Tribuna

Azaña, ¿intelectual político?

El concepto de «vocación» es en exceso metafísico, por no decir religioso. Pero si se me preguntase sin pretensión trascendente y ni siquiera trascendental por la vocación de Azaña,¿qué contestaría? La respuesta, demasiado obvia, es la de «intelectual político». ¿Lo fue, realmente? Yo contestaría, ambiguamente, que sí y no. Pero quizá convenga desmembrar la cuestión y preguntarnos, separadamente, por Azaña como intelectual y por Azaña como político.De que Azaña, en la acepción amplia de la palabra, fue intelectual no hay duda. Pero ¿lo fue en sentido estricto, fue movido, a lo largo de su vida...

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El concepto de «vocación» es en exceso metafísico, por no decir religioso. Pero si se me preguntase sin pretensión trascendente y ni siquiera trascendental por la vocación de Azaña,¿qué contestaría? La respuesta, demasiado obvia, es la de «intelectual político». ¿Lo fue, realmente? Yo contestaría, ambiguamente, que sí y no. Pero quizá convenga desmembrar la cuestión y preguntarnos, separadamente, por Azaña como intelectual y por Azaña como político.De que Azaña, en la acepción amplia de la palabra, fue intelectual no hay duda. Pero ¿lo fue en sentido estricto, fue movido, a lo largo de su vida, por una vocación intelectual? A lo que realmente se dedicó fue a la literatura (probablemente quiso ser «hombre de letras» más bien que «intelectual»), a lo que genéricamente cabe llamar «estudios administrativos», a la actividad jurídico-política y a la actividad político- literaria de ateneísta.

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Por lo que se refiere a su labor literaria, confieso que no soy gran admirador de su obra. (Quizá él mismo, en el fondo, tampoco: de ahí su inclinación a los seudónimos.) Creo que su colaboración en Gente Vieja le confiere, y no sólo nominalmente, el título de «viejo honorario», de escritor levemente anticuado para su época, con un prurito clasicista y aun casticista -no por casualidad se interesó por don Juan Valera-, un gusto terso, sí, pero también mate, con inclinación por los «parecióme», «cúpole» y expresiones tales como «dos años arreo». El mismo título de su revista La Pluma, es casi inconcebible en 1920, época de las vanguardias, o si se compara con El Espectador de Ortega, para no hablar de los títulos de las revistas unipersonales de gentes más jóvenes, como Gerardo Diego. El jardín de los frailes, su única obra literariamente importante, no hace de él sino un buen escritor de segundo orden. Repitamos nuestra pregunta: ¿fue un intelectual? En rigor, apenas. Fue «intelectual de ateneo» y lo que dice de Ganivet podría aplicársele en alguna medida y en lo contrario a él mismo. Su rechazo de la «actitud profesoral», su restricción a la cultura francesa y su laicismo militante y un tanto elemental le situaron en la mesocracia cultural y le condenaron a ir, hasta 1931, siempre detrás de la orteguiana aristocracia intelectual. Personalmente, y aun cuando estoy dispuesto a reconocer mi parcialidad, cambio toda su -por lo demás parva- obra literaria por los Estudios de política francesa: La política militar.

Sí tuvo Azaña dotes políticas. (Sin una base social en la que sustentarse, como la que pudo haber movilizado Joaquín Costa, de poseer su vocación política, sin la base sociocultural que tuvo un hombre del prestigio intelectual de Ortega.) Su línea de izquierda burguesa fue siempre clara y desde el principio mismo se opuso a la dictadura de Primo de Rivera, lo que no ocurrió con la mayor parte de los intelectuales. Hizo del Ateneo su tribuna, y desde él ingresó en el protagonismo politico. Era de la estirpe de Canalejas, no de la de Tierno, mucho más político que intelectual. Su estilo político fue, en muchos aspectos, moderno, y representó, con Ortega, la «nueva» frente a la «vieja política» de maniobras y componendas en pasillos y antedespachos. Y con su a la vez ceñida, eficaz y bella oratoria política batió a todo posible contrincante, incluido, por supuesto, Ortega. (Fue su revancha.) Su idea política de España y su preparación técnico-administrativa fueron, para su tiempo, ejemplares. Cabe preguntarse si, de no haber sido tan sistemática y zafiamente calumniado por la derecha, su palabra y su actitud habrían sido capaces de consolidar la República. Temo que no y que el simple hecho de plantearse la cuestión es recaer en el «punto de vista intemporal» al que él mismo se mostró tan propenso. (Entre otras cosas, careció por completo de «mirada sociológica»: también en esto era un hombre anticuado.) Entre el fascismo falangista o de Acción Española y el semifascismo de la CEDA por un lado, y el socialismo caballerista por el otro, no quedaba espacio para su proyecto político. Y por eso fue desbordado y finalmente mantenido prisionero y rehén, al frente de una causa bélica contra la cual estaba. Y en esto, en su incapacidad para sostener su decisión primera, cualesquiera que tuesen las consecuencias a las que ella pudieran llevarle o, por el contrario, romper, sí que fue lo que desde una actitud de praxis política cerrada sobre sí misma suele entenderse, peyorativamente, por un «intelectual». Su fin fue dramático y eso nos reconcilia con este hombre al que yo prefiero llamar, mejor que intelectual político, y por impracticable que se revelara ser su pequeño-burgués proyecto republicano, un auténtico político intelectual.

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