede ser lúcido sobre lo que hace y al mismo tiempo ver visiones. Y otros que eligieron el camino del aforismo (como Rafols) y la elipsis, como los júniors Pérez Villa Ita y Barceló. Estos dos, junto con el gran burlón Eduardo Arroyo -que se comparaba como pintor al boxeador, solos ambos al comienzo del combate con un espacio vacío que se ha de llenar de sangre y sudor-, fueron los más humoristas de la serie, a pesar de que Pérez Villalta insistiese en su envoltura meláncolica. Lírico y picante, desvergonzada a ráfagas, elusivo pero no a la manchega, Miquel Barceló resumió, a mi modo de ver, en una frase el deseo que dominaba a la mayoría de los artistas presentes: "Trabajar como un panadero entre el Louvre, el taller y la biblioteca".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En