Los riesgos de bautizar Luka (o Leo) a tu hijo

Las profesoras de mi hijo pequeño, que solo tiene tres años, me han advertido varias veces sobre una costumbre suya bastante curiosa:

- Solo responde si le llamamos Luka Modrić. Si nos dirigimos a él por su verdadero nombre, Luka Rodríguez, no nos contesta.

Quizá esa obsesión por el futbolista croata sea el resultado lógico de la insistencia que puse en bautizarle como él y de la disputa futbolística que generó la elección de su nombre en la familia. Porque a mi mujer y a mí, que tengo 39 años y regento el Urban Café de Cártama, a una media hora en coche de Málaga, nos une el amor, pero nos separa algo tan esencial como el equipo de fútbol: ella es del FC Barcelona y yo soy del Real Madrid.

Lo nuestro empezó como una amistad y terminó en el altar. De inundarnos el móvil de mensajes cuando nuestro equipo vencía al eterno rival pasamos a jurarnos fidelidad vestidos cada uno con los colores de su club: yo de blanco y ella de azulgrana. Recuerdo que Manolo, el juez de paz y acérrimo madridista como un servidor, le dijo en broma a mi mujer que con esa camiseta no la casaba.

Ahí empezamos una vida en común que siempre ha sido armoniosa excepto cuando llegó la hora de escoger el nombre de nuestros hijos. Especialmente con el segundo. Ella quería ponerle Leo, por Leo Messi, y yo Luka, por Luka Modrić. Gané yo porque esgrimí un argumento infalible: ella ya había elegido el nombre de nuestra hija mayor, Carla, que hoy tiene cinco años.

De hecho, la niña es la protagonista del giro más gracioso de toda esta historia. Entre una culé y un merengue resulta que nos ha salido colchonera. Como idolatra a una camarera que trabaja en mi bar y es del Atlético de Madrid, pues ha decidido que para ser como ella tiene que apoyar al mismo club.

Así es nuestra familia. Cada uno con sus colores, pero unidos en todo lo demás.