La lucha de Álex Grijelmo contra el anonimato (mal empleado)
Maestro de periodistas, el escritor bucea en su nuevo libro en los problemas que la falta de identificación acarrea en el mundo digital
“Luego subo a tu despacho y lo vemos”. Álex Grijelmo entra en la cafetería de este diario, apaga el móvil y se encoge de hombros: “Todos los días tengo consultas lingüísticas de periodistas”. Es normal cuando se es doctor en periodismo y cuando se tiene a las espaldas una docena de libros del calibre del Libro de estilo de EL PAÍS, El estilo del periodista o la Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo. Para su último ensayo, Grijelmo (Burgos, 68 años) ha decidido m...
“Luego subo a tu despacho y lo vemos”. Álex Grijelmo entra en la cafetería de este diario, apaga el móvil y se encoge de hombros: “Todos los días tengo consultas lingüísticas de periodistas”. Es normal cuando se es doctor en periodismo y cuando se tiene a las espaldas una docena de libros del calibre del Libro de estilo de EL PAÍS, El estilo del periodista o la Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo. Para su último ensayo, Grijelmo (Burgos, 68 años) ha decidido meterse con un tema que no ha sido muy explorado a pesar de que no puede ser más actual: el anonimato y el mal uso que hace de él la sociedad del siglo XXI.
“El anonimato alienta la pederastia en internet, el reclutamiento de terroristas, las estafas a personas indefensas en las nuevas tecnologías; el anonimato favorece el insulto, la difamación, la calumnia, todas las injurias a las que alcanza la capacidad humana; el anonimato sirve para tirar la piedra y esconder el rostro, para los acosos machistas y para que proliferen robots que se hacen pasar por personas para favorecer intereses tenebrosos”. Es la tesis central que puede leerse en las páginas de La perversión del anonimato (Taurus). Ahí es nada. ¿Qué le hace meterse en este tema? “Ser periodista”, responde con firmeza. “Ser periodista y estar desde un balcón observando la realidad, y revisando o editando noticias que tienen que ver con hechos deplorables relacionados con el anonimato”. Ese anonimato, esos “ataques inmisericordes” que se producen desde cuentas anónimas propician, cuando menos, el abandono de la cortesía y, cuando más, desde depresiones a suicidios.
El libro tiene vocación enciclopédica (“Ya que me ponía sobre este asunto, quise hacer un tratado completo”), y su primera mitad radiografía los usos que a lo largo de la historia ha tenido el anonimato, muchos de ellos positivos: los testigos protegidos, el secreto de confesión, la inseminación artificial, los espías… “El anonimato siempre ha existido, lo que pasa es que nunca ha tenido efectos tan perversos como ahora”, cuenta Grijelmo, que señala casos como los de Amanda Todd o Tiziana Cantone, que se suicidaron tras sendas campañas de ciberacoso; el del profesor francés Samuel Paty, degollado por un islamista radical tras una campaña difamatoria en las redes sociales; o el de la presentadora Lara Siscar y su acosador anónimo.
“Al final todos tenemos casos más o menos cercanos”, cuenta Grijelmo, que ha sufrido en carne propia, como tantos, los insultos anónimos en los comentarios de sus artículos y que no sabe si esos ataques vienen de un catedrático o de un alumno de secundaria: “Al ser anónimas, todas las críticas se ponen en la misma balanza”. “El problema”, explica, “es que ni siquiera tenemos estadísticas. No sabemos qué porcentaje de suicidios dependen de abusos en internet o en las redes; no sabemos qué porcentaje de problemas psiquiátricos en adolescentes o incluso en adultos guardan relación con esto. Afortunadamente, ahora tenemos por ejemplo estadísticas sobre violencia machista, pero sobre ataques digitales no tenemos medido nada”. ¿Cree que esa gente que insulta desde el anonimato tiene la misma mala conciencia que puede tener una persona que insulta a la cara? “No. El que insulta en las redes no ve los ojos de la persona a la que se dirige. Aprieta en un momento dado una tecla y se desentiende de las consecuencias. Es como atacar por la espalda, como disparar por la espalda, que estaba mal visto hasta en las películas del Oeste, a traición”.
Por las páginas del libro desfilan todo tipo de historias sobre el anonimato, pero también sobre seudónimos, criptónimos o heterónimos. ¿Si tuviera la exclusiva de que Superman es Clark Kent, la publicaría? “No, porque el seudonimato es también un derecho. Escritores como B. Traven o Elena Ferrante tienen derecho a que no se sepa su nombre, si no hacen daño a nadie”. De la misma manera, ese derecho se puede perder. Futbolero confeso, pone el ejemplo de los insultos racistas que el jugador del Real Madrid Vinicius recibió por parte de un puñado de ultras en Valencia. “Todo el mundo en el estadio tenía derecho al anonimato. Menos ellos: en el momento en que insultaron, perdieron ese derecho”.
El seudonimato es importante en un libro cuya segunda parte explora posibles leyes o acciones para “limitar, que no prohibir”, el anonimato. Para Grijelmo, hace falta una ley que dé ciertos derechos de expresión anónima en determinadas circunstancias, pero que a la vez condene el abuso de esa capacidad. Por ejemplo, en el libro se estudia una propuesta del abogado Borja Adsuara de un sistema de seudónimos del que se guarde registro, para identificar a quien ataca con su nombre ficticio. Grijelmo va más lejos con una propuesta muy detallada en el libro: “Sería parecido a la matrícula de un coche: no pone tu nombre, pero la policía puede saber quién eres si cometes una infracción”. Además, propone poner más énfasis en quienes tienen más seguidores: “Hay gente con una influencia desproporcionada, y lo que dicen tiene más repercusión. De la misma manera que no es lo mismo que se publique una noticia en EL PAÍS a que se publique en un periódico de un pueblo pequeño”. Es pesimista con respecto al estado actual de la conversación, pero no con respecto al futuro: “La humanidad ha sido capaz de organizar los Juegos Olímpicos a escala global, de seguir las directrices de la Organización Mundial de la Salud en una pandemia, hemos sido capaces de organizar el tráfico aéreo… ¿por qué no vamos a poder regular el anonimato en la red?”.
El primer nombre del que se tiene constancia es Kushim, un contable de Mesopotamia que hace 5.000 años puso su nombre en una tablilla de arcilla para certificar 29.086 medidas de cebada. Siguiendo su senda, Grijelmo se responsabiliza, con su nombre y apellido, de todo lo escrito en este libro, que puede resumirse en una frase que pronuncia con convicción: “Vale la pena caminar hacia la idea de que actuar en internet y en las redes con el nombre propio contribuye a mejorar el mundo”.