Los Reyes presidieron la sesión de ingreso de Carmen Conde

Aglomeración en la Real Academia de la Lengua

Los Reyes presidieron el domingo la solemne sesión de la Real Academia de la Lengua en la que Carmen Conde leyó su discurso de ingreso, y en la que le fue impuesta por el Rey la medalla que la acredita como académica. Guillermo Díaz Plaja le dio la réplica, mientras un público insólito llenaba sin precedentes los salones de la sede de los inmortales. La primera mujer académica, que no olvidó a sus predecesoras en las letras, en un discurso que estudiaba la poesía ante el tiempo y la inmortalidad, se sentaba en el sillón K, vacante tras la muerte de Mihura, en olor de multitud, para abrir las p...

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Los Reyes presidieron el domingo la solemne sesión de la Real Academia de la Lengua en la que Carmen Conde leyó su discurso de ingreso, y en la que le fue impuesta por el Rey la medalla que la acredita como académica. Guillermo Díaz Plaja le dio la réplica, mientras un público insólito llenaba sin precedentes los salones de la sede de los inmortales. La primera mujer académica, que no olvidó a sus predecesoras en las letras, en un discurso que estudiaba la poesía ante el tiempo y la inmortalidad, se sentaba en el sillón K, vacante tras la muerte de Mihura, en olor de multitud, para abrir las puertas a las de su género y romper una tradición de trescientos años. Rosa María Pereda hizo el reportaje que sigue.

A veces es necesario y forzoso /que un hombre muera por un pueblo / pero jamás ha de morir todo un pueblo / por un solo hombre. Citaba Carmen Conde a Salvador Espríu hablando de Cernuda y sus contemporáneos místicos, y ha sonado un aplauso, que parece una advertencia, y que es el tercero de la sesión: el primero entusiasta y fuerte, a la entrada de los Reyes, que van a ocupar los sillones presidenciales. El segundo, que inició don Juan Carlos, cuando la voz de Carmen Conde flaqueó, los nervios, a mitad del discurso. La académica bebió un sorbo de agua entre ovaciones, y recompuso esa actitud fuerte suya, a la que la conciencia del momento histórico, había tocado en la voz.Era el momento, la primera mujer en la Academia, lo que arrastró a las multitudes y a la Corona al sitial de la Real el domingo pasado. Hacía mucho frío esa tarde, y una cola insólita y helada, pese a las pieles de las señoras -mucho visón y mucho mouton-, se enfrentó con las costumbres gélidas de la Academia. Por las verjas se agolpaban en rigurosa fila las escritoras, los escritores, las feministas, los lectores sensibles a estas cosas, algunos amigos- seguramente de Murcia, familiares, alumnos de COU y de la Facultad, periodistas no acreditados en la Casa Real... Desde las seis de la tarde, con una hora de antelación, esperaron en la calle. La puerta se abrió cuando tenía que abrirse, y no se -recuerda tanto lleno desde la lectura de Aleixandre y la de Madariaga.

Carmen Conde estrenaba traje de académica, conscientes ella y su modista -presente en el salón- de que ese diseño marcaría casi un uniforme para las mujeres que le siguieran por las neoclásicas puertas recién abiertas. Un traje austero y elegante: gasa natural negra, largo hasta los pies y mangas también largas, que sólo se permitía la frivolidad de ese hilo de lamé dorado que marcaba sobre la tela un débil cuadro. Los académicos estaban algo perplejos: había venido el pleno menos Aleixandre, que aquejado por sus dolencias no se mueve de casa. Pero estaba Pemán, que compartió la presidencia con los Reyes, y Dámaso Alonso, Laín, Zamora Vicente, el cardenal Tarancón, Díez Alegría... A la vista de esa presidencia, en la que el tono palo de rosa del vestido de la Reina y los brillos rojos del fajín del cardenal jugaban con el negro dominante en la etiqueta, se sentía palpable la continuidad borbónica: arriba, el retrato de Felipe V, fundador de la dinastía española y de la Academia, era casi un símbolo.

El Rey: "Yo escribo versos"

«¡Quién pudiera realizar el prodigio de que fueras tú, Rosalía tan querida, la que ocuparas el sitio que el destino negara a tantas que, como tú, lo merecieron antes y mejor que yo! » Terminaba con estas palabras el párrafo de su discurso dedicado a la poetisa gallega, que no era la única: también fueron nombradas Gertrudis Gómez de Avellaneda y Carolina Coronado, y hubo alusiones a Margarita Nelken y Concepción Arenal. Un puñado de ilustres mujeres históricas en las que Carmen Conde, con el sano juicio de hacerlas compartir el análisis con varones poetas, como Cernuda, Bécquer o Unamuno y Juan Ramón, estudió el paso del tiempo, la idea de la inmortalidad, ella, que ya la pisa con este nombramiento.

En un momento se refiere a Carmen Bravo Villasante, que se ha quitado el luto blanco que llevaba y está en la sala: un murmullo que dice oscuramente: aquí hay otra académica. Y, seguramente, muchas de las que están sienten la oscura comenzón que antes de esta jornada no tentaba a las mujeres: Aurora de Albornoz, Susana y María Teresa March, Dolores Medio, Elena Soriano... Es emocionante cuando, al final, roto el protocolo de la salida real por la puerta del aula, Carmen Conde recibe el abrazo de Ernestina de Champourcin.

El cuartito de los académicos asiste, atónito, a la larga conversación de los Reyes y la académica. Doña Sofía alaba el discurso: «Qué bien lo has leído, qué hermoso discurso», con ese dulce, acento centroeuropeo. Bromean, y a la periodista se le escapa el tema, alguna cuestión de protocolo. Pero puede oír claramente que don Juan Carlos confiesa: «Yo escribo versos. Desde pequeño.» Y, para entonces ya la gente ha invadido esa biblioteca

Los Reyes presidieron la sesión de ingreso de Carmen Conde

contigua al salón de actos, y pone esa cara de sonreír a los Reyes, más simpáticos y más borbones que nunca.Carmen Conde ha cumplido ya ese momento en que el Rey le impone la medalla de los académicos, Y ha leído, con la solemnidad del ritual, el paso ceremonial: «Ahora la señora Carmen Conde tomará asiento entre los académicos.» Antes ha entrado, lleno ya el estrado y entre aplausos, por la puerta del fondo, después de que el Rey ordenara a esos caballeros de negro, Manuel Terán y Gonzalo Torrente Ballester, que fueran a recogerla y escoltarla. Reyes, académicos y público puestos en pie. Rechaza ahora, cuando ese momento empieza a ser historia y recuerdo -ya lo dice ella, el tiempo- los primeros impresos ofrecidos para la firma, mientras afuera, en la ventanilla de los discursos, los conserjes de la Academia se hacen valer. La Reina es la primera y la única que se lleva el ejemplar firmado por Carmen Conde. Nadie, seguramente, está tan escandalizado por el contraste entre el rito perfecto y ese aire popular de esta nueva. Monarquía, como los conserjes, marciales, uniformados con esa librea azul, francesa, que aguantan el acto en pie.

Guillerino Díaz Plaja, que dio la réplica a Carmen Conde, y abrevió el discurso a la vista del tiempo, definiría en sus primeras frases el sentido del viejo ceremonial: «La ceremonia es, en instituciones como la nuestra, una forma obligada de la expresión colectiva, cual corresponde al empaque de una institución que, por su documento fundacional, posee todos los privilegios, gracias, prerrogativas y excepciones que gozan quienes asisten y están en actual servicio de mi real palacio.» La ceremonia, hoy, ha estado al servicio de un cambio: una mujer en el estrado, ante esa imagen que la representaba hasta ahora: las sirenas emplumadas que, en su ausencia, sostenían, desde la techumbre, el lema de la Real.

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