Tribuna:

Sobre Cataluña y España

En la abundante literatura de los últimos cien años sobre las relaciones entre Cataluña y el resto de España cabe distinguir, al menos, tres grandes tipos de posiciones. Una es, primordialmente, de carácter económico, y subraya el hecho de que desde los comienzos de la Edad Media el pueblo catalán había mostrado mayor aptitud para el comercio y la navegación que los habitantes de la meseta castellana. Destaca la importancia de las industrias del cuero, la cerámica y los metales, y también de la construcción naval desde aquellos tiempos a la actualidad. Entonces, a partir del primer tercio del ...

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En la abundante literatura de los últimos cien años sobre las relaciones entre Cataluña y el resto de España cabe distinguir, al menos, tres grandes tipos de posiciones. Una es, primordialmente, de carácter económico, y subraya el hecho de que desde los comienzos de la Edad Media el pueblo catalán había mostrado mayor aptitud para el comercio y la navegación que los habitantes de la meseta castellana. Destaca la importancia de las industrias del cuero, la cerámica y los metales, y también de la construcción naval desde aquellos tiempos a la actualidad. Entonces, a partir del primer tercio del siglo XIX, Cataluña pasó a convertirse en la zona más industrializada de toda España con el desarrollo de la producción textil. Por añadidura a todas estas actividades, los catalanes también se habían distinguido como empresarios y comerciantes al por menor en el resto de la Península y en América Latina.Un segundo tipo de interpretación subraya los factores políticos y sociales. Cataluña entró en la historia como una provincia periférica del imperio carolingio y nunca estuvo dominada, aunque sí ocupada por los musulmanes. En los siglos XIII y XIV la Corona de Cataluña y Aragón llevó a cabo su propia Reconquista del valle del Ebro, las Baleares y Valencia, y estableció una red muy amplia de puestos comerciales y bases navales en el Mediterráneo, sin excluir el norte de África. Bajo los Habsburgo y los Borbones, España, unificada desde 1479, había sacrificado o al menos subordinado los intereses de Cataluña a las posiciones dinásticas e imperiales del Gobierno central. En el período 1639-44, contra la autoridad dictatorial del conde-duque de Olivares, y nuevamente durante la guerra de Sucesión, 1700-1714, los catalanes trataron infructuosamente de liberarse del dominio castellano.

Además de los factores políticos reseñados, esta interpretación subraya las diferencias entre Castilla y Cataluña en materia de derechos de propiedad y herencia y la fuerte influencia de las tradiciones legales y sociales francesas en Cataluña.

La tercera serie de interpretaciones destaca las diferencias lingüísticas. El catalán es una lengua romance que, al igual que el francés, el castellano, el italiano o el portugués, posee una literatura y una gramática propias. Los sucesivos Gobiernos españoles han tratado de ignorar o suprimir esta lengua haciendo del castellano la única lengua reconocida para toda clase de actividades públicas, pero los catalanes no han dejado, por ello, de hablar siempre su propio idioma. Las fronteras lingüísticas del catalán apenas han variado unos kilómetros en un millar de años, y la lengua ha mostrado unos grandes poderes de asimilación para los recién llegados, hasta la inmigración masiva de trabajadores procedentes del resto de España desde fines del siglo XIX. Por añadidura, una lengua es portadora de una cultura histórica y constituye en sí misma un vehículo de procesos mentales, de forma que para muchos de los catalanes cultos la utilización del castellano comporta todo un planteamiento mental que no surge de manera espontánea.

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Mi punto de vista, evidentemente el de un extranjero, es el de que, de las tres interpretaciones, la tercera es, con mucho, la más importante en los años ochenta e incluso de cara al futuro. España, considerada como un todo, ha cambiado más económicamente desde 1960 que en en los últimos siglos. La industrialización, la urbanización, la europeización, la influencia del turismo, del Mercado Común, de las multinacionales y de la experiencia de los trabajadores españoles en el extranjero ha reducido enormemente el contraste entre Cataluña y el resto de España. Hace un siglo podía decirse que las únicas zonas de España que poseían una clase media urbana digna de tal nombre eran el País Vasco y Cataluña, que Castilla y Andalucía eran abrumadoramente agrícolas y ganaderas, y que Madrid era un centro administrativo y comercial pero no una ciudad industrial. Hoy existen clases medias urbanas e importantes centros industriales en toda la Península. Con respecto a la interpretación puramente política, diré qué la larga dictadura del general Franco redujo las diferencias entre Cataluña y otras partes de España. El franquismo reprimió todo tipo de heterodoxia en lo político, en lo cultural y en lo social, y lo hizo no sólo en Cataluña. Al mismo tiempo, gran parte de la burguesía catalana colaboró con la dictadura alentando a sus hijos a hablar castellano, por lo que no hay razón para pensar en Cataluña como una unidad homogénea de cultura en resistencia contra el Gobierno central durante el período 1939-75. En relación a un pasado político más dilatado, no creo que la vasta mayoría de los españoles hoy vivos, habitantes de Cataluña o de fuera de ella, esté profundamente preocupada por los conflictos de los siglos XVII y XVIII. La mayor parte de los habitantes de un país está interesada en su propia experiencia o lo que han oído contar a sus padres o a sus abuelos, pero, a menos que hablemos de estudiosos de la ciencia política, es muy poco probable que aquella masa sienta preocupación por lo que ocurrió hace, al menos, medio siglo.

La memoria de los catalanes de hoy día abarca, a lo sumo, el recuerdo de la Lliga de Prat de la Riba y Cambó, de la Esquerra de Macià y Companys o de los comienzos de la autonomía en la II República y la represión franquista. Y a la luz de esos recuerdos los catalanes sentirán, al menos provisionalmente, un cierto optimismo en relación a la obra de la Monarquía democrática desde 1977.

Por las razones antedichas, creo que el problema de la lengua es el verdaderamente crítico en las relaciones entre Cataluña y el resto de España. Y se trata de una cuestión que es sencilla en principio y ardua en la práctica. Creo que los parámetros siguientes serían esenciales para alcanzar una auténtica convivencia: 1. Todo el mundo tiene derecho a servirse de su propia lengua, no sólo en su hogar, sino en todas las actividades públicas, comerciales o profesionales. 2. Nadie tiene derecho a imponer su lengua al vecino. 3. La competencia y la dignidad profesionales exigen que los educadores, médicos, abogados y funcionarios sean capaces de comunicarse en la lengua que sea preciso con sus alumnos, pacientes, y conciudadanos. 4. La sociedad catalana considerada en su conjunto, pero muy especialmente la de Barcelona y su provincia, en la que vive en proporción abrumadora la masa de inmigrantes, debiera caracterizarse por la práctica de lo que se ha calificado de bilingüismo pasivo. Es decir, aquel por el que todo el mundo pueda, sin necesidad de hablar, leer o escribir una segunda lengua, comprender lo que se le dice en catalán o castellano.

La realización de estos objetivos requiere, evidentemente, un tremendo esfuerzo educativo. En la actualidad, tan sólo unas cuantas escuelas públicas con alumnado de las dos lenguas utilizan el catalán como principal vehículo de enseñanza. Es sabido que los niños aprenden una lengua con mucha mayor facilidad que los adultos. Si entre las edades de 6 y 14 años todos los niños recibieran la mitad de la enseñanza en cada una de las dos lenguas, Cataluña se conver-

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Sobre Cataluña y España

Viene de la página 11tiría en una verdadera sociedad bilingüe. Un programa de esa índole requeriría una dotación de profesorado mucho mayor que la actual, aunque, técnicamente, no sería difícil que los maestros de lengua castellana adquirieran una moderada capacidad de hablar catalán. Es cierto, sin embargo, que, psicológicamente, se presentan grandes resistencias. Hasta 1977, con la excepción de los años de la República, el castellano ha sido la única lengua que en los tiempos modernos se ha considerado apta para la vida pública en Cataluña, y de manera inconsciente los catalanes no españoles, a menos que sean vascos o gallegos, se resienten de que alguien les exija que empleen cualquier lengua que no sea el castellano. Y, sin embargo, hay sólidas razones éticas y prácticas para que se tienda a esa sociedad bilingüe. Por la otra parte existe el riesgo de que la hostilidad de los catalanes hacia Castilla convierta a Barcelona en la capital de una provincia aislada lingüísticamente en vez de una gran ciudad española y europea. En lo que concierne a los inmigrantes, están todas las cuestiones asociadas con la integración y la movilidad social hacia arriba, puesto que el catalán es la lengua de la mayor parte del liderazgo económico e intelectual del país. Por todo ello, la capacidad para servirse de las dos lenguas es una ventaja evidente no sólo para los profesionales, sino para administrativos y personal de servicios de todas clases. La rica literatura y capacidad expresiva de ambas lenguas convierte en un placer y en una importante forma de enriquecimiento cultural el conocimiento de las mismas, y puesto que se hallan fuertemente emparentadas entre sí, no constituye un gran esfuerzo aprender las dos, incluso en la edad adulta. Pero, en cualquier caso, la solución del problema lingüístico requiere grandes dosis de buena voluntad y un esfuerzo deliberado por superar los estereotipos cuasi racistas que tienden a incrustarse en todos los problemas de esta índole en cualquier parte del mundo.

Yo insistiría en que la solución es tan sencilla como ardua, pero subrayaría que, por todas las razones expersadas en este artículo, la condición sine qua non para la convivencia es la consecución de esa sociedad de bilingüismo pasivo en la que todo el mundo comprenda, sin musitar comentarios despectivos, lo que se le dice tanto en catalán como en castellano.

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