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Carmen Calvo, artista: “Las mujeres tenemos que estar en guardia o nos comen”

La valenciana, premio Ramon Llul Amic Amat, expone en Madrid sus obras “con garra”

Carmen Calvo (Valencia, 75 años) destila la coquetería de haber librado mil batallas. Artista de referencia a la hora de abrir brechas y hacerse valer desde muy joven en territorios reservados a la preponderancia masculina, fue logrando reconocimiento en España y en lugares como París y Nueva York, donde vivió varios año...

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Carmen Calvo (Valencia, 75 años) destila la coquetería de haber librado mil batallas. Artista de referencia a la hora de abrir brechas y hacerse valer desde muy joven en territorios reservados a la preponderancia masculina, fue logrando reconocimiento en España y en lugares como París y Nueva York, donde vivió varios años.

Reina en la selva híbrida, donde se ha labrado una voz propia que pasa de la pintura a la escultura, al collage y a donde le da la gana para no dejar de alertar sobre la poesía y la violencia como equilibrio de fuerzas que rige el mundo. Expone lo que ha llamado La vegetación del mago en la galería Tiempos Modernos de Madrid y, este año, los libreros valencianos le dieron el premio Ramon Llul Amic Amat por saber aunar en su obra el zarpazo de la mirada con la profundidad de la literatura.

Pregunta. Viene de la artesanía y la cerámica, o sea, del barro. ¿Es el lugar más propicio para aspirar al arte?

Respuesta. El barro siempre ha sido inspiración, pero también sinónimo de desastre. Hoy, en Valencia, no representa a todas esas acequias lúdicas del pasado. En esta tierra en reconstrucción siguen clamando los muertos y otros no se van. Carlos Mazón, ni con agua caliente.

P. El poeta Paco Brines dijo de usted que tenía mirada salvadora.

R. Lo dijo en un texto sobre una obra mía inspirada en una noticia que apareció en EL PAÍS en 1996 y que hablaba de una niña encerrada por sus padres en una jaula. Denunciaba con ello el maltrato a la infancia. Recogí muñecas y las metí en una caja que era como un grito de socorro.

P. Se fue de Valencia a Madrid, de ahí a Nueva York y después de vuelta a Valencia. ¿Qué encontró al volver?

R. Regresé por mi madre. Reencontré a los amigos, también buscaba una seguridad económica, tener un estudio mejor. Pero viajar y vivir en otras ciudades me enriqueció mucho. Te empapas de ideas, miras. Todos somos grandes voyeurs. Salir fuera da otro puntito, de vez en cuando hay que alejarse de la mesa camilla y luego volver a ella y a tu cocina, donde se está tan calentito.

P. Hay una pieza suya que se titula Demasiado sutil para intuir. ¿Qué necesitaríamos para anticiparnos al desastre?

R. Hay gente a la que le atemoriza una obra de arte. Para evitarlo, busco títulos poéticos. Esa pieza tiene una bola y unas manos de maniquí. Invito mediante el título a una reflexión. La bola aporta magia y las manos son doradas para que adquieran cierto empaque, dan cierta esperanza de poder llegar a algo. No sé, se me va ocurriendo esto mientras hablamos… Debemos saber posicionarnos. Ahora estoy luchando con un cuadro porque me parece demasiado bello. Aparte de belleza, debe tener garra. No me conformo con eso.

P. Ha decidido desde hace años vivir sola. ¿Qué le molesta de la gente?

R. Nada. Simplemente, necesito mi espacio. Tampoco considero que el artista deba aislarse. Cultivo la amistad, valoro cuidar de mis amigos. Otra cosa es el tema sexual, la afectividad… Yo ya tengo una edad. ¿Para qué me voy a ir a casa con una ramita? Oye, chulería ante todo, ¿por qué no? En una mujer, también. Tuve buenos novios. Y a seguir reivindicando para nosotras eso. Yo empecé a hacerlo en los años sesenta y ahora veo que vamos hacia un retroceso, hay que estar en guardia, si no nos comen. ¿Qué hacían los vencedores en la España de Franco para humillar a las mujeres? Raparlas. Es decir, desposeerlas de un rasgo fundamental en su feminidad. ¡No volvamos a dejar que nos humillen, por Dios!

P. En otra obra suya, una navaja cubre la mirada de una pareja aparentemente feliz. ¿Es necesaria más fuerza para destrozar las apariencias?

R. Sí, claro. Y mi trabajo consiste en alertar de eso. Encontrar una mirada que una y ayude a mostrar poesía, pero también violencia. Tal como nos enseñó Buñuel en Un perro andaluz al cortar con una navaja ese ojo y después fundirlo con la luna. Comprender que una mirada puede ser asesina.

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