Editorial:

EI final de la aventura

LA AVENTURA que emprendió al comenzar abril la Junta Militar argentina, entusiasta, soberbia y agresiva, ha terminado con una rendición humillante. No hay indicios de que el régimen que ensayó inicialmente sus ejercicios de fuerza y su capacidad de fuego contra los ciudadanos de su propio país cumpla la obligación de asumir la derrota y desaparecer entre los desperdicios de la historia. Desde su asalto al poder, la Junta ha presidido las matanzas, desapariciones, prisiones y torturas de miles de argentinos; ha empujado al exilio a otros millares de personas; ha derrumbado la economía y las fin...

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LA AVENTURA que emprendió al comenzar abril la Junta Militar argentina, entusiasta, soberbia y agresiva, ha terminado con una rendición humillante. No hay indicios de que el régimen que ensayó inicialmente sus ejercicios de fuerza y su capacidad de fuego contra los ciudadanos de su propio país cumpla la obligación de asumir la derrota y desaparecer entre los desperdicios de la historia. Desde su asalto al poder, la Junta ha presidido las matanzas, desapariciones, prisiones y torturas de miles de argentinos; ha empujado al exilio a otros millares de personas; ha derrumbado la economía y las finanzas del país; ha silenciado la cultura; ha amordazado la información y ha sofocado todas las libertades públicas. Las madres de la Plaza de Mayo son el testigo heroico y mudo de esa agresión de un Gobierno contra su propio pueblo. El acto final de arrogancia e incompetencia de la dictadura ha sido conducir a sus soldados de reemplazo a una guerra para la cual, estos militares politizados, estos políticos militarizados, no tenían la menor preparación, no sin antes envolverse en la capa del honor y del patriotismo histérico para cegar a su pueblo (ceguera a la que ha ayudado una tiranía que no ha permitído la menor voz discordailte). Su error político fue creer que el Reino Unido no estaba en condiciones de responder a la agresión o de emprender a su vez una aventura: que a ellos les parecía imposible. Su error militar, no advertír desde el principio que, una vez puesta en marcha una fuerza como la británica, la Junta no podría detenerla con sus medios. La lección que los estudiosos pueden aprender de esta guerra es que, desde un punto de vista militar, hay más distancia entra la costa argentina y las islas Malvinas que entre el archipiélago y el Reino Unido. La geografia resulta engañosa con los nuevos medios de la revolución tecnológica.Persevando en sus errores -y una de las características de uina dictadura es que no tiene nunca capacidad para reflexionar, rectificar y volverse atrás-, la Junta rechazó todas las ofertas razonables de mediación y negociación, utilizando el chantaje de¡ todo o nada. Hasta la visita d.el Papa fue desvirtuada en sus propósitos pastorales y ecuménicos y puesta al servicio de una estrategia de manipulación informativa. Aun en los últimos rnomentos, la Junta, desde la cómoda lejanía de Buenos Aires, fue capaz de ordenar la resistencia hasta la muerte, transfiriendo a sus inferiorizados soldados, al desbordado general Menéndez, la tragedia de una situación sin salida, emitiendo partes engañosos (acogidos con fruición por Televisión Española, cuyos esfuerzos para que la situación militar correspondiera a sus pronósticos han sido inútiles) e inventando una euforia que no guardaba la mas mínima relacíón con la realidad.

La aventura ha terminado. La sangrienta promesa del general Leopoldo Fortunato Galtieri de sacrificar la vida de 40.000 argentinos en el altar de su propia rnegalomanía y en aras de la justificación histórica de su aventurerismo politico ha quedado, afortunadamente, desbaratada por los hechos. Al igual que el capitán Astiz en las Georgias, el general Menéndez, otro temible represor de sus compatríotas, ha optado en isla Soledad por la rendición, que ha evitado una cruel y absurda carnicería. Ese gesto humanitario, que ha permitido salvar la vida a cientos y miles de soldados argentinos, no tiene más sombras en su perfil que la imposibilidad de resucitar a los muertos y que el recuerdo de las inhumanas jactancias de esos héroes de guardarropía, dispuestos a sacrificar las existencias ajenas siempre que no corra peligro la propia, y firmemente resueltos a salvar el pellejo aun a costa de que se les humille mediante la comparación de su conducta con sus anteriores bravatas e insolencias.

Empieza, en cualquier caso, otra etapa del conflicto. La Junta afirma que no ha perdido la guerra, sino sólo una batalla o un combate. Pero la confrontación bélica forzosamente ha de dejar paso a las negociaciones. No puede pensarse, por ahora, que las Malvinas y los otros archipiélagos pasen a soberanía argentina. Tampoco parece que puedan seguir en manos británicas. Las ideas de Margaret Thatcher parecen, al fin, inclinarse en favor de una especie de autonomía para sus 1.800 habitantes. Las Falkland serían, si se llegara a esa fórmula, una nación diminuta y probablemente inviable desde el punto de vista económico y militar. La posibilidad de reforzarla con una guarnición británica numerosa y bien pertrechada no concordaría con esa noción de un país soberano. Un contingente de las Naciones Unidas, insuficiente para la defensa militar del archipiélago, quizá sirviera para recordar a un eventual agresor de cuál sería la garantía mundial de esa independencia. No es descartable, tampoco, que una parte de la defensa de las Malvinas sea asumida por Estados Unidos. El giro de las alianzas argentinas -hacia la URSS, hacia Cuba y Nicaragua- puede hacer pensar a Washington -sin duda lo ha pensado ya, y por ello su ayuda al Reino Unido- que no puede perder esas importantes posiciones en la ruta de la Antártida, imprescindible si por alguna razón se cegara o se perdiera el canal de Panamá.

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Otras cosas ha hecho cambiar esta guerra. Una de ellas ha sido que Latinoamérica y gran parte del Tercer Mundo la han considerado como una'última agresión colonialista por una potencia europea; mientras el fracaso argentino seguramente acrecentará la exasperación latinoamericana, la solidaridad del Tercer Mundo aumentará -aun dentro de la impotencia, de la prudencia, del deseo de no comprometerse, en contra de lo que creyeron los militares argentinos- con la derrota. La OTAN ha sentado la doctrina de que debe ayudar a cualquiera de sus miembros agredidos aun fuera de su zona de actuación oficial, lo cual es también una modificación importante en el esquema del mundo y sitúa a los europeos en una situación muy embarazosa para proseguir su diálogo Norte-Sur. La resurrección de una especie de nacionalismo europeo frente a un nacionalismo latinoamericano es una de las malas herencias del conflicto. También es altamente negativo que la URSS haya obtenido mejores posiciones internacionales en el Tercer Mundo y que trate de explotarlas en Latinoamérica. Reagan está ofreciendo las mejores bazas a los soviéticos, a quienes combate: les está dejando que asuman el pacifismo, la causa del Sur agredido, la defensa de la enorme nación árabe sometida. La única ventaja que podría traer esta guerra sería que la Junta Militar se viera obligada a abandonar el poder y que en Argentina se estableciera esa democracia que su civilizado, culto y creativo pueblo merece. No hay, sin embargo, indicios de que ese cambio pueda producirse a corto plazo. El sentido del honor es usualmente un truco retórico de los dictadores (y de los aspírantes a serlo), y no una pauta de conducta que les vincule moralmente. Tampoco en este aspecto Argentina constituye una excepción.

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