Ray Zapata, el niño que no sabía que existía la gimnasia
El medallista español, que llegó a Lanzarote con cinco años desde la República Dominicana, no descubrió este deporte hasta muy tarde
Ray Zapata siempre recuerda que él empezó muy tarde a competir en la gimnasia y que solo lleva siete años al más alto nivel. Nacido en República Dominicana hace 28 años, llegó a Lanzarote con cinco y allí se instaló su familia. Hoy, con la plata olímpica en suelo en el cuello, recuerda también que cuando era niño siempre estaba subido a los árboles. “Siempre estaba allí arriba, parecía un mono, no tenía juguetes, mis juguetes era coger un coco y un mango, fruta no me faltaba”. No sabía, por aquel entonces, que existía la gimnasia. No supo que existía hasta que llegó a España, de hecho. “No la había visto por la tele ni por ningún lado hasta que mi madre decidió llevarnos a Canarias”, revive.
Allí empezó a entrenarse. Y allí vieron Gervasio Deferr (bicampeón olímpico) y el también exgimnasta y entrenador Víctor Cano que ese chaval tenía un talento que merecía ser pulido. Así lo recuerda Gervi, el último gimnasta española medallista hasta ahora, en Pekín 2008, al que Ray siempre ha considerado como un hermano mayor. “Es un chico que desde muy joven ha sido muy potente y desde muy joven ha estado alcanzando una altura en los saltos que para los demás era impensable. En la gimnasia española solo se vio algo parecido en mí”. Cano y él acudieron a un campeonato de España para seguirle en directo pero justo ese día se lesionó antes de la final y no pudo competir. “Lo estuvimos siguiendo igual en los entrenamientos. Tenía un talento especial. Nos lo llevamos a Barcelona [al Centro de Alto Rendimiento] porque en Madrid no podían invertir el tiempo que precisaba Ray, pero nosotros sí”.
Zapata tenía por entonces 11 años. Con 20, en 2013, ingresó en la selección nacional y se trasladó al CAR de Madrid, donde empezó a entrenarse a las órdenes de Fernando Siscar. Cosechó un bronce en potro en 2014 en una prueba de Copa del Mundo y en 2015 fue cuarto en suelo, en la misma Copa del Mundo. Ese año también se colgó el oro en los Juegos Europeos de Bakú 2015. En el Mundial de Glasgow de ese mismo año fue bronce; su primer gran triunfo. El que hacía presagiar un buen papel en los Juegos de Río 2016 donde, sin embargo, no consiguió pasar de la eliminatoria y terminó undécimo.
“En Río todo me pilló de nuevas, ahora estoy un poco más experimentado y sé cómo enfocar los nervios, sé lo que puedo conseguir y lo que no… soy más inteligente a la hora de enfrentarme a la competición”, contaba a este periódico en la primavera de 2019, ya recuperado de la operación en el tendón de Aquiles. Aseguraba, además, que tenía que volverse a repasar los aros olímpicos que tenía tatuados porque el amarillo ya casi no se veía. “Antes no clavaba, era como una pelota que salía disparado para otro lado; ahora ya clavo, pero con los hombros un poco agachados. Estamos cambiando eso para ganar décimas”, explica. En el ejercicio que le valió la plata este domingo en Tokio clavó ambas cosas.
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