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Mundial de Rusia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Apocalipsis ahora

Diego Armando Maradona es el Keith Richards del fútbol. Alguien que, en buena lógica, no debería estar ya con nosotros. Cosa de la que nos alegramos mucho, en especial por Keith

Diego Maradona, durante el partido entre Argentina y Nigeria.
Diego Maradona, durante el partido entre Argentina y Nigeria.OLGA MALTSEVA

El fútbol saldrá de este Mundial pareciendo un deporte. Puedo entender que eso entristezca a más de uno. Lo de la justicia poética era delicioso, la dulce derrota, puro Shelley y el sonajero de la mala suerte fueron —junto al acné—, fiel amigo de nuestra adolescencia. Pero en cuanto llega la ciencia, reconozcamos que se ve con claridad que éste no ha sido más que un juego de abusones y fingidores. Con la luz eléctrica se acabó la novela gótica y los cuentos de lobos y fantasmas. Del mismo modo eso de que las camisetas ganan partidos, que hay miedos escénicos como catedrales y que en esa curva me maté yo, se van a ir quedando en los huesos de lo defendible.

Lo que había era, entre otras cosas, el bloqueo psicológico de árbitros y las componendas de rigor. Sin el VAR no hay gol de Corea del Sur en el minuto 92 ni penalti a Irán que valgan. Eso y la globalización del jugador ha hecho que ni el equipo más modesto haya dejado de competir en este Mundial. Otra cosa es que el fútbol nos guste menos a partir de ahora o se convierta en algo menos silvestre y atolondrado. Como en la canción de los Doors, con el VAR, nos amaremos dos veces: en el momento y en la fotografía de ese mismo momento, en el que sabremos si aquello fue lo que fue o puro teatro.

Pero no deja de ser paradójico que mientras la técnica disuelve el oscurantismo y, hasta cierto punto, señale el empecinamiento del aficionado o periodista sectario, desde el punto de vista religioso también haya noticias. En lo que resulta una revelación trascendente y revolucionara para ateos, agnósticos y uruguayos, hay bastantes pruebas de que Dios existe y que el pueblo elegido sea Argentina. Israel, en esta ocasión, ni aparece en las apuestas, quizás en represalia por lo de Eurovisión.

La clasificación de la selección albiceleste fue desesperada y épica. Un indiscreto Messi señaló que sabía que Dios quería que Argentina se clasificara. Entendemos claramente que es un Dios al cual lo que pase en Islandia y Nigeria le trae al pairo. No hay problema. Conocemos a ese tipo de dios jefe pandillero, celoso y camorrista. Pero avancemos. Tenemos un Papa, esto, argentino. ¿Por qué? Porque el anterior Papa decidió abandonar. ¿De dónde era Ratzinger? De Alemania. ¿Dónde está ahora la selección alemana? En el aeropuerto. Ahora sabemos que a Dios, la decisión de Ratzinger no le gustó.

La casi certeza de la existencia de un Dios argentino nos lleva a plantearnos muchas preguntas. Desde los estigmas en la cara de Mascherano a por qué Fito Páez. Pero la más acuciante pregunta es, claro, la mano de Dios. Diego Armando Maradona es el Keith Richards del fútbol. Alguien que, en buena lógica, no debería estar ya con nosotros. Cosa de la que nos alegramos mucho, en especial por Keith. Su inmortalidad, ahora lo sabemos, tenía que ver con que Dios era argentino (y, obvio, le gustan los Stones hasta el 78). Pero ¿qué tipo de ángel o demonio es La Mano de Dios…? En el gol de Messi, entra en trance y farfulla un conjuro adánico, cabalístico, precristiano. En el gol de la victoria, Diego se alza, recogido por la cintura por uno de sus fieles, en posición de ascensión mariana. Pero lo sobrenatural es que, en esos momentos, el único rayo de sol que daba en el estadio de San Petersburgo era el que alumbraba el palco de Maradona. El único. Aprovechen para convertirse. Argentina va hacia el Apocalipsis del que sólo sobrevivirá, en efecto, Maradona.

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