Tribuna

Un Nobel para todos

Una vez más debemos saludar al enorme poeta de la generación del 27. Esta vez bajó la carga emocional ineludible, la alegría infinita y el sentimiento último de deslumbrante justicia, que el Premio Nobel de Literatura trae a todos los que nos sentimos deudores próximos de la gigantesca obra poética y de la amistad generosa de Vicente Aleixandre.El reconocimiento universal hace que desborde el convencimiento íntimo crecido en años de lealtad a su poesía, sembrados de alegrías y sobresaltos, de entusiasmos y enseñanzas: Aleixandre es para los poetas de mi generación no sólo el poeta preclaro del...

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Una vez más debemos saludar al enorme poeta de la generación del 27. Esta vez bajó la carga emocional ineludible, la alegría infinita y el sentimiento último de deslumbrante justicia, que el Premio Nobel de Literatura trae a todos los que nos sentimos deudores próximos de la gigantesca obra poética y de la amistad generosa de Vicente Aleixandre.El reconocimiento universal hace que desborde el convencimiento íntimo crecido en años de lealtad a su poesía, sembrados de alegrías y sobresaltos, de entusiasmos y enseñanzas: Aleixandre es para los poetas de mi generación no sólo el poeta preclaro del 27, sino el maestro vivo y permanente de obra en acción, de poema fresco y profundo, de oídos generosos y palabra ecuánime, de ejemplares equilibrios en años de caos y desvergüenzas.

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Su magisterio no fue nunca la construcción, de una capilla o un círculo sagrado, fue y es un magisterio abierto de puertas nunca cerradas a nadie, por él han pasado varias generaciones y ninguna fue marcada por el sello ambiguo de una tendencia. prefabricada. Aleixandre es para todos los poetas de la posguerra la influencia más benéfica recibida del 27, la que toca con más verdad la libertad creativa, la que se desgaja en brazos múltiples de servidumbres limitadas, de formas libérrimas, de expresión superreal, de entonación solidaria, de fortaleza idiomática de profundidad metafisica, de meditación afortunada.

El influjo de Vicente Aleixandre sólo se podía comparar con el que Juan Ramón Jiménez ejerció sobre los propios creadores del 27, y en esto parecen haber coincidido los académicos suecos que han buscado tanto en uno como en otro al poeta hercúleo que construyó un mundo abierto que no contempla la mímesis sino la fértil enseñanza. Por eso Aleixandre al recibir el Nobel premia con su triunfo a todos los que siempre han creído en su obra y la han elevado como ejemplo lúcido de una poesía española continuamente viva, transferida de generación en generación con rupturas, retrocesos, o saltos, pero nunca muerta.

Desde la aparición de Ambito en 1928, ese libro pocas veces calibrado en su valor y al que ya se comienzan a dedicar estudios reveladores de su importancia diferenciadora en la hora original de la generación, hasta la publicación de su último libro Diálogos del conocimiento, que fue una sorpresa deslumbrante para los críticos que vieron uña etapa nueva y profunda de la poética aleixandrina, nuestro poeta ha desarrollado una poesía amplia, insospechadamente amplia, donde quedan reflejadas las innumerables anticipaciones de Aleixandre, que hizo la poesía de sus sucesores, o mejor dicho que hizo posible esa poesía del futuro. Poeta fundacional, valiente, imaginativo, se inclinó muchas veces por los cambios radicales pese al contexto de una generación como la suya, que aunque nunca se negó a la modernidad fue en términos generales mucho más continuista.

El Nobel de Vicente Aleixandre lo hemos recibido como un Nobel de todos, es un premio a la fidelidad constante a la poesía, a una vocación sin límites que llena toda una larga vida. Ese reconocimiento universal que el premio implica, cimenta un prestigio que su poesía ya había conseguido libro a libro durante cincuenta años de militancia poética. La justicia está hecha, el poema tendido a los hombres para los que Aleixandre siempre escribió, el triunfo es de todos, el triunfo de la poesía.

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