Rebobinar hacia el futuro: cuando el cine y las series redescubren el VHS
En el 50º aniversario del videoclub y del vídeo doméstico, varios proyectos rescatan la estética granulosa del formato analógico. Sus directores la defienden por su autenticidad, imperfección y un ápice de nostalgia
Cuando lo dábamos por muerto y enterrado, el VHS vuelve entre nosotros. Su textura granulosa, sus colores intensos y el destello intermitente que iluminaba habitaciones a oscuras regresan contra pronóstico al cine y la televisión. The Apprentice, el biopic sobre la juventud de Donald Trump, emula la aspereza visual de la imagen analógica para transportarnos al Nueva York de los ochenta, esa ciudad llena de ratas literales y figuradas. I Saw the TV Glow (El brillo de la televisión), producida por A24 y estrenada en Movistar Plus+ (y que se puede ver este fin de semana en el festival Americana de Barcelona), retrata a dos adolescentes obsesionados por una serie juvenil de los noventa, que consumen ávidamente en grabaciones caseras a razón de episodio a la semana.
El cine español también le hace guiños: lo nuevo de Borja Cobeaga, Los aitas, ambientado en los ochenta, tiene un cartel con aspecto de casete de VHS. En la última película de Nacho Vigalondo, Daniela Forever, la realidad está filmada con cámaras Betacam y los sueños, en formato cine, mientras que La estrella azul usaba una vieja cinta de Atahualpa Yupanqui para trasladarnos a la Zaragoza de los primeros noventa.
El fenómeno no es nuevo, pero va en aumento. La saga de horror V/H/S preparó el terreno hace una década, poco antes de la irrupción de Stranger Things, serie bañada en la estética nostálgica del vídeo doméstico. Y cuya cuarta temporada transcurría, en parte, en un Family Video, cadena de videoclubes que existió en la realidad y que llegó a tener 800 establecimientos en Estados Unidos. No cerró hasta 2021, víctima de la pandemia. Otra serie de Netflix, Blockbuster, está ambientada en la mítica tienda de alquiler, símbolo del auge y caída de la cinta de vídeo. Mientras, el festival de Róterdam dedicó un ciclo al vídeo doméstico el mes pasado. Y en Instagram triunfan los filtros VHS, que replican el ruido visual de una época y dotan las fotos de una irresistible pátina retro.
En pleno apogeo de la más alta definición, regresan la imagen imperfecta y los tonos saturados, el formato 4:3 y los cortes abruptos de montaje. Este paradójico revival llega justo cuando se cumplen 50 años de la comercialización del primer formato de vídeo doméstico, el Betamax de Sony, lanzado en 1975, un año antes del VHS de la japonesa JVC, que se acabó imponiendo en los ochenta. También hace cinco décadas abría sus puertas en Kassel (Alemania) el primer videoclub conocido, salvado del cierre en 2017 por una cooperativa ciudadana. En 1977, le siguió el paso una tienda de alquiler de vídeos en Los Ángeles que se benefició de un acuerdo con 20th Century Fox, marcando el inicio de un fenómeno global pese al desacuerdo inicial de Disney y Universal, que llevaron a las compañías de vídeo doméstico ante el Tribunal Supremo. Perdieron: de lo contrario, tal vez el auge de la cinta doméstica no habría tenido lugar.
El VHS no fue solo un soporte: fue un ritual, una fuente inagotable de cinefilia, una gramática visual y un territorio afectivo. Se impuso a comienzos de los ochenta con la misma velocidad con la que desapareció dos décadas después. Y, a diferencia de otros cadáveres tecnológicos, apenas dejó rastro. El documental Videoheaven, estrenado en el certamen de Róterdam, es una elegía por esos templos modestos. Dirigido por Alex Ross Perry, se trata de una historia cultural del videoclub de tres horas y media, que recorre su reflejo en el cine y la televisión. No siempre fue positivo: solían ser lugares de conflicto, humillación y encuentros no deseados, como ocurre con cualquier espacio social.
La aparición del DVD lo dejó tocado de muerte. La del streaming lo remató: proporcionó una alternativa más deseable para el usuario, inscrita en el espacio higienizado del hogar, que no implicaba interactuar con nadie ni compartir gérmenes con los demás. “Cuando apareció una opción que no implicaba molestias ni incomodidades, que permitía ver películas sin pagar una multa por devolver la cinta tarde, sin pelearse con un empleado esnob o a la posibilidad de cruzarte con tu exnovia, muchos la escogieron sin rechistar”, responde Perry, responsable de títulos indie como Listen Up Philip o Her Smell, que retoman los códigos estéticos del cine de los ochenta y noventa. El director admite que prefiere ver toda película estrenada antes de 1999 en VHS. “Nací en 1984. Supongo que estoy persiguiendo el mundo en el que crecí, como tantos otros directores. Soy uno de los últimos cineastas que habrá sido empleado de un videoclub, como Quentin Tarantino y Kevin Smith”. Quiso firmar este réquiem antes de que fuera demasiado tarde y ya nadie fuera capaz de recordarlos.
El reciente documental El videoclub de Kim, de Ashley Sabin, relataba cómo cómo 55.000 cintas de VHS pasaron de un videoclub neoyorquino a un pueblo de Sicilia. Mientras, en el sótano de una biblioteca de la Universidad de Colorado, entre mapas históricos y manuscritos medievales, Martin Scorsese depositó en 2024 una colección privada formada por miles de cintas de VHS, en su mayoría películas y programas grabados durante sus emisiones en televisión. A su vez, el propio Tarantino lanzó en 2022 el podcast Video Archives junto a Roger Avary, donde ambos revisitan y comentan películas de la colección del videoclub del mismo nombre, situado en el condado de Los Ángeles, donde se conocieron trabajando en los ochenta.
Para muchos cineastas, el VHS fue una lengua materna, un lenguaje imperfecto lleno de ruido, saltos de imagen y otros pequeños fallos técnicos. El iraní Ali Abbasi, nacido en 1981 y director de The Apprentice, encontró en la estética poco refinada de la cinta de vídeo el formato perfecto para retratar al joven Donald Trump en su ascenso despiadado al poder. “Nos dijimos que ese tipo no merecía ser visto en scope”, bromea desde Copenhague, donde reside. “No podíamos filmarlo de una forma que subrayara su poder, sino de una manera que lo deconstruyera”.
Abbasi creció en la ciudad iraní de Mashhad en los ochenta, en plena guerra con Irak. “Irán estaba desconectado del mundo. Recuerdo que un hombre trajo a casa un reproductor de VHS envuelto en una manta. Era algo medio ilegal, pero común. Luego, otro hombre llegaba cada semana con una bolsa de deporte llena de cintas VHS. Ese fue nuestro cineclub, nuestro Netflix”, recuerda por videollamada. “La mitad de las películas eran de Schwarzenegger. La otra mitad, de Stallone. Mi descubrimiento de Occidente y de Hollywood fue ese. Tal vez por eso esa estética me resulta atractiva, porque la siento natural. Mi encuentro con el cine se produjo a través de ese ruido y esa textura”. Cuando revisa La naranja mecánica, prefiere hacerlo en una vieja cinta de VHS y no en la restauración 4K en Blu-ray. “Así es más punk, como la película. Kubrick la hubiera rodado en vídeo si por entonces hubiera existido”.
En Los aitas, que llega a los cines el próximo viernes, Borja Cobeaga no imita la textura granulosa del VHS, pero sí le hace un guiño en esta historia ambientada en la periferia obrera del Bilbao de 1989. Uno de los protagonistas es dueño de un videoclub llamado Veralnes (acrónimo bien ochentero de sus tres socios fundadores: Verónica, Alberto y Néstor). “El VHS es el futuro, pregunta a los yanquis y a los alemanes”, proclama el personaje. Tiene razón y se equivoca, según cuánto uno avance el tiempo.
En un mundo dominado por la tecnología, Cobeaga reivindica la imperfección del VHS. “Cuando todo es demasiado definido, pierde parte de su magia. Si le pones un filtro de alta definición a las películas de Christopher Nolan, parecen vídeos de boda”, ironiza este director nacido en 1977, cuya cinefilia nació en los videoclubes y viendo los ciclos de Hitchcock y Cary Grant en La 2, que su madre grababa religiosamente en cinta de vídeo. En su película, ha querido reconstruir los ochenta sin caer en una nostalgia acrítica, reflejando tanto su encanto como sus sombras. El cartel de Los aitas evoca la carátula de una cinta de vídeo, con sus colores distintivos, aunque la agencia Lady Brava, responsable de su diseño, tuvo que recurrir a un logo del VHS distinto al clásico: el original de los ochenta sigue protegido por JVC, quizá por si el formato resucita algún día. Si es que ese día no ha llegado ya.