Antonio de la Torre, actor: “Señoritos no somos. Subvencionados sí. Pero el cine español genera mucho más de lo que recibe”

El intérprete, que rueda ‘Sacamantecas’, reflexiona sobre las luces y sombras de su profesión y la comunicación política: “Los tuits son greguerías chuscas”

El actor Antonio de la Torre, fotografiado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el pasado 17 de octubre.Claudio Álvarez

A finales de los ochenta, Antonio de la Torre, de 56 años, llegó a la capital desde su Málaga natal en camión [su padre era administrativo de una empresa de aduanas y transportes; su madre, casi analfabeta] para estudiar Periodismo. En su barrio, cuenta, “irse a Madrid era como irse a Nueva York”. En la facultad hizo un amigo del alma, Alberto San Juan, que lo animó a retomar un sueño que tenía de niño: actuar. Hoy celebra formar parte “del ...

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A finales de los ochenta, Antonio de la Torre, de 56 años, llegó a la capital desde su Málaga natal en camión [su padre era administrativo de una empresa de aduanas y transportes; su madre, casi analfabeta] para estudiar Periodismo. En su barrio, cuenta, “irse a Madrid era como irse a Nueva York”. En la facultad hizo un amigo del alma, Alberto San Juan, que lo animó a retomar un sueño que tenía de niño: actuar. Hoy celebra formar parte “del 8% de los actores que vive de hacer cine en España”. Es uno de los que más trabaja. Tiene en cartelera Los destellos, de Pilar Palomero, donde interpreta a un enfermo terminal —adelgazó 20 kilos para el papel— y acaba de empezar el rodaje de Sacamantecas, sobre el violador y asesino en serie que aterrorizó Álava y Burgos entre 1870 y 1880 —la caracterización explica que lleve días sin quitarse el sombrero—. El periodismo y el interés por la actualidad aún le acompañan, como la voluntad de contar historias.

Pregunta. En séptimo de EGB abandonó el grupo de teatro Arlequín porque algunos niños le tomaban el pelo. ¿Volvió a ver a alguno de ellos?

Respuesta. No me hicieron bullying, o sea, no era Billy Elliot. Eran comentarios y me calentaron un poco la cabeza porque en ese momento a mí me faltaba confianza en mí mismo. Hace poco me encontré con el chulillo del cole y fue muy bonito. Muy pocos salieron del barrio.

P. Al día siguiente de recoger su primer Goya, en 2006, por Azuloscurocasinegro, acudió a su puesto de trabajo en Canal Sur para grabar un vídeo sobre la liga Asobal. Otro Goya, 17 años y 12 nominaciones más después, ¿sigue teniendo miedo a que esto se acabe?

R. Tengo la certeza de que eso ocurrirá. Hay una edad de prime time, luego te vas haciendo mayor y cada vez hay menos papeles. Esto pasa mucho con las mujeres, por desgracia.

P. El actor Luis Zahera declaró en una entrevista que un productor le había dicho: “Los actores maduran. Las actrices envejecen”. ¿Cree que es más fácil ser actor de 50 que actriz de 50?

R. Sí, porque hay más papeles para hombres de 50 que para mujeres de 50, aunque ahora, por fortuna, eso está cambiando. En 2010, cuando rodé Balada triste de trompeta, yo tenía 42 años y la que hacía de mi novia, 25. Seguramente nadie se cuestionó eso y al revés sí lo habrían hecho.

P. ¿Alguna vez ha visto o ha sido consciente de un tratamiento machista o improcedente con alguna compañera actriz?

R. Personalmente, no he visto acoso. Pero yo mismo estoy intentando hacer un viaje desde el machismo al no machismo y seguramente me moriré sin haberlo completado. Y si me pongo a pensar, recuerdo cosas normalizadas en los noventa, como comentarios sobre el físico de una mujer, que ahora son lógicamente intolerables.

El gran fracaso de la izquierda es no haber sido capaz de fiscalizar lo público, porque lo público no se puede defender bien si es ineficaz

P. Los destellos muestra que el amor de verdad, como la energía, no se destruye, se transforma. Su exmujer en la película, Patricia López Arnáiz, vuelve para cuidarlo en sus últimos días, pero la actriz ha comentado que preparando su personaje comprobó que ese caso se daba mucho menos al revés: el exmarido que cuida a la exmujer. ¿A qué cree que se debe?

R. Efectivamente pasa mucho. Nos lo dijeron los médicos de paliativos. Supongo que tiene que ver con la cultura machista que asume que es la mujer la que se encarga de los cuidados. Yo recuerdo cuando era niño que se comentaba: “Ten hijas para que cuiden de ti”.

P. Hay una parte en la preparación de sus papeles en la que sigue ejerciendo de periodista: entrevistándose con sastres, presos, políticos, especialistas en cuidados paliativos…En el caso de Los destellos, ¿qué fue lo que más le conmovió o sorprendió de esas entrevistas previas?

R. La aceptación de la muerte, aunque la palabra no se pronuncia, se habla de “este proceso”, “esta etapa”... Hice muchas visitas con el equipo de paliativos en Madrid y en Sevilla, con Pablo Iglesias, Celia González y Gema Vizcaya. Pablo estuvo mucho tiempo conmigo y creamos un vínculo muy especial. Es gente muy sabia. Yo no sé cómo reaccionaré cuando me toque, pero como soy padre, veo mucho cine infantil y me encantó el concepto de Coco: no estás muerto hasta que no te olvidan.

P. ¿Qué toma de su vida le hubiera gustado repetir si pudiera?

R. Si pudiera reviviría una etapa entera, a punto de cumplir 30 años, en la que tenía mucha ansiedad, mucha incertidumbre por el futuro. Fue un sufrimiento inútil.

P. Los destellos está llena de elipsis: no se cuenta qué enfermedad tiene, cómo fue la relación con su expareja... Es el espectador el que rellena esos huecos viendo cómo se miran uno al otro o cómo miran una fotografía antigua. Hoy, que todo se subraya y se exagera para encajarlo en un tuit, en un vídeo del informativo, ¿es el arte, el cine, el único o el mejor espacio para la pausa y la sutileza?

R. Pilar [Palomero] quería hacer una película sobre la vida. Lo dice Pablo Iglesias, el especialista en paliativos: “La certeza de la muerte hace la vida más interesante”. Creo que cualquier espacio es apto para la sutileza, para lo poético. Depende de nosotros. En el Congreso, dos políticos pueden entenderse, aunque parezca que no. Los tuits son como greguerías chuscas.

P. Recientemente, EL PAÍS publicó un reportaje sobre la teatralización de los debates parlamentarios. Si la política española fuera un género cinematográfico, ¿qué cree que sería: una de terror, tragicomedia, un thriller…?

R. No lo sé. Lo del Congreso me parece cutre. Lo he hablado mucho con mi amigo Edu Madina [expolítico socialista]: la dinámica de la bronca y del titular de quién gana nos aleja del debate sobre los asuntos. Hay problemas graves: en la vivienda, la sanidad... y cuando veo a los políticos sobreactuar, me viene a la cabeza el que está a punto de subirse a una patera, sufriendo de verdad. Con todo, creo que en España se vive bastante bien y no quiero meter a todos los políticos en el mismo saco, porque no todos son iguales, aunque a veces se dejen arrastrar. Conozco a muchos muy decentes, con ganas de mejorar la vida de la gente. Lo más peligroso son los populismos. Y creo que el gran fracaso de la izquierda ha sido no haber sido capaz de fiscalizar lo público porque lo público no se puede defender bien si es ineficaz. El trabajador público que se escaquea contamina al resto, los va quemando. A mí me ha pasado. Quizá, la interpretación me salvó de no ser hoy un periodista vago y frustrado. El periodista y el actor, en el fondo, necesitan ser como niños, mantener la frescura, la curiosidad.

El actor Antonio de la Torre, el pasado 17 de septiembre, en Madrid. Claudio Álvarez

P. Hay políticos que se apresuran a felicitar públicamente a Alcaraz o a la selección española cuando ganan alguna competición, pero a los que les cuesta, por ejemplo, felicitar a Pedro Almodóvar cuando gana el León de oro. ¿De qué cree que habla eso?

R. Desde hace años y probablemente de manera más acusada desde la gala del No a la Guerra de 2003 existe la idea de que la gente del cine somos todos rojos y eso genera una polarización. Yo lo he asumido. Estoy entrando en una edad en la que cada vez tengo menos miedo a decir lo que pienso y siento que no hacerlo sería traicionar mis ideas y traicionar el debate público. Aunque haya temas delicados. “Cancelar”, por ejemplo, me parece un verbo tremendo. A Kevin Spacey, que ha sido absuelto [le acusaban de nueve delitos sexuales], lo sacaron de una película que ya había rodado y otro actor rodó sus escenas. Supongo que es el precio para acabar con la impunidad.

P. Vox acudió a la última gala de los Goya después de haber llamado a la gente del cine señoritos subvencionados.

R. Señoritos no somos, subvencionados sí, como la industria del automóvil y tantas cosas. Pero un estudio de la Spain Film Comission reveló que por cada euro invertido en el cine español se generaba mucho más. Vicky, Cristina, Barcelona, de Woody Allen, rodada en inglés, tuvo un impacto turístico brutal en la ciudad. A nivel más pequeño, cuando volví a los lugares donde se rodó La Isla Mínima, vi que habían colocado un cartelito advirtiendo que se había rodado allí la película y en el restaurante me dijeron que desde la peli aquello se llenaba. Con Caníbal hicieron sacaron unas tapas que se llamaban así. Parecen anécdotas, pero el impacto del cine es enorme, también en el imaginario colectivo.

P. ¿Cuál es la película que más veces ha visto?

R. El padrino, Lo que el viento se llevó y La guerra de las galaxias. El Exorcista también la revisito mucho. Es una obra maestra, aunque a menudo se trate al terror como un subgénero, y tiene mucha chicha sobre muchos temas. La vi por primera vez con 13 años y recuerdo que mi padre se indignó porque a las tres de la mañana lo desperté porque tenía miedo. Él me lo había advertido y seguramente estaba enfadado consigo mismo por no haberme dicho: “No vas y punto”. Eso lo he descubierto al hacerme adulto y actor: la mayoría de los cabreos de la vida son contigo mismo. A veces culpaba al director cuando yo no había estado bien en un trabajo. Con el tiempo me di cuenta de que era mi responsabilidad.

P. Paco Plaza, que hace precisamente cine de terror, explica que su trabajo le ha condenado a no poder ver las películas con inocencia, entregándose como espectador, sin fijarse en cómo están hechas. ¿Le pasa?

R. Absolutamente. Y en las mías más. Es el precio que pagas por dedicarte a esto, el cine ya no es igual. Cuando llegué a Madrid a estudiar periodismo y empecé a ver las películas en versión original, ir al cine era hacer un viaje fascinante. Pero hay un antes y un después de ser actor, de ver, por ejemplo, El año de las luces y enamorarme de Maribel Verdú.

P. ¿Y qué papel de toda la historia del cine le hubiera gustado interpretar?

R. Los de Jorge Sanz me daban envidia. También fantaseaba de pequeño con un papel en Verano Azul (ríe).

P. Jorge Sanz, Gabino Diego... eran los Antonio de la Torre en su momento y desaparecieron. ¿Por qué?

R. Es difícil saber por qué te llaman o por qué te dejan de llamar. Un productor de cine me comentó una vez: “Dos historias de amor en medio de una gran tragedia, Titanic y Pearl Harbour; la primera fue el mayor éxito de la taquilla hasta ese momento; la segunda, un fracaso”. Y es verdad. Nunca se sabe qué va a tener éxito y qué no.

P. ¿Es cruel, a veces, la industria, la profesión?

R. Es como es. Fui a Los Ángeles hace unos cuantos años y todos eran actores y me daban tarjetas. ¿Qué porcentaje habrá en EEUU, que es la gran industria del cine, de gente que ha logrado vivir de esto? En España somos el 8%. En todo caso, me parecen más crueles otras cosas del capitalismo: que haya listas de espera para enfermedades graves, que la gente no consiga vivienda. Si el cine deja de llamar a Antonio de la Torre no se para el mundo. La desgracia es que cuando mueren diez personas en una patera tampoco.

Antonio de la Torre, fotografiado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.Claudio Álvarez


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