La primera noche en el Santiago Bernabéu fue la última con mamá
Rocío García: “Cumplí un sueño de niña junto a mi madre. Tengo grabada su sonrisa en el estadio antes de que nos dejara al día siguiente”
Tengo una fecha grabada en mi vida, el 3 de diciembre de 2005. Aquel sábado cumplí uno de mis sueños de niña: viajar para ver al Real Madrid en su estadio. Entonces tenía 20 años y para una futbolera como yo, que nació con un balón en los pies y luego llegaría a jugar en la Segunda División femenina, aquello era un acontecimiento. Por eso elegí la mejor compañía posible y me llevé conmigo desde La Línea de la Concepción (Cádiz), mi tierra, a mis tres mejores amigas -las llamo mis ángeles de la guarda- y a mi persona favorita en el mundo, mi mamá. Jamás hubiera podido imaginarme que esa iba a ser la última noche que pasáramos juntas.
A la gente siempre le impactó que tuviéramos esa relación tan cercana. Éramos, en realidad, como hermanas. Lo compartíamos todo, incluido el fútbol, por supuesto. Con un marido que había llegado a jugar como semiprofesional y una hija tan madridista como yo, supongo que no le quedaba más remedio... Sea como fuere, ella siempre estaba detrás de mí, apoyándome, hasta el punto de convertirse en la delegada del equipo donde yo jugaba entonces. De hecho, al día siguiente de estrenarnos en el Santiago Bernabéu nos fuimos directamente al campo de fútbol donde teníamos partido ese domingo. Pese a que la noté cabizbaja, abatida, y que hacía poco se había sometido a una operación de reducción de estómago, nada hacía presagiar que esa misma tarde la ingresarían en Urgencias y que al cabo de unas pocas horas se acabaría marchando.
De ese fin de semana que me cambió la vida tengo grabado un momento. Nada más pisar las gradas y quedarme embobada con la majestuosidad del feudo blanco, percibí una mirada acechándome, como una flecha lanzada por el propio Cupido. Era ella, mi madre. Sonreía con un atisbo de luz que jamás he vuelto a vislumbrar. Estaba feliz por verme cumplir uno de mis sueños más preciados, y yo solo podía sentir agradecimiento. A pesar de no estar bien, allí la tenía, a mi lado. Era mi faro, mi guía. La única capaz de mostrarme el camino en plena oscuridad. Su corazón dejó de latir y un trozo del mío se quedó en aquella mirada que recordaré eternamente.
Cuando mi alma necesita impregnarse de su esencia regreso a aquel instante mágico en las butacas del Santiago Bernabéu. Hasta hoy, ahora que tengo 37 años, el fútbol ha sido uno de mis principales refugios para superar su ausencia: ya sea encontrando una forma de evasión jugando en el césped o consuelo en el calor de las amistades forjadas en el vestuario.
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