Tribuna:

La inteligencia frente al sufrimiento

Este título, bello y justo a un tiempo, se lo he robado a Elena Poniatowska, que evocó la figura de Juan García Ponce con una trepidante entrada en materia: «Desde muy joven nos espantó a todos por su desparpajo, su manera de vivir la vida a lo bestia, su valemadrismo, sus gritos de "yo no quiero hacer nada, yo sólo quiero que me dejen en paz", "a mí no me interesa ninguna carrera, yo no quiero recibirme no quiero engrosar las ya apretadas filas de los imbéciles"... Insolente, nos apartábamos de él en las fiestas porque decía cosas terribles, hacía cosas horribles que luego comentábamos...

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Este título, bello y justo a un tiempo, se lo he robado a Elena Poniatowska, que evocó la figura de Juan García Ponce con una trepidante entrada en materia: «Desde muy joven nos espantó a todos por su desparpajo, su manera de vivir la vida a lo bestia, su valemadrismo, sus gritos de "yo no quiero hacer nada, yo sólo quiero que me dejen en paz", "a mí no me interesa ninguna carrera, yo no quiero recibirme no quiero engrosar las ya apretadas filas de los imbéciles"... Insolente, nos apartábamos de él en las fiestas porque decía cosas terribles, hacía cosas horribles que luego comentábamos con terror».Conocí personalmente a Juan García Ponce cuando ya permanecía sentado en una silla de ruedas, en su domicilio mexicano, en abril de 1974. Nada sabía yo antes de su enfermedad (esclerosis múltiple) ni de las fértiles maldades que pudo decir y hacer en su juventud. Sus obras sólo transparentaban el talento de un escritor bastante inusual en nuestro idioma.

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García Ponce ha escrito teatro: El canto de los grillos, La feria distante y Doce y una, trece. Ha escrito ensayos, sobre literatura y pintura: Cruce de caminos, La aparición de lo invisible, El reino milenario, Desconsideraciones, Cinco ensayos, Rufino Tamayo, Paul Klee y Nueve pintores mexicanos. Ha escrito relatos (Imagen primera, La noche) y, sobre todo, novelas: Figura de paja, La casa en la playa, La presencia lejana, La cabaña, El libro, El hombre olvidado, La vida perdurable... Faltan muchos títulos. Faltaría mencionar los centenares de reseñas sobre obras literarias y pictóricas. Al mismo tiempo, él se halla entre los primeros que dieron testimonio apasionado en favor de Robert Musil, Herman Broch y Klossowski.

Al conocerle, Juan García Ponce ya dictaba sus obras a su compañera, Michéle, y se dejaba encender los cigarrillos por sus hijos. Había buenos amigos acompañándole. Estaba sentado bajo un intenso cuadro de Vicente Rojo. Frente al sufrimiento, derrochaba, en efecto, inteligencia. Y repetía cosas así: «La vida es maravillosa».

Esa frase sencilla, conmovedora en labios de García Ponce, nos habla de una aceptación no resignada, sino nacida de la curiosidad. Toda su vida y toda su obra no son sino un empeño límpido por conocer y dar a conocer. En última instancia, su lucha es un combate a vida contra el olvido para alcanzar lo inolvidable. O sea, el encuentro con la verdad.

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