María Antonieta nunca muere: la reina sin poder que logró conquistar su época (y también la nuestra)
Una exposición en Londres recorre la moda y el arte de su tiempo, que la monarca supo convertir en instrumentos de influencia, mientras su figura vuelve a impregnar la cultura contemporánea
María Antonieta lleva más de dos siglos muerta, aunque no siempre lo parezca. En Londres, el Victoria & Albert Museum la ha convertido en la gran protagonista del otoño cultural. La exposición ...
María Antonieta lleva más de dos siglos muerta, aunque no siempre lo parezca. En Londres, el Victoria & Albert Museum la ha convertido en la gran protagonista del otoño cultural. La exposición Marie Antoinette Style, un recorrido por la moda y las artes decorativas de su tiempo, se acerca a las 100.000 visitas y tiene todas las entradas agotadas hasta enero. En sus abarrotados pasillos, con una clara mayoría de mujeres de todas las edades, la muestra reúne cerca de 300 obras, vestidos y objetos, incluidos 17 préstamos de Versalles que nunca habían salido de Francia. No se limita al inventario de reliquias, sino que propone un análisis de esa devoción que nuestra época sigue proyectando sobre la consorte de Luis XVI, pese a su final en la guillotina.
La exposición, que se puede ver hasta el 22 de marzo, examina cómo una reina sin poder político logró imponerse mediante un uso estratégico de la moda y de la escenificación de un papel de cara al público, en un gesto de modernidad poco común. En las salas domina su vestuario, epítome del lujo de su siglo. Por ejemplo, el vestido de boda de la reina de Suecia de 1774, réplica de un atuendo de María Antonieta hoy perdido y quizá la pieza más imponente, con un corsé rígido e hilos de plata que le dan un aire de armadura. Se exhiben también sus zapatillas de seda, joyas y accesorios, una butaca con su monograma y la jatte-téton de porcelana de Sèvres, una taza en forma de seno cuyo realismo alimentó la leyenda de que se había moldeado sobre el pecho de la reina. Como tantas cosas en torno a María Antonieta, era falsa.
Del brillo a la oscuridad, el recorrido se cierra con su linchamiento público en los años previos a su ejecución en 1793, a los 37 años. Caricaturas pornográficas la dibujaron como lesbiana y depravada, mientras que algunos panfletos la rebautizaron con el apodo de Madame Déficit, munición de la propaganda revolucionaria. En su tramo final, la muestra londinense expone el camisón blanco que llevó en la prisión de la Conciergerie, la hoja de guillotina a la que se atribuye su ejecución —procedente de la colección histórica de Madame Tussauds—, un medallón con sus cabellos entrelazados con los de su hijo y la nota final en su libro de oraciones: “Dios mío, ten piedad de mí. Mis ojos ya no tienen lágrimas para lloraros, mis pobres vástagos. Adieu, adieu”.
Antes de ese final, la decimoquinta hija de María Teresa de Austria supo conquistar su época gracias a su deslumbrante imagen. Lo hizo con método: trabajó con Rose Bertin y Léonard Autié, arquitectos de su silueta y precursores dieciochescos de los actuales estilistas, y contó con la complicidad mediática del Journal des dames, la revista Vogue de la época. Desde adolescente entendió el teatro de Versalles y supo explotarlo: en la coronación de su marido, con apenas 18 años, lució un vestido bordado y guarnecido con zafiros que acaparó todas las miradas.
Su chemise à la reine, una túnica de muselina blanca sin corsé ni miriñaque, marcó un punto de inflexión frente a la rígida etiqueta cortesana. Se atrevió con estampados animales y popularizó la toile de Jouy, algodón estampado en un solo color con escenas pastorales, que pasó del tapizado y las cortinas al vestido. “Era muy inteligente y su relación con la moda fue estratégica, no superficial. Como reina joven y consciente de su imagen, entendió la ropa como poder blando y como motor de la naciente industria francesa del lujo”, explica la comisaria de la muestra, Sarah Grant.
“Sin eximirla de su responsabilidad, la Revolución utilizó herramientas de descrédito y las aplicó con una violencia inédita: era la mala reina, la mala mujer y la mala madre”, dice la historiadora Cécile Berly
La reina nunca desapareció, pero hoy está en todas partes. En 2026, el Castillo de Fontainebleau, en la periferia sur de París, dedicará la programación de todo el año a María Antonieta, restaurará los Grandes Apartamentos para devolverles su aspecto dieciochesco e inaugurará una muestra sobre el paso de la reina por el château, el único de Francia habitado por todos sus soberanos. Mientras, la segunda temporada de la serie María Antonieta —una coproducción de la BBC y Canal+, disponible en España en Movistar Plus+— sigue acercando su biografía al gran público. Y en la pasarela, el debut de Alessandro Michele para la nueva colección de alta costura de Valentino retoma el imaginario versallesco con siluetas monumentales y detalles de época reinterpretados, en una prueba adicional de que el estilo de la reina sigue siendo un repertorio vivo.
En realidad, María Antonieta no solo dio forma a la moda y a las artes de su tiempo, sino a dos siglos de cultura visual. La muestra londinense documenta su resurrección decimonónica, impulsada por Eugenia de Montijo, fan absoluta de su predecesora: un relato romántico y sentimental que disparó la demanda del estilo “a la francesa” y reinstaló sus códigos en el gusto burgués. Después aborda las fantasías de las primeras décadas del siglo XX, con el Petit Trianon idealizado como decorado de evasión, belleza y exceso, y desemboca en su legado contemporáneo en moda y cine. Desfilan siluetas de Dior, Chanel, Vivienne Westwood, Valentino y Jeremy Scott para Moschino, con pelucas extragrandes y armazones reimaginados, junto a los zapatos que Manolo Blahnik creó para la película de Sofia Coppola en 2006.
Mal acogida en su estreno pero muy influyente después, la María Antonieta de Coppola se atrevió a calzar a la reina con zapatillas Converse, a convertir Versalles en algo parecido a una rave y, sobre todo, a reducir la Revolución Francesa a un plano general de tres segundos. La directora se inspiró en la lectura benevolente de la biografía de Antonia Fraser, que ayudó a alterar su imagen, de la déspota derrochadora que ignoró a conciencia la hambruna que carcomía su país a una adolescente cándida, hedonista y mártir de la Revolución, cuya mala reputación sería solo resultado de clichés misóginos. Tal vez la verdad se encuentre en el punto medio.
La exposición no la absuelve, pero se esfuerza en abrir perspectivas. Si la miramos con fascinación es porque nos resulta muy contemporánea: María Antonieta demuestra cómo una mujer sin poder puede conquistarlo gracias a un uso astuto de su imagen pública. Y cómo la sociedad responde a ese fenómeno con admiración y deseo de imitarla, hasta que el ciclo se agota y la fascinación se convierte en crueldad y escarnio. El escritor Adam Thirlwell, que en El futuro futuro (Anagrama) narró la injuria pública de una mujer en el París de María Antonieta —con cameo de la propia reina en su novela—, lo resume sin rodeos. “María Antonieta es la víctima más famosa de la difamación masculina. La maquinaria que fabricó su reputación fue la misma para muchas otras mujeres: un lenguaje que flota libre de toda responsabilidad”, afirma el autor británico. “No deberíamos ser tan provincianos como para creer que nuestra era es única. Es solo que ahora la violencia usa medios distintos que en el pasado”.
Su caso se anticipa a un fenómeno reconocible: de Kim Kardashian en adelante, la imagen sustituye gradualmente a la identidad, mientras la intimidad deja de existir para volverse un escaparate permanente. No es casual que su ex, el cantante Kanye West, la calificara como “la María Antonieta de nuestro tiempo”, ni que la interesada se disfrazase de la reina para el anuncio de una bebida energética en 2015. Hoy abundan los ecos de la malograda reina en innumerables embajadoras de marcas de lujo sin derecho a la palabra, pero omnipresentes en el mundo, en una galería de personalidades sin un oficio claro que hacen girar la economía mundial.
“María Antonieta puede ser considerada, en cierto modo, una de las primeras influencers de la historia”, afirma la historiadora francesa Cécile Berly, especialista en el siglo XVIII y autora de Guillotinadas (Fondo de Cultura Económica), un ensayo sobre las mujeres sentenciadas en 1793. El libro investiga el alcance de su campaña de desprestigio. “Sin eximirla de su responsabilidad, la Revolución utilizó herramientas de descrédito y las aplicó con una violencia inédita. Hacia 1789 ya llevaba una década siendo objeto de un odio visceral: era la mala reina, la mala mujer y la mala madre”, dice Berly. Para la historiadora, María Antonieta no puede ser considerada feminista en sentido estricto, ya que fue ajena a cualquier tipo de lucha por la igualdad, pero sí encarna “un precedente de emancipación, al reivindicar espacios propios y participar en el surgimiento de un derecho a la intimidad”.
La actual relectura del personaje llega con ciertas correcciones. Por ejemplo, que el célebre “Que coman pastel” es apócrifo, como ya apuntó Fraser al publicar su biografía en 2001. Como explica el historiador Colin Jones en el catálogo de la muestra londinense, esa atribución se fijó décadas después de su muerte y procedería de una “gran princesa” citada por Rousseau en sus Confesiones. La frase prosperó porque reflejaba el resentimiento de un país que sabía lo que era el pan negro, la carestía y la más flagrante desigualdad. Cualquier parecido con el presente, con ciudades privatizadas para celebrar bodas de millonarios y expresidentes entre rejas en un país sumido en el déficit y donde se respiran aires de fin de reino, es solo pura coincidencia.