Black Country, New Road: la banda británica que convirtió la pérdida de su líder en una oportunidad
Tras la salida de su vocalista por problemas de salud mental, el grupo de rock experimental, convertido en una república de seis, se reinventa con un disco más coral y luminoso
A primera vista, parece una banda llegada de otra década. En un mundo que ya casi solo rinde culto a los solistas, resulta extraño y casi anacrónico ver llegar a seis músicos juntos para conceder una entrevista. Pero Black Country, New Road no son conocidos por seguir la corriente. Formados en Cambridge, ...
A primera vista, parece una banda llegada de otra década. En un mundo que ya casi solo rinde culto a los solistas, resulta extraño y casi anacrónico ver llegar a seis músicos juntos para conceder una entrevista. Pero Black Country, New Road no son conocidos por seguir la corriente. Formados en Cambridge, se han consolidado como una de las bandas británicas más magnéticas e inclasificables de su generación. Su propuesta combina el rock experimental con la sensibilidad de un sexteto de cámara, atravesado por ecos de folk espectral y una ambición lírica que han convertido en su sello. En sus canciones conviven la densidad emocional y el desaliño posadolescente. Son cool como uno era cool allá por el último cambio de milenio: sin esfuerzo ni ostentación. Nacieron de la escena estudiantil de su ciudad, un ecosistema pequeño pero fértil donde todo el mundo coincidía en los mismos bares. Allí, estudiando en colegios rivales y subiéndose a escenarios minúsculos, forjaron la complicidad que sigue sosteniendo al grupo.
Tienen entre 24 y 28 años. Se presentan uno a uno: Charlie Wayne (batería, pelirrojo de gesto sereno y reflexivo), May Kershaw (teclados y acordeón, silenciosa pero atenta), Luke Mark (guitarra, con bigote prominente y un ingenio afilado), Tyler Hyde (bajo y clarinete, cuyos rasgos melancólicos esconden a una mujer vivaz y graciosa), Lewis Evans (saxofón y flauta, recuerda a un Sufjan Stevens algo más desgarbado) y Georgia Ellery (violín y mandolina, mirada intensa y discurso firme). Llegan con retraso: se han perdido en “un supermercado gigante” de Glòries, junto a su hotel barcelonés, donde se alojaron durante su paso por el último Primavera Sound. Fue su tercera visita a un festival que les gusta, según dicen, por “tener lugar sobre cemento”.
La marcha de su antiguo líder, el vocalista Isaac Wood, que abandonó la formación en 2022 por problemas de salud mental, marcó un punto de inflexión. Lo que podría haber precipitado el final del grupo se convirtió en un nuevo comienzo: sin una figura dominante, Black Country, New Road se transformó por completo, adoptando una dinámica colectiva que se refleja en su último disco, Forever Howlong (Ninja Tune / PIAS). En el álbum todos participan activamente y las tres mujeres del grupo asumen, por turnos, el papel de vocalista. El sonido resulta más luminoso y barroco. Sus composiciones buscan la catarsis, pero también la celebración, con estructuras menos rígidas y una mayor dosis de alegría, con un par de canciones dedicadas a un tema como la amistad.
El disco nació con la mirada puesta en el directo. “Queríamos hacer música que disfrutáramos tocando en vivo”, explica Luke, consciente de que en sus trabajos anteriores había temas que se volvieron difíciles de defender. “Algunos hablaban de asuntos muy personales y no siempre era agradable revivir esas experiencias noche tras noche. Sí, queríamos hacer algo un poco más festivo”, añade. El nuevo método de trabajo se parece a una asamblea permanente, una pequeña república socialista donde nadie impone y todo se debate. “Cada decisión fue hablada, discutida y ensayada”, confirma May. Y aunque Tyler insiste en que no había una voluntad expresa de sonar más adultos, admite que las canciones desprenden un aire distinto, quizá más maduro. “El título provisional fue Para mayores de 18 años”, bromea.
Todo empezó a mediados de la década pasada. Charlie y Luke se conocieron en las clases de música del instituto con apenas 16 años. La historia siguió en Londres, en la Guildhall School, conservatorio de referencia donde coincidieron con Georgia y poco después con May. Fue entonces, hacia 2018, cuando la banda empezó a tomar la forma definitiva. Tyler, que al principio era una fan declarada, pasó meses insistiendo en que la dejaran unirse. “Se lo pedí cien veces, pero me decían que no estaba lista”, recuerda entre risas. Hasta que, finalmente, la aceptaron. Dicen, con sorna, que no lo lamentan.
En realidad, parecen un grupo de amigos de vacaciones: se carcajean, se interrumpen unos a otros y cuentan un sinfín de anécdotas, como si esta entrevista fuera solo una excusa para compartir un buen rato. Dicen que la amistad es el pegamento que lo sostiene todo. “Sería imposible seguir si nos enfadáramos, no logro entender cómo otros grupos logran hacer eso”, asegura Tyler. Piensa en esas bandas que, tras años de giras, siguen actuando como si fueran oficinistas: cumplen el contrato, suben al escenario y cobran su cheque, pese a que ya no se soporten. “Si un día nos peleáramos de verdad, la banda se acabaría”, dice Charlie. Tyler, fiel a su ironía, contraataca: “Aunque quizá de una bronca saldría un disco increíble...”, sonríe, con ejemplos ilustres como el último álbum de ABBA o el Rumours de Fleetwood Mac, nacidos de las cenizas de sus batallas internas.
En lo musical suelen seguir un camino poco transitado. Sus referencias no son las habituales en una banda joven: citan a Randy Newman o Van Dyke Parks, junto a los discos de Fiona Apple o Joanna Newsom, como sus modelos a seguir. Luke reconoce que les atrae “esa sensación de empezar una canción sin saber adónde conducirá”. Tyler lo atribuye a un desfase temporal: “Lo bonito de Randy Newman es esa forma retorcida de escribir canciones. Al principio me parecían demasiado raras o cómicas, pero luego entiendes cómo funcionan y descubres su sofisticación. Tal vez nacimos en la generación equivocada”. Georgia asiente, aunque matiza: “Me habría encantado ir a esos conciertos de los setenta, aunque no sé si me habría gustado vivir en ese mundo”.
Es tentador imaginar qué habrían hecho en los noventa, en tiempos del primer blairismo y del eslogan Cool Britannia, cuando el Reino Unido parecía en la cima de su influencia cultural. “Mucha gente lo describe como un país en decadencia”, reconoce May. Comparten la tristeza por el Brexit y el aislacionismo que trajo consigo, y no ocultan la vergüenza que sienten por “el comportamiento de los ingleses en el extranjero”, en un festival donde nunca habían visto a tantos compatriotas en estado de ebriedad. Al mismo tiempo, reivindican la riqueza de su herencia. “La tradición musical británica es demasiado diversa para entenderla como un bloque único. Nunca me subiría al escenario con una Union Jack, pero sigo sintiendo orgullo por algunas cosas”, afirma Charlie.
De cara al futuro, anuncian un pequeño cambio de rumbo. Las canciones que están componiendo para su próximo álbum adoptarán un formato más convencional: duran tres minutos y medio, algo que hasta hace poco les habría parecido impensable. Lo siguiente, insinúan, podría ser “un álbum de rock con estribillos”, aunque cuesta saber si hablan en serio o se están quedando con nosotros. Por ahora, siguen siendo seis veinteañeros sin plan maestro, celebrando cada concierto como si fuera irrepetible.
¿Carreras en solitario? La respuesta es unánime. “Sería una presión enorme ser solista”, descarta Lewis. “Creativamente es más gratificante formar parte de una banda”, le secunda Tyler. Pese a que hoy nazcan muchos más cantantes que grupos, Charlie se muestra optimista: “No están muy de moda ahora mismo, pero las bandas volverán”. Luke mira hacia el horizonte: “Queremos la longevidad que tiene Wilco”. “O la de Stereolab”, añade Charlie. Y Tyler, fiel a su ironía, lo lleva al extremo: “A mí me encantaría que nos volviéramos enormes durante un mes, viviéramos nuestro gran momento y luego desapareciéramos de golpe”. Mejor no apostar en contra: a esta república de seis todavía le quedan muchos himnos por componer.