Tribuna:

Conferencia de Madrid: hay que ser serios

Hoy en día, lo que más se echa de menos entre el Este y el Oeste es, sin duda, la confianza, por lo que no tiene nada de sorprendente que, entre los problemas que va a tratar la Conferencia Europea de Madrid a partir del día 11 de noviembre, figuren las medidas encaminadas a cimentarla (confidence building measures).

Ahora bien, y por desgracia, las soluciones propuestas, tanto por una parte como por otra, no tienen muchas posibilidades de alcanzar este objetivo, por lo que tampoco parece que tengan muchas probabilidades de ser adoptadas.

Al desplazarse a Varsovia el pasad...

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Hoy en día, lo que más se echa de menos entre el Este y el Oeste es, sin duda, la confianza, por lo que no tiene nada de sorprendente que, entre los problemas que va a tratar la Conferencia Europea de Madrid a partir del día 11 de noviembre, figuren las medidas encaminadas a cimentarla (confidence building measures).

Ahora bien, y por desgracia, las soluciones propuestas, tanto por una parte como por otra, no tienen muchas posibilidades de alcanzar este objetivo, por lo que tampoco parece que tengan muchas probabilidades de ser adoptadas.

Al desplazarse a Varsovia el pasado mes de mayo, para entrevistarse con Leónidas Breznev, Valéry Giscard d'Estaing se imaginaba aparentemente que iba a conseguir que los países socialistas se adhirieran al proyecto presentado por él a las Naciones Unidas y aprobado por la OTAN el pasado invierno, en el sentido de convocar una conferencia destinada a incrementar la seguridad en Europa. «Desde el Atlántico hasta el Ural», como había dejado bien claro, presentándose así como el digno heredero del general De Gaulle, el cual, en los buenos tiempos del «deshielo», ya había repetido cien veces esta misma fórmula, expresión de su voluntad manifiesta de acabar algún día con el siniestro «telón de acero».

Moscú, que no tiene nada que objetar al principio de una conferencia de desarme, presentada como un desarrollo normal de los acuerdos de Helsinki, no parece manifestar ninguna prisa, por lo menos hasta la fecha, en el sentido de limitar el objeto de dicha conferencia sólo a los armamentos clásicos, como desearía París, y ello debido, sin duda, al hecho de que en este campo la superioridad soviética es aplastante. La opinión pública se habría percatado rápidamente de ello en cuando las cifras se hubieran puesto sobre la mesa. Los soviéticos se verían entonces obligados, bien a reducir su capacidad ofensiva, eventualidad que no les apetece demasiado, bien a presentarse como los responsables de la carrera de armamentos. Ahora bien, actualmente la preocupación principal de los soviéticos se centra en hacer fracasar el proyecto americano de instalar en Europa «armas de teatro», esto es, misiles nucleares Cruise y Pershing, de alcance medio, destinados a neutralizar sus propios misiles SS-20, cohetes de tres cabezas y rampas de lanzamiento móviles, susceptibles de volatilizar en cualquier momento los centros vitales del continente.

Ampliación de las alianzas existentes

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Por todo ello, el Kremlin ha sugerido que se incluyan más bien en el orden del día de la futura conferencia de desarme dos medidas de las que parece esperar el oro y el moro: por una parte, la prohibición de cualquier ampliación de las alianzas actualmente existente; y, por otra, el compromiso de cada una de las potencias que poseen armas nucleares en el sentido de no utilizarlas los primeros.

La finalidad de la primera de dichas iniciativas es evidente se trata de impedir el ingreso de España en el Pacto Atlántico. La finalidad de la segunda no es menos clara: se trata de impedir que Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña utilicen su armamento nuclear en el caso de que sus fuerzas se vieran desbordadas por un ataque «convencional». Ahora bien, como se han equipado con armas nucleares precisamente con dicho fin, sería suicida por su parte prestarse a semejante operación. Por lo demás, ¿quién podría garantizar el cumplimiento de este compromiso?

El juego, pues, está muy claro: ambas partes maniobran, para crear dificultades al oponente, para inducirle a prescindir de una baza esencial. pero como ninguno de los dos ha nacido ayer, los dos lo comprenden todo a la perfección, hasta el punto de que el estudio de las citadas medidas, destinadas en principio a reafirmar la confianza, sólo consigue erosionarla un poco más. Por ello, es muy improbable que de la Conferencia de Madrid -suponiendo que se celebre en la fecha prevista- pueda surgir algo realmente nuevo, algo -susceptible de aliviar una tensión que no ha dejado de agravarse n los últimos meses. Cabe temer, por el contrario, que dicha conferencia sea utilizada por ambos bandos para polemizar sobre quién es responsable de esta tensión, ante los ojos impotentes de las naciones neutrales.

El Acta Final de Helsinki brinda la ocasión en bandeja, en la medida en que preveía que las reuniones destinadas a «proseguir el proceso multilateral iniciado por la conferencia» debían proceder ante todo a una serie de «intercambios profundos de puntos de vista en cuanto a la aplicación de las disposiciones del Acta Final y la ejecución de las tareas definidas por la conferencia». Las delegaciones de los países comunistas se han esforzado únicamente, en las sesiones preparatorias de la Conferencia de Madrid en el sentido de conseguir que las discusiones sobre este punto sean lo más breves posible. En cualquier caso, esto no será óbice para que los occidentales se desahoguen sobre algunos capítulos muy molestos para los soviéticos, por ejemplo, la invasión de Afganistán, las violaciones constantes de los derechos humanos, las restricciones impuestas por el Gobierno de Berlín Este a los acuerdos interalemanes en cuanto Helmut Schmidt fue confirmado en su cargo, etcétera.

Un futuro de duros combates

Dado que los comunistas tienen por costumbre defenderse atacando, que los occidentales no son tan inocentes como pretenden hacerlo creer y que Moscú no suele tener empacho en mentir, cabe, pues, esperar que se avecinan rudos combates. En estas condiciones, habrá de ser analizado con mucha circunspección todo aquello que se presente como un acuerdo al término de la Conferencia de Madrid.

La reafirmación de bellos principios no sirve absolutamente para nada, si no es para engañar a los ingenuos, cuando luego en la práctica no se tienen en cuenta. En este sentido, la lección de los acuerdos de Helsinki es más bien decepcionante. En todos los tonos, descartando desde un principio cualquier excusa o dispensa, se había condenado cualquier injerencia de un país en los asuntos internos de otro. A la vista de los sucesos acaecidos en los últimos cinco años, cabe hablar incluso de puro escarnio: no sólo la URSS sigue siendo el garante del orden que sus tropas han impuesto al Este del telón de acero, sino que Estados Unidos ha hecho saber, urbi et orbi, en más de una ocasión que vería con muy malos ojos la entrada de los comunistas en un Gobierno italiano o francés. Hay también razones más que suficientes para pensar que los americanos han intervenido de algún modo en la evolución de países como Turquía o Portugal.

En estas condiciones a nadie sorprendería que en Madrid se levantara acta de un fracaso que vendría a sumarse al fracaso probable de las negociaciones de Ginebra sobre los euromisiles y a la negativa, también probable, del Senado americano en el sentido de ratificar el acuerdo SALT II, firmado el pasado año en Viena por Leónidas Breznev y Jimmy Carter. Pasaría a engrosar así la lista de las decepciones que han marcado en los últimos tiempos la historia de las relaciones internacionales, con lo cual sólo contribuiría a agravar aún más el clima internacional. Si se desea el éxito de la Conferencia europea y, por ende, el resurgimiento de un deshielo cada vez más enfermo, se impone, pues, examinar con urgencia, incluso antes de inaugurar la reunión de Madrid, cuáles son las medidas susceptibles de mejorar las relaciones Este-Oeste y de restablecer precisamente entre ambos bandos un mínimo de confianza.

Polonia podría brindar la ocasión en este sentido, en el caso de que pudiera establecerse un modo de vivir, sin intervención de la URSS, entre el poder y los sindicatos libres. Quedaría así demostrado que es posible una cierta evolución en el Este, que la democracia puede convertirse allí en algo real; que el espíritu del deshielo, el de Helsinki, ha realizado progresos. Los dirigentes de Varsovia no dejan de decir en privado que los soviéticos les han garantizado que no tienen, en modo alguno, la intención de intervenir en lo que para ellos no es sino un asunto estrictamente interno de Polonia. Pero si pudieran decirlo públicamente con alguna solemnidad, si su Prensa y los dirigentes de los países hermanos se abstuvieran de criticar la evolución actual de la situación, el alivio que de ello resultaría sólo podría ser beneficioso para la causa de la paz.

Una guerra inmoral

En la otra punta del globo, Camboya sigue siendo el escenario de una lucha cuyo carácter absurdo e inmoral queda subrayado por la ayuda que reciben los jemers rojos, no sólo por parte de China popular, sino también de Estados Unidos y otros muchos países democráticos, siendo como son aquéllos los responsables de uno de los mayores genocidios de la historia. El país está totalmente arruinado y ni siquiera es ya capaz de cubrir sus propias necesidades. En estas condiciones, ¿no podrían el Este y el Oeste ponerse de acuerdo en las Naciones Unidas para declararlo, por algún tiempo, nación siniestrada y, como tal, militar y políticamente neutralizada? En tal caso, el deber colectivo de la comunidad internacional consistiría en proporcionarle de nuevo los medios para vivir.

Pero al margen de Camboya, ¿no corre acaso toda una parte del Tercer Mundo el riesgo de convertirse también en naciones siniestradas? Y, sin embargo, los países desarrollados no hacen realmente nada serio para acudir ensu ayuda. Es sencillamente indignante la comparación entre el total de los gastos militares -400.000 millones de dólares anuales- y el total de la ayuda pública que se presta a los países pobres -no llega a 25.000 millones-, cuando su endeudamiento es quince veces superior.

A finales del presente siglo, la población del Tercer Mundo representará un 80% de la de la humanidad. Los ciudadanos de los países ricos no podrán entonces continuar regodeándose tranquilamente mientras los otros se mueren de hambre, y tanto más cuanto que la penuria de energía y materias primas no dejará de exacerbar la lucha entre las superpotencias, para asegurar su abastecimiento de productos esenciales. En resumen, pues, o bien el Este, el Oeste y el Tercer Mundo se pondrán de acuerdo para decidir que el problema fundamental del inundo es la supervivencia, en el sentido fisico del término, de la especie humana y para desarrollar un plan de aprovechamiento de los recursos necesarios para dicha supervivencia, o bien el deshielo está condenado a muerte y serán cada vez más vanos todos los esfuerzos encaminados a salvarlo por medio de conferencias, negociaciones o acuerdos, cualesquiera que sean.

Fue Oscar Wilde quien destacó en una famosa obra de teatro la importancia de ser serios. Y por el momento no somos serios.

André Fontaine es redactor jefe de Le Monde.

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