La nueva vida de Frankenstein: el monstruo que inauguró la ciencia ficción está más vigente que nunca en la era de la IA
Películas y libros regresan a la criatura creada por Mary Shelley, que se proyecta hoy en miedos como los robots humanoides, las investigaciones científicas extremas o las tecnologías más peligrosas
Es probable que esta noche de Halloween veamos por las calles cabezas con grandes tornillos de plástico, máscaras de imitación piel en tonos entre el gris y el verdoso, zapatones de suela esperpéntica y cicatrices de quita y pon. Tal vez admiraremos también con alguna peluca bicolor ―inmensa, recogida, un poco al estilo pin up― y vestidos color muerte, a juego con largas pestañas y uñas. Son disfraces de la inmortal criatura y su novia creados por el doctor Frankenstein, que permean el imaginario popular del horror desde las primeras películas que llevaron la novela de Mary Shelley a la...
Es probable que esta noche de Halloween veamos por las calles cabezas con grandes tornillos de plástico, máscaras de imitación piel en tonos entre el gris y el verdoso, zapatones de suela esperpéntica y cicatrices de quita y pon. Tal vez admiraremos también con alguna peluca bicolor ―inmensa, recogida, un poco al estilo pin up― y vestidos color muerte, a juego con largas pestañas y uñas. Son disfraces de la inmortal criatura y su novia creados por el doctor Frankenstein, que permean el imaginario popular del horror desde las primeras películas que llevaron la novela de Mary Shelley a la gran pantalla. La última es la de Guillermo del Toro, con Jacob Elordi en el papel del monstruo y Oscar Isaac en el de mad doctor, estrenada en los cines españoles el 24 de octubre y en Netflix a partir del 7 de noviembre. Y en marzo se estrena The Bride!, dirigida por Maggie Gyllenhaal, con Jessie Buckley como la novia del “horrendo ser”, interpretado por Christian Bale, con la participación de Penélope Cruz, Peter Sarsgaard y Annette Bening.
Pero una película no es un libro y si, como dice el crítico cultural George Steiner en Errata (Siruela 2020), todo intento “de comprensión, de ‘correcta lectura’, de recepción sensible es siempre histórico, social e ideológico”, el Frankenstein de este siglo XXI ilumina miedos como el descontrol de la IA, de los robots humanoides, o las investigaciones que prometen alargar la vida. Terror tecnológico en estado puro.
Agresividad y violencia científica
Este año, la novela visionaria de Shelley, reeditada por Nórdica (la misma editorial que publicó Mary Shelley, biografía ilustrada en 2024), viene acompañada por otros escritos de la autora británica, como Mathilda (Mar de Fondo, 2025) o Mi corazón congelado, sus diarios desde 1814 a 1840 (Alquimia, 2025). Pero es con Frankenstein con el que Shelley (Londres 1797-1851) inaugura el género de ciencia ficción al crear el primer hombre artificial. Y es un libro muy contemporáneo, porque “la inquietud por el destino de cada uno de los personajes se cruza de una manera impresionante con la pregunta por el destino de la humanidad. Ese planteamiento, tan arraigado en su tiempo, está más vigente que nunca. La avanzada científica, sin regulación de ningún tipo, produce historias de terror”, alerta Esther Cross, autora de La mujer que escribió Frankenstein (Minúscula, 2022).
Desde su publicación en 1818, la novela funciona como “una pantalla de proyección sobre peligros y límites de la ciencia. Hace un tiempo fue la manipulación genética, después energía nuclear, y ahora la inteligencia artificial”, reflexiona Fernando Vidal, especialista en Historia de las Ciencias por la universidad de Harvard. Para Brian Merchant, autor de Sangre en las máquinas (Capitán Swing, 2025), la clave de la distopía frankensteiniana es que no es un discurso contra la ciencia y la tecnología, sino contra su uso interesado e irresponsable. El problema es la violencia científica y tecnológica, la agresiva implantación de innovaciones que pueden acabar resultando perjudiciales. “¿Una historia sobre un fundador descuidado que lanza imprudentemente una nueva tecnología peligrosa sin tener en cuenta quién podría sufrir como consecuencia? Podría estar describiendo fácilmente tanto a Sam Altman como a Mark Zuckerberg”, explica Merchant en conversación por correo electrónico.
En la novela de Shelley, la locura egocéntrica de Victor Frankenstein reside en ambicionar sin límite tus propios sueños. “No hay que olvidar que Frankenstein es el nombre del científico, no el de su creación, que en verdad no tiene nombre”, subraya Vidal. Algunos estudiosos interpretan el tratamiento que Shelley da al monstruo también como la forma en que algunos empresarios de la revolución industrial trataban a los trabajadores de la época. Eran emprendedores “dispuestos a hacerlos sufrir en sus experimentos con el uso de la tecnología para maximizar la producción y los beneficios”, dice Merchant. Eran innovadores que despreciaban la vida humana, cegados por su objetivo de gloria, dinero y poder, “una situación no tan diferente a la de ahora”, según Merchant. Tres de los hombres más poderosos del mundo son Elon Musk, que ensaya su proyecto NeuroLink con primates; Mark Zuckerberg, que acaba de crear un laboratorio secreto de “superinteligencia” para superar las capacidades humanas; y Jeff Bezos, cuyo imperio Amazon se sustenta en la milimétrica vigilancia de la productividad de sus trabajadores, mientras busca sustituirlos por robots.
Londres tenebroso
“El viejo mundo se está muriendo. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro nacen monstruos”, escribió Antonio Gramsci. La creadora de Frankenstein, un personaje que encarna como pocos la colisión entre lo antiguo y lo nuevo, era hija de Mary Wollstonecraft, pionera del pensamiento feminista ―que falleció a los pocos días de nacer ella― y del filósofo libertario William Goldwin. Era una devota de los libros, que aprendió a leer descifrando los nombres de las tumbas del cementerio de Saint Pancras. Allí, a veces, se topaba con guardianes que se encargaban de velar a los muertos hasta que entraban en descomposición y ya eran inservibles para los ladrones de cuerpos, que los vendían a estudiantes de hospitales, a científicos, a profesores de anatomía.
Esa niña “de silencio cadavérico”, según el poeta Samuel Coleritge, amigo de su padre, vivió su infancia y adolescencia en Londres, entonces una ciudad oscura, transfigurada por la brutalidad y la miseria industrial, que podía generar pesadillas de terror en espíritus sensibles como el de Mary. Por ejemplo, en sus calles podías toparte, expuesto en una ventana, con el cadáver embalsamado de la mujer de Martin van Butchell, médico especializado en fisuras y fístulas anales, según relata Cross en su libro.
De adolescente, Mary tuvo las primeras citas románticas con el poeta Percy Shelley, que estaba casado, en ese mismo cementerio de Saint Pancras. A los dos les unía el interés por la belleza de lo oscuro y lo extraño. Mary Shelley representa como pocos la figura romántica, dividida entre el sueño de una total libertad política, cultural, social, personal, y la atracción por lo sobrenatural. Vivió a salto de mata, era vegetariana y no tomaba azúcar en protesta contra las plantaciones de Estados Unidos. Era una especie de punk politizada muy avant-garde.
Al escribir Frankenstein, no olvidó su fascinación por el presunto poder de la electricidad ―entonces un novísimo invento― para generar vida. En sus años adolescentes había seguido con interés experimentos como el galvanismo, practicado por personajes excéntricos como Giovanni Aldini, experto en iluminación de faros, y también en avivar a personas en situación “melancólica” por medio de aplicaciones de corriente eléctrica. Esta noche de Halloween, a la luz de la lámpara ―o de un candelabro―, no es mala idea leer la obra de Mary Shelley. Y, pensando en los iluminados tecnócratas de hoy, igual tampoco viene mal escuchar una canción de los Cramps, cuyo título es una pregunta, y se llama How Far Can Too Far Go?