31ª edición del Festival de San Sebastián

La hora final de un certamen en busca de identidad

El ministro de Cultura discutirá el futuro del festival con las autoridades donostiarras

ENVIADA ESPECIALUnas 400 personas se manifestaron ayer por el centro de San Sebastián para pedir la amnistía de presos políticos. Profirieron gritos contra la policía y fueron lanzadas octavillas firmadas por Herri Batasuna en que se pedía un festival de cine al servicio del público. Al final de la manifestación algunos grupos cruzaron autobuses y otros vehículos para formar barricadas; fueron disueltos por las fuerzas de orden público.

Por otra parte, estuvieron presentes en la jornada de clausura la directora general de Cine, Pilar Miró; el ministro de Cultura, Javier Solana, y el...

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ENVIADA ESPECIALUnas 400 personas se manifestaron ayer por el centro de San Sebastián para pedir la amnistía de presos políticos. Profirieron gritos contra la policía y fueron lanzadas octavillas firmadas por Herri Batasuna en que se pedía un festival de cine al servicio del público. Al final de la manifestación algunos grupos cruzaron autobuses y otros vehículos para formar barricadas; fueron disueltos por las fuerzas de orden público.

Por otra parte, estuvieron presentes en la jornada de clausura la directora general de Cine, Pilar Miró; el ministro de Cultura, Javier Solana, y el presidente del Gobierno vasco, Carlos Garaikooetxa. Una película invitada, Zelig, de Woody Allen, que colmó la expectación del público, y una cena en el palacio de Miramar constituyeron el colofón, junto con el rumor de una inminente reunión entre Pilar Miró y Solana, por el ministerio, y Ramón Labayen y un concejal, por, parte del ayuntamiento, con objeto de discutir el rumbo de este certamen y cómo se canalizará la ayuda ministerial.

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Dos proyecciones clave en el día de ayer sacudieron un poco el insólito tedio de jornada final que nos apabullaba mientras esperábamos el fallo del jurado de Nuevos Realizadores, el del Premio de la Crítica, votado por un total de 58 periodistas acreditados en el festival, y el resto de menciones y pequeños honores con que se ha intentado sustituir la concesión de unos galardones de mayor envergadura. A destacar el hecho de que el jurado de la sección Nuevos Realizadores hizo público su fallo en el transcurso de una conferencia de prensa durante la cual cada uno de los miembros -Samuel Fuller, como presidente, Monte Hellman, Paco Ignacio Taibo, Diego Galán, Graciela Borges y Anjel Lertxundi- explicó a los periodistas las razones del veredicto. Este democrático talante es nuevo en un jurado de festival.

Ningún descontento en torno al Premio de la Crítica, que recayó en la francesa Coup de foudre, de Diane Kurys, que se hizo holgadamente con el galardón, con 27 votos a favor, seguida de La conquista de Albania, de Alfonso Ungría, con 10 votos. Tampoco se discutieron los premios de Nuevos Realizadores. A José Antonio Zorrilla, desde luego, este galardón va a servirle para estrenar pronto su película, El arreglo, que sin este tipo de incentivos se vería obligada -como la mayor parte de películas de jóvenes realizadores españoles- a aguardar turno para aparecer finalmente ante el público mal exhibida.

Aparte del filme de Woody Allen, del que se habla en otro lugar de estas páginas, la película alemana proyectada ayer dentro de la sección oficial es, aunque realizada por un hombre, también una película de mujer, como la vencedora Coup de foudre. El director es Robert Van Ackeren y la protagonista Gudrun Landgreve. La mujer en llamas es la inquietante y, a la par, divertida historia de una burguesa que decide abandonar a su marido, un ejecutivo, para vivir su vida. En el ejercicio de la prostitución a domicilio encuentra no sólo la independiencia económica que necesita, sino una cierta venganza: cobrar por hacer a los hombres aquello que antes hacía gratis a su marido. También la vemos reafirmar su propia personalidad a través de la extroversión de sus instintos sádicos. Paralelamente a este teje y maneje, inicia una intensa relación amorosa con un hombre que resulta ser también un profesional de la prostitución: sus sentimientos mutuos, amén de su devoción por el trabajo, les empujan a establecerse juntos utilizan do un dúplex. Ella se viste de cuero y pinchos arriba, y él recibe abajo envuelto en un albornoz.

Todo marcha a pedir de boca para los dos hasta que el hombre se pone picajoso con los excesos que su amada ejerce sobre la débil carne de los masocas de turno, muchos de ellos vestidos como si acabaran de salir del puente aéreo, y comete la imprudencia de proponerle un destino pavoroso: matrimonio, hijo en común y la seguridad de un restaurante puesto a medias. Naturalmente, la mujer -interpretada por la excepcionalmente bella Gudrun Landgrave, una mezcla de Lauren Bacall y Ornella Muti-, termina por abandonar el nidito-taller, tras una violenta escena en la que él trata de convertirla en una banana flambeada al kirsch, que justifica el título.

Según el director, en la conferencia de prensa que siguió a la proyección, sólo ha tratado de reflejar la imposibilidad de separar los sentimientos de la profesión, y también las limitaciones que para la relación de pareja supone la sociedad burguesa; no obstante, hay en la película, sobre todo, un curioso estudio de sexualidad femenina -sexualidad de la víctima cuando puede manifestarse como verdugo- digno de reflexión.

Por lo demás, las últimas horas del festival estuvieron dedicadas al comentario del propio aburrimiento. Ni siquiera la posibilidad de que algo cambie para que todo siga igual contribuía a elevar grandemente los corazones. La proyección, anoche dentro del ciclo Homenajes, de Staying Alive, dirigida por Sylvester Stallone y portagonizada por John Travolta, sirvió, por lo menos, para que el teatro Victoria Eugenia disfrutara de un talante festivalero.

Para acabar, reseñar algunas presencias entrañables en un festival que ha pasado con más pena que gloria. Silvia Munt y Miquel Cors, catalanes y discretos. Pedro Olea, cuyo filme, Akelarre está siendo montado, Miguel Littin, el realizador chileno, Samuel Fuller, el más querido en el festival. Flotando todos ellos en el desorden y la abulia de un certamen que debe reconvertirse en algo serio.

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