Los Ángeles del Real Madrid
En la sierra de Guadarrama, la zona más alta de la Comunidad de Madrid, se respiran aires madridistas. Ángel Martín, de 72 años, que de pequeño se escapaba para hablar con Pirri, Di Stéfano, Santillana o Puskas en la concentración de Navacerrada, continua con el legado de su padre, también Ángel, en el pueblo de Los Molinos
Solo siete kilómetros separan el bar Los Ángeles, punto de encuentro del pequeño pueblo madrileño de Los Molinos para ver al Real Madrid (tiene contratado el canal LaLigaTV Bar), del Arcipreste de Hita de Navacerrada, posiblemente el hotel más famoso de la España de los sesenta por sus constantes apariciones en la prensa y radio de aquellos años. No-do incluido. Allí se concentraba el Real Madrid de la época antes de los partidos. El de Di Stefano y Puskas, el de Paco Gento y Amancio, los amos indiscutibles de Europa. El bar de Los Molinos ya existía entonces. El hijo del dueño, Angel Martín, cogía el coche de algún amigo y se plantaba con cualquier excusa en el hotel. “Y me ponía a charlar con los jugadores. Antes eran mucho más accesibles”, recordaba el pasado sábado Martín, que heredó el bar de su padre y lo convirtió en un templo madridista en un pueblo que no alcanza los 5.000 habitantes.
Martín tenía nueve años y Los Molinos, 1.600 habitantes en enero de 1960, cuando el Real Madrid decidió por primera vez concentrarse en el Arcipreste de Hita, el hotel que los recibiría durante los 14 años siguientes y en el que se gestaría el espíritu (y la famosa foto de Raúl Cancio con los jugadores y las pelucas) del Madrid ye-yé, campeón de Europa en 1966 con una alineación inicial integrada exclusivamente por futbolistas españoles. En las paredes del restaurante del hotel cuelgan decenas de fotografías de aquella época. Antonio Herrero, hijo del fundador del hotel —también Antonio— lo llama El rincón de Raúl Cancio, en homenaje al fotógrafo de EL PAÍS, que en los años sesenta trabajaba en la sección de Deportes del diario Pueblo. “Aquí, mi padre y el entrenador Miguel Muñoz, que era muy supersticioso, tomaban una copita de chinchón. Una vez, antes de un partido, el bus del equipo se marchó sin que ellos pudieran tomar el trago. Muñoz pidió al chófer que regresara para repetir el ritual”.
El sábado Martín quedó como de costumbre con las viejas glorias del equipo local de Los Molinos para ver el partido del Madrid contra el RCD Espanyol de Barcelona y vivir juntos la consecución de un nuevo título liguero. Son amigos desde que hace 50 años jugaban juntos al fútbol. Les gusta recordar cuando vencieron a “aquel equipo de Segovia” de cuyo nombre no quieren o pueden acordarse; un hito del deporte local que tuvo lugar en el campo García de la Mata, en Madrid. La final de Tercera Regional.
El bar lo abrió el padre de Ángel Martín —también Ángel y Martín— en 1956. Está revestido en madera por fuera, “para ser un típico bar de la sierra”. A la mesa, acompañados por el bullicio de parroquianos, se sientan Marino, Palomo, El Alemán y El Argentino. Tipos a quienes la vida fue depositando, sin razón aparente, en el mismo lugar; tipos a quienes la pasión por un equipo de fútbol, el Real Madrid, ha vinculado de manera perenne con ese bar, el más merengue de la localidad. Presumen de vivir en el pueblo, ellos no son veraneantes como muchos de los madrileños que en julio y agosto provocan que la población se triplique. Son vecinos, y con esos motes los conoce y los llama todo el mundo en el pueblo.
Fuera de las cuatro paredes de aquel bar, colgadas ya las botas y escondida en el armario la zamarra del club de fútbol de Los Molinos, Marino es Juan Carlos Pérez, criado en Barcelona, de 62 años. Lo trajo una cirugía. Durante la mili, debió operarse en el Sanatorio de la Marina, inaugurado en el pueblo en 1943 y especializado, en sus comienzos, en el tratamiento de tuberculosis, gracias a un entorno conocido por la pureza de su aire. La clínica es hoy un edificio abandonado. “Estuve un año y medio y regresé a casa, pero los amigos que hice aquí me dijeron que tenía que volver, al menos, para conocer las fiestas. Y así hice. Vine, me enganché a una molinera y aquí llevo cuarenta años”, cuenta Marino, que elige ver el definitivo encuentro contra el RCD Espanyol en Los Ángeles a pesar de tener el canal para usuarios particulares contratado en casa. “Ya verás el ambiente”, anticipa a quien le inquiere el porqué de su decisión; acude, además, vistiendo camiseta perica, sin que extrañe a sus compañeros, que lo saludan y lo abrazan.
El primero en estrecharlo fue Palomo, José Luis Moreno Palomo, fuera de las cuatro paredes de aquel bar. Palomo hizo el camino inverso. Creció en Los Molinos, jugó también en el equipo, pero durante la mili lo enviaron al cuartel ferroviario del barrio de Sant Andreu, en Barcelona. “Fue en 1978. Vi los goles de El Matador Kempes que le dieron a Argentina su primer Mundial”, recuerda. “Luego de que Perú les regalara aquel 6-0″, bromea. “¡No te pases!”, interrumpe El Argentino, que fuera del Los Ángeles se convierte en César Stebane.
“Soy del Madrid desde antes de llegar a España”, asegura El Argentino. “Mi padre me llevaba al Monumental a ver al River de Pinino Más”, dice. Y alguien interrumpe: “¡Que también jugó en el Madrid!”. Stebane, ingeniero electrónico de 54 años, llegó a España hace 28, para trabajar como director de la estación de esquí de Baqueira-Beret, en el valle de Arán, en el Pirineo catalán. “Conocí a mi mujer, que es de la sierra de Cercedilla, y me fui para allí, aunque en realidad vivo más cerca de Los Molinos”, aclara como quien demuestra un pedigrí, como si gritara “no soy forastero”. Precisamente, el campo del Cercedilla es el que utilizaba el Real Madrid de Miguel Muñoz para los entrenamientos durante las concentraciones en el Arcipreste de Hita. Los lazos de la zona con los merengues están por todas partes…
De los jugadores del equipo de Los Molinos arremolinados en la mesa de aquel bar, uno de los que más lejos llegó fue El Alemán, Ricardo Heyroth, quien, en verdad, nació en Madrid en 1956, justo cuando abría sus puertas el bar Los Ángeles. Sus padres, alemanes, llegaron a España en 1929, su padre Joachim, incluso, llegó a ser íntimo amigo de Santiago Bernabéu. Fue, cuenta, su testigo de boda, e hizo socio al pequeño Ricardo a los seis añitos, hace ya seis décadas. Su carnet lo atestigua: socio número 1.823. “Bernabéu me ofreció probar a jugar en el Real Madrid, pero en su momento preferí dedicarme a otra cosa”, cuenta. Aunque sí llegó a disputar partidos de Tercera en la AD Colmenar Viejo. El Alemán sí es, de los cuatro, el único afincado lejos. Viene a Los Molinos los fines de semana. Con los partidos del Real Madrid como obligación compartida. “¡Cuando lo dejamos entrar!”, prorrumpen a coro, entre risas, sus amigos.
En la barra, Ángel Martín y su mujer, Lola Bermejo, continúan con el servicio a los clientes. “Hemos construido juntos este bar” dice. “La gente viene sobre todo a tomar algo, a picar alguna ración de calamares o de callos. Los días de fútbol son muy importantes para mantener a nuestros clientes”. Los hosteleros contratan LaLigaTV Bar, el único canal autorizado para la emisión de partidos de LaLiga Santander y de LaLiga SmartBank. Martín fue presidente del equipo del pueblo y, en sus tiempos de jugador, probó suerte en el Navacerrada, donde compartió plantel con Antonio Herrero, el dueño del Arcipreste de Hita. Quedan patentes, de nuevo, esos lazos madridistas, invisibles pero imborrables, que trenzan la amistad de este grupo con el de ese otro pelotón de jugadores que, a las órdenes de Ancelotti y haciendo infinitamente felices a los reunidos en Los Ángeles, acaba de proclamarse campeón de LaLiga Santander. Cuando el Real Madrid marca un gol, Martín saca una vieja trompeta azul que “algún amiguete le regaló hace 40 o 50 años”. El sábado pudo hacerla tronar cuatro veces. Y luego incontables veces más, para celebrar el 35º campeonato liguero del club más ganador de España.
El canal de los hosteleros
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