Brasil acaricia su primer Oscar en un ambiente de carnaval y Mundial de fútbol
‘Aún estoy aquí’, candidata a tres premios, incluido mejor película, impulsa el orgullo nacional y cambios para las víctimas de la dictadura
Brasil está en una nube desde que Fernanda Torres, 59 años, dio la sorpresa al ganar el Globo de oro a la mejor actriz de drama con Ainda Estou Aqui (Aún estoy aquí). Empezó entonces a tomar forma el sueño de conquistar el primer Oscar de la historia, que recibió un impulso formidable con las tres candidaturas en las que compite el próximo domingo: mejor actriz, película extranjera y mejor película a secas. Este país feliz, pero...
Brasil está en una nube desde que Fernanda Torres, 59 años, dio la sorpresa al ganar el Globo de oro a la mejor actriz de drama con Ainda Estou Aqui (Aún estoy aquí). Empezó entonces a tomar forma el sueño de conquistar el primer Oscar de la historia, que recibió un impulso formidable con las tres candidaturas en las que compite el próximo domingo: mejor actriz, película extranjera y mejor película a secas. Este país feliz, pero aquejado de una baja autoestima, saborea el reconocimiento internacional para un filme que le ha catapultado a la liga de los grandes. Aún estoy aquí narra la lucha de Eunice Paiva (1929-2018), la esposa de un desaparecido en la dictadura brasileña, para conocer el paradero de este, obtener justicia, sacar adelante a sus cinco hijos y reconstruir su vida. El brutal duelo que libraron los internautas brasileños con Emilia Pérez, en enero, amainó al salir a la luz los tuits racistas y xenófobos de la española Karla Sofía Gascón. Brasil acaricia la gloria en el ambiente de euforia de los Mundiales de fútbol y en pleno carnaval.
La gala de los Oscar coincide con la ocasión esperada del año para buena parte de los brasileños, el carnaval, ese abrumador despliegue de diversión desinhibida con el que el país marca el arranque del año. Por eso proliferan las fernandas torres en los festejos de precalentamiento carnavalesco. Y Globo, que participa en la producción de la cinta, romperá una tradición de décadas: la emisión en directo de los desfiles en el sambódromo de Río de Janeiro. El domingo sustituirá, en casi todo el territorio nacional, la samba por la gala de Hollywood para premiar el mejor cine del año. Con una excepción, los espectadores del Estado de Río, donde Globo seguirá la competición de las escuelas de samba.
Desde que Aún estoy aquí empezó a asomar la cabeza en el circuito internacional, el vigoroso universo internauta brasileño —es uno de los países más enganchados a las redes sociales— se volcó en una campaña gigantesca de entusiasmo desbordado. En ocasiones, con virulencia. En un incidente ocurrido antes de que Gascón quedara fuera de juego por sus pronunciamientos xenófobos, Fernanda Torres salió a parar los pies públicamente a sus seguidores después de que la española se quejara en una entrevista. “Hay gente que trabaja con Fernanda Torres que habla mal de mí y de Emilia Pérez”, lamentó Gascón. En cuestión de horas, la brasileña posteó un vídeo en Instagram en el que alababa el cariño con el que la recibió Gascón en Los Ángeles e imploraba a sus seguidores: “No vamos a crear esa cosa de que esto es cosa de uno contra el otro. ¡Por el amor de Dios!”.
Torres también logró gestionar con habilidad otra polémica con enorme potencial dañino en el mercado estadounidense. Cuando apareció en redes una participación televisiva de 2008 en la que se pintó la cara para interpretar un personaje negro, inmediatamente pidió disculpas. Los internautas brasileños masacraron sin piedad al autor de la primera crítica negativa del filme, publicada en el diario Le Monde.
En el plano psicológico, la película ha restaurado el orgullo nacional de los brasileños, herido de muerte con la humillación del 7-1 ante Alemania en casa hace más de una década, en el Mundial de 2014. “A partir de ahí todo fue mal”, recordaba este miércoles a Estadão uno de los productores de la película, Rodrigo Teixeira. Como la selección de Neymar ya no da grandes alegrías, los brasileños buscan héroes en otras disciplinas. Y ahora le toca al cine. Desde esa lógica, han abrazado con tantísimo fervor la película y a su protagonista estelar. El presidente, Luiz Inácio da Silva, invitó el pasado lunes a varios de sus ministros al cine del palacio de la Alvorada a ver juntos el filme.
En el aspecto económico, los cinco millones de espectadores en las salas brasileñas son un espaldarazo inigualable para la industria cinematográfica nacional, que tardó mucho en tomar aliento tras la pandemia. Y en lo político, la historia de Eunice Paiva y su marido, Rubens, ha mostrado a muchos brasileños que la dictadura también destruyó familias de bien, no solo mató guerrilleros. El éxito en taquilla se ha traducido en un impulso a la exigencia de que se esclarezcan los crímenes de la dictadura (1964-1985) y que los responsables rindan cuentas pese a la ley de Amnistía. Un debate agitado por la actualidad judicial y la acusación de golpismo contra el expresidente Jair Bolsonaro.
Paiva, un ingeniero y diputado que perdió el escaño cuando los militares cerraron el Congreso, llevaba una vida feliz con su familia en Río de Janeiro, aparentemente ajena a la represión de los militares. Todo cambió cuando unos agentes de paisano tocaron la puerta de su casa y se lo llevaron con su esposa y una hija para interrogarlos. Nunca más supieron de él.
Gracias a la película, basada en un libro de su hijo, Marcelo Rubens Paiva, los certificados de defunción de las víctimas del régimen militar acaban de cambiar. Ahora explicitan como causa “muerte violenta y no natural, causada por el Estado brasileño como resultado de la represión política durante el régimen dictatorial instaurado en 1964″. Decenas de jóvenes se plantaron hace unos días a pedir justicia ante el domicilio de uno de los cinco militares señalados por la Comisión de la Verdad como implicados en el asesinato y desaparición de Paiva. Tres de ellos han fallecido.
Brasil nunca ha conquistado un Oscar, ni tampoco un Nobel, lo cual supone una herida profunda para un país de 212 millones de habitantes, pacífico, que cae bien en la esfera internacional y aspira a sentarse en el Consejo de seguridad de la ONU. Las cinco copas del mundo y los dos Pritzker de Arquitectura que atesora son un cierto consuelo, pero el sexto Mundial se resiste todavía.
Esta edición de los Oscars que podría suponer otra conquista: la reparación de lo que en Brasil se considera una deuda de Hollywood con su gran dama de la interpretación, Fernanda Montenegro, de 95 años, madre de la candidata actual y aspirante ella misma a mejor actriz en 1999 con Central do Brasil (Estación Central do Brasil). También se cerraría un círculo para otra persona, el director de aquella y de esta película, el veterano cineasta Walter Salles. El productor Teixeira hizo felices a sus compatriotas cuando reveló que el mismísimo Martin Scorsese escribió un email a Salles “de director a director” para elogiar Aún estoy aquí.
Cinéfilos al margen, Brasil ha descubierto a Torres, una veterana del oficio que borda múltiples registros, se maneja con soltura y humor en entrevistas televisadas en varios idiomas y despliega elegancia en cada portada. La actriz, que llegó al proyecto de su vida porque la primera opción renunció, brilla con luz propia tras décadas a la sombra de su madre. Montenegro aparece brevemente en Aún estoy aquí como una Eunice anciana, sin pronunciar una palabra. Ella saborea este momento tan dulce como inesperado para su familia y para su país sin pensar en retirarse. En unos días estrena película.