Tribuna:El Festival Internacional De Cine De San Sebastián

La explosión técnica de la imagen

Con la televisión, el magnetoscopio y las videocasetes, la palabra 'cine' ha entrado en una irreversible crisis semántica

Desde el invento de la fotografía en 1839, la explosión de técnicas destinadas a insertar la expresión ¡cónica en la cultura de masas de la sociedad industrial ha sido apabullante. Tras la fotografía aparecíó el cartel, y luego la estampa religiosa, los comics, la tarjeta postal, el cine mudo, la televisión, las fotonovelas, el cine sonoro y luego cromático, la imagen estereoscópica, la cablevisión, el magnetoscopio y el holograma, a la espera de que la teleholografía sea una realidad próxima. Este universo ha configurado el denso tejido de una iconosfera que nos envuelve y hasta...

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Desde el invento de la fotografía en 1839, la explosión de técnicas destinadas a insertar la expresión ¡cónica en la cultura de masas de la sociedad industrial ha sido apabullante. Tras la fotografía aparecíó el cartel, y luego la estampa religiosa, los comics, la tarjeta postal, el cine mudo, la televisión, las fotonovelas, el cine sonoro y luego cromático, la imagen estereoscópica, la cablevisión, el magnetoscopio y el holograma, a la espera de que la teleholografía sea una realidad próxima. Este universo ha configurado el denso tejido de una iconosfera que nos envuelve y hasta nos aprisiona, a la que paradójicamente ya no vemos o apenas vemos por la erosión del hábito y de la rutina. Pero, aunque no seamos conscientes de su presencia, esta iconosfera omnipresente afecta a nuestra sensibilidad, a nuestros gustos y a nuestras elecciones en la vida diaria.Hace ya años que los teóricos de la imagen más sagaces han descubierto que la dedicación especializada hacia el cine es una dedicación miope, pues el cine es inseparable del resto de la iconosfera, con la que interactúa de un modo permanente. Véase como ejemplo meridiano el actual idilio y las contraprestaciones que tienen lugar continuamente entre los comics y el cine. O contémplese a una gran parte de la programación televisiva como una nueva modalidad de cine electrónico y de consumo casero. Con la televisión, el magnetoscopio y las videocasetes hasta la palabra cine ha entrado en una terrible e irreversible crisis semántica. Fellini, Bergman o Godard ya no son directores de cine, sino realizadores audiovisuales.

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Un reto gigantesco

Ante esta nueva situación, a San Sebastián se le ofrece un reto gigantesco que ningún festival ha asumido todavía: el de empezar a convertirse en un gran festival de la imagen, en el que quepa lo más avanzado o novedoso de cada campo de expresión icónica, verboicónica o audiovisual. Es obvio que la especialización monográfica ofrece grandes ventajas operativas sobre la dispersión, pero ensayar un ensanchamiento horizontal y paulatino del cine tradicional hacia sus provincias más afines parece una operación estimulante y clarificadora. De momento, este año, junto al menú cinematográfico tradicional, habrá incursiones en el campo del vídeo, de la fotografía y del holograma. Es exactamente lo que viene siendo desde hace bastante tiempo la prestigiosa revista francesa titulada Cahiers du Cinéma, sin renunciar por ello a su cabecera. Y, siguiendo este modelo, San Sebastián podría llegar a convertirse en una plataforma teórica de reflexión acerca de las propuestas e interacciones de, las nuevas tecnologías de la imagen y de las profundas reestructuraciones que se están operando en las industrias audiovisuales y en sus mercados tradicionales.

Estamos viviendo, desde hace dos décadas, una gran revolución, en el campo de las prácticas audiovisuales, en torno al gran eje de la electrónica, hasta el punto de que me he referido alguna vez ya a la antropotródica como a la nueva antropología del hombre electrónico en la era de los microprocesadores, de la telemática, de los bancos de datos y de los satélites de telecomunicaciones. El festival de San Sebastián podría hacernos a todos el gran favor de propiciar una reflexión colectiva y crítica que acompañase a este desarrollo técnico e industrial hipertrófico y un poco caótico, tutelado sólo por ingenieros y tecnócratas, pero no vigilado ni apenas estudiado por el mundo y los profesionales de la cultura, entendida en su acepción más rigurosa y más crítica.

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