El secreto para conectar con una hija adolescente

Mi hija mayor tiene 14 años y cada vez quiere saber menos de mí. Normal. En la adolescencia todos peleamos por forjarnos una personalidad, por construir una vida que cada vez gire menos en torno a los padres. Pero he encontrado un ritual que nos ha permitido estrechar vínculos como nunca: ir juntos al fútbol cada 15 días.

Hace un tiempo nos mudamos con la familia del barrio madrileño de Carabanchel a Getafe. Ahora tenemos una casa más grande y encima me queda más cerca mi trabajo en una fábrica en Fuenlabrada, también al sur de Madrid. Pero otra ventaja con la que no contábamos al principio ha sido tener un campo de LaLiga Santander a 10 minutos andando.

Como vi que mi hija se empezó a aficionar al fútbol con los cromos pensé que le gustaría ir un día a ver al Getafe CF al estadio. El año pasado nos sacamos el abono y ahora ya se ha convertido en una cita ineludible, en nuestro momento de mayor disfrute y unión. Y la cosa crece. A la pequeña, de 10 años, también le ha picado el gusanillo y le tuvimos que regalar el abono por su cumpleaños.

Los tres nos hemos convertido en azulones de pro y eso que yo he sido siempre del Real Madrid. Hasta tal punto nos hemos identificado con el club que la temporada pasada, cuando el Getafe estaba con el agua al cuello y el Madrid tenía el titulo encarrilado, preferí ir contra mis principios y desear por primera vez una derrota blanca. Este sábado, cuando estemos los tres en la grada del Coliseum Alfonso Pérez mientras los dos equipos se enfrenten de nuevo en la jornada 8, volveré a tener el corazón dividido.

Yo disfruto del fútbol desde muy pequeño. Recuerdo tardes enteras escuchando Carrusel Deportivo y los resúmenes en los programas del domingo por la tarde. Recuerdo ver los partidos en el cuarto de estar de mi casa y tirarme de rodillas en el pasillo tras algún gol madridista. Pero estas tardes de partidos y momentos junto con mis hijas son para mí lo más especial que me ha hecho vivir el fútbol hasta el día de hoy. Espero poder disfrutarlo durante muchísimos años.