Devoción por Francisco Rico

La figura del académico, que falleció a los 82 años, está iluminada por la admiración sin límites que tantos filólogos le profesamos, en España, Italia o Francia, países en los que recibió los más altos reconocimientos

Francisco Rico, fotografiado en su estudio de Sant Cugat, Barcelona, en 2005.MARCEL·LÍ SÁENZ

Hoy, 28 de abril, Francisco Rico hubiera cumplido 82 años, pero justo ayer la muerte se apresuró a visitarlo, tan temprano, impidiéndole celebrarlos. La figura de Rico está iluminada por la admiración sin límites que tantos filólogos le profesamos, en España, Italia o Francia, países en los que recibió los más altos reconocimientos. Su mirada ha cambiado todo aquel texto sobre el que se ha posado y, además, personaje irrepetible, ha conferido a nuestra actividad una dignidad pública a la que no estamos acos...

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Hoy, 28 de abril, Francisco Rico hubiera cumplido 82 años, pero justo ayer la muerte se apresuró a visitarlo, tan temprano, impidiéndole celebrarlos. La figura de Rico está iluminada por la admiración sin límites que tantos filólogos le profesamos, en España, Italia o Francia, países en los que recibió los más altos reconocimientos. Su mirada ha cambiado todo aquel texto sobre el que se ha posado y, además, personaje irrepetible, ha conferido a nuestra actividad una dignidad pública a la que no estamos acostumbrados. Son tantos los huertos en que fructificó su semilla que es imposible cosecharlos aquí todos.

A Francisco Rico se deben páginas insoslayables sobre nuestra literatura medieval y del Siglo de Oro, pero también sobre Petrarca y el significado del humanismo, que le brindaron el aplauso de la filología italiana. Tres, diría yo, son las características que impregnan cualquiera de sus trabajos y los hacen nítidamente únicos: primero, su punto de vista, siempre original, ráfaga sagaz de lector lúcido que ilumina los textos para descubrir en ellos aspectos antes ocultos. En segundo lugar, la elegancia literaria de su prosa, a la altura de nuestros clásicos, que potencia la perspicacia del análisis y que conecta con su vocación de poeta. Finalmente, su extraordinario manejo directo de las letras latinas, sean clásicas, medievales o renacentistas, que le habilita para establecer conexiones insospechadas.

Como medievalista, siento predilección por los estudios dedicados al renacimiento latino del siglo XII, el Poema del Cid, la General estoria de Alfonso X o el mester de clerecía, pero no hay que olvidar que sus trabajos sobre la novela picaresca o Cervantes revolucionaron radicalmente el panorama. Incluso es un autor ineludible para los historiadores de la lengua. Fue el primero en interpretar las anotaciones gramaticales de las Glosas emilianenses. Nadie nos explica mejor el proyecto humanista y reformador de Antonio de Nebrija que su Nebrija frente a los bárbaros y El sueño del humanismo.

Un área que le debe todo es la edición crítica de textos. Impulsor del primer Manual de crítica textual enfocado a la literatura española, Rico concibió la idea de una Biblioteca clásica, hoy de la Real Academia Española, que reuniera el canon literario en español. El hilo conductor fue la creación de ediciones críticas rigurosas, pero, consciente de la importancia de conservar vivos los clásicos, siempre se preocupó de que estas fueran de provecho tanto para el lector común como para el erudito. Suya es la primera edición razonadamente crítica del Quijote, que argumentó en su pionero El texto del Quijote, donde nos explica con maestría las vías de difusión de los textos en la época de la imprenta manual.

Un reciente monográfico de la revista Ínsula hace justicia a la trayectoria y significación de su legado, en el que no se olvida el papel de promotor cultural y académico, la vocación de periodista, la implicación provocadora y desenfadada en los debates públicos o la amistad que le unió con escritores contemporáneos. Aunque ya no podremos escuchar su imponente voz grave, seguiremos dialogando, en una larga lealtad, con sus textos.

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