Alice Coltrane: iluminación y rabia de la gran maestra espiritual del jazz

La publicación de un concierto inédito de la pianista en el Carnegie Hall, grabado en la época en la que dio con su sonido, marca el inicio de un año de celebraciones en torno a la viuda de John Coltrane

Alice Coltrane y Satchidananda Saraswati, en el río Ganges, en la India, en 1970.Satchidananda Ashram–Yogaville

El saxofonista Ravi Coltrane, hijo de las leyendas del jazz John y Alice Coltrane, recuerda que el líder espiritual hindú Satchidananda Saraswati era una presencia constante en la casa familiar de Long Island (Nueva York). También, que solían tener caballos y que Satchidananda “saltaba sobre su lomo para montarlos sin silla”; tal era su “poderosa conexión con las personas y con los animales”. A él, por algún motivo que aún se le escapa más de medio siglo después, prefería llamarlo Paul, no Ravi.

El gurú se había convertido en un gran apoyo para su madre tras la muerte en 1967, a los 40 ...

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El saxofonista Ravi Coltrane, hijo de las leyendas del jazz John y Alice Coltrane, recuerda que el líder espiritual hindú Satchidananda Saraswati era una presencia constante en la casa familiar de Long Island (Nueva York). También, que solían tener caballos y que Satchidananda “saltaba sobre su lomo para montarlos sin silla”; tal era su “poderosa conexión con las personas y con los animales”. A él, por algún motivo que aún se le escapa más de medio siglo después, prefería llamarlo Paul, no Ravi.

El gurú se había convertido en un gran apoyo para su madre tras la muerte en 1967, a los 40 años, del saxofonista John Coltrane, uno de los grandes músicos del siglo XX. Alice se vio de pronto con 29 años, viuda y con cuatro hijos pequeños, tres suyos y la mayor, de una relación anterior de su marido. “Ahora tendré que vivir toda mi vida sin él, aunque sé que su mano invisible me ayuda”, declaró en una entrevista a la revista Ebony. En Monument Eternal, sus memorias, habla de lo que siguió después: noches de insomnio, alucinaciones y meditaciones de hasta 20 horas diarias. Perdió 15 kilos de peso durante un frondoso duelo no solo por un esposo; también se fue un “compañero espiritual” y el músico en cuyo quinteto tocó en los dos últimos años de la fulgurante carrera del saxofonista.

Por suerte, la pena no impidió a Alice encontrar su propio sonido: una música devocional y enigmática con trazas de blues. Empezó a tocar el arpa, un regalo de John, y la técnica que desarrolló con ella, dice en una entrevista por videoconferencia desde San Francisco su hijo Ravi ―a sus 58 años, una estrella del jazz por derecho propio―, influyó en su manera de acercarse al piano: “Tradujo la técnica del glissando a una especie de sonido en cascada”.

Basta leer a los críticos de la época para comprender que no todos tomaron en serio a la viuda del gran músico. Le tocó lidiar con la sombra de un legado gigantesco, y hacerlo, además, en un mundo de hombres. “Las mujeres instrumentistas solo podían llamar la atención por las cualidades supuestamente masculinas de su interpretación: las elogiaban si su ritmo era fuerte, su sonido amplio y sus improvisaciones desafiantes”, escribe Franya J. Berkman en su biografía de la artista. “Quienes esperaban encontrar la intensidad agresiva que caracterizó su trabajo con John Coltrane se sintieron como poco decepcionados con Alice”.

Alice Coltrane, en 1970.Michael Ochs Archives (Getty)

La recepción de su obra fue mejorando con los años, hasta explotar en la última década, gracias al rescate de unos álbumes que no se parecen al resto, y al homenaje de referentes del rock (Radiohead) o del hip-hop y la electrónica (Flying Lotus, que además es su sobrino). El signo de los tiempos parece soplar a su favor: Alice Coltrane (con el resto de eso que etiquetan como jazz espiritual) puede encajar en algunas de las corrientes que definen el presente, del afrofuturismo a la búsqueda de alternativas espirituales en un mundo fracturado. El relato desjerarquizado que fomentan las nuevas formas de consumo musical también ayuda, y eso ha contribuido, opina Ravi, a hacerla conectar mejor que otros iconos del género con las generaciones más jóvenes.

La carrera de Alice Coltrane dio un gran salto con su cuarto disco, Journey in Satchidananda, una obra maestra que suena fuera del tiempo y está dedicada al gurú que la introdujo en la música y en las religiones orientales. La tradición hindú, explicó después ella, fue la que mejor se adaptó a la búsqueda de una espiritualidad universalista que definió también sus últimos años con John Coltrane. Terminada la grabación, partió en diciembre de 1970 junto a Satchidananda a un viaje de cinco semanas por la India: nadó en el Ganges, visitó monasterios en el Himalaya y peregrinó al Taj Mahal.

En febrero, una semana después de la publicación del álbum, la líder reclutó a dos saxofonistas (Pharoah Sanders y Archie Shepp, destacados discípulos de John Coltrane), dos contrabajistas (Jimmy Garrison y Cecil McBee), dos baterías (Ed Blackwell y Clifford Jarvis), y sendos intérpretes de tambura (Kumar Kramer) y armonio (Tulsi Reynolds) para tocar en directo en el Carnegie Hall de Nueva York dos temas de aquel disco y dos composiciones del repertorio de su marido. Les pidieron que no pasaran de los 20 minutos pactados, y acabaron rozando los 80.

Las cintas perdidas

Su productor de la época, Ed Michel, registró el concierto, pensando en una publicación que nunca llegó, porque los jefes de Impulse!, sello en el que había militado John Coltrane desde 1961, pensaron que no tendría salida comercial. Ese desdén, escribe Michel en el libreto del nuevo disco, escondía otra cosa: si la mantuvieron en el catálogo fue porque poseía las llaves del legado del saxofonista. El 22 de marzo pasado, la música de aquella noche, que se conocía parcialmente en ediciones piratas, vio por fin la luz 53 años después, tras una reconstrucción a partir de la grabación de dos pistas que se quedó Michel como recuerdo. Las cintas originales de cuatro pistas se perdieron: una estaba en el archivo de la familia, y la otra, en las arcas de la discográfica, cuya propiedad fue cambiando de manos con los años (hoy pertenece a Universal).

El rescate de The Carnegie Hall Concert es importante porque no se conservan documentos en directo de esa época decisiva en la carrera de Alice Coltrane, pero sobre todo por la segunda parte del concierto: las largas interpretaciones de Leo y Africa prueban que aquella banda también sabía sonar rabiosa y presentan a su líder como algo más que la caricatura beatífica a la que a menudo se la reduce a ella y por extensión al jazz espiritual.

El objetivo de la velada era recaudar fondos para el gurú indio, y además tocaron la cantautora Laura Nyro y la banda de rock The Rascals, cuyo líder, Felix Cavaliere, era, como Nyro, discípulo de Satchidananda. Para este, que dejó su carrera como empresario y abrazó la religión tras la muerte de su esposa, no era la primera colisión con la cultura pop: el swami (maestro) llegó a Estados Unidos en 1966 y se hizo famoso al pronunciar la bendición de apertura del festival de Woodstock. En el Carnegie Hall, recaudó 8.000 dólares (el equivalente a 61.000 dólares actuales, unos 56.500 euros) para su instituto de yoga, que, en plena explosión de la era new age, pasó de tener una sede en Nueva York a 25 centros por todo el país entre 1970 y 1972, año en el que, según apunta la escritora Lauren Graf en el libreto, se vio envuelto en el primero de una serie de escándalos “por sus relaciones [inapropiadas] con sus alumnos”. “Aquel gurú, como muchos otros, resultó ser demasiado humano”, concluye Graf.

Alice Coltrane y Satchidananda Saraswati, en el río Ganges, en 1970.Satchidananda Ashram–Yogaville

Hace un par de semanas, McBee, uno de los dos contrabajistas del Carnegie Hall, hizo memoria desde su apartamento de Nueva York en una videoconferencia con EL PAÍS, a la que se presentó vestido con una elegante corbata y una camisa negras. Aquel concierto, dijo, “fue bastante exigente”. Nunca supo que lo habían grabado hasta que lo contactaron recientemente de la disquera. “Menos mal, porque entonces yo era un joven que se abría paso en Nueva York y creo que me habría puesto nervioso”. En los años siguientes, McBee se convertiría en uno de los compositores más interesantes del jazz de vanguardia y también en uno de los acompañantes más solicitados de la escena.

“Alice era la persona más tranquila e introspectiva que puedas imaginar”, explica el contrabajista, que a sus 88 años aún está en activo. “Te dejaba mucha libertad, y confiaba en que tú supieras tomar decisiones que se salieran de lo esperado. Rara vez te dirigía la palabra, y si lo hacía, siempre era para hablar de música”. Una de esas raras ocasiones fue en la grabación de Journey in Satchidananda, cuando la pianista le dictó la contagiosa línea de bajo melódica en 3x4 que abre el disco. “Ambos eran muy callados e intuitivos”, confirma Ravi Coltrane sobre sus padres. “Por eso se entendían tan bien. Y creo que se influyeron mucho mutuamente. Nunca he conocido a una persona ni remotamente parecida a mi madre, y eso hace que sea tan difícil de describir”, añade el músico, que no había cumplido dos años cuando murió el saxofonista.

Ravi y Alice Coltrane ensayan ante un retrato de John Coltrane, en la casa de la pianista, en 2004.J.Emilio Flores (Corbis via Getty Images)

McBee se encontró por primera vez a la pianista en sus años en Detroit, donde esta nació en 1937. A principios de los sesenta, aún se llamaba Alice McLeod e interpretaba bebop. Creció tocando el órgano en la iglesia, se fue un tiempo a estudiar a París y al regresar a Estados Unidos estuvo en la banda del vibrafonista Terry Gibbs. En Nueva York, conoció a John Coltrane. Se casaron en 1965 y al poco ella entró a formar parte del nuevo y revolucionario quinteto del saxofonista, junto a Jimmy Garrison, el viejo contrabajista, y otros dos jóvenes, el recientemente fallecido Pharoah Sanders y el batería Rashied Ali. Ninguno de los tres lo tuvo fácil con la legión de fans del líder: los culpaban de que hubiese dejado atrás su cuarteto clásico y con él, una cierta ortodoxia. Pero ella se llevó la peor parte, tanto antes, como cuando después de su muerte se quedó con el poder sobre qué grabaciones inéditas verían la luz y de qué manera.

John y Alice Coltrane, fotografiados en 1966 por Chuck Stewart.

Cada vez más alejada del jazz, Alice Coltrane se mudó en 1972 con la familia a Los Ángeles, donde alcanzó el grado de swamini, maestra, y abandonó su nombre secular por el de Turiya, abreviación de Turiyasangitananda (en sánscrito, “el canto de bienaventuranza más elevado del Señor Trascendental”). También cambió de sello (a Warner) y hasta grabó un disco con Santana, Iluminations (1974). Fundó una escuela védica en su casa, y a principios de los ochenta un monasterio (ashram) en las montañas de Santa Mónica. Para entonces, ya estaba retirada de la vida pública, pero, concentrada en dos nuevos instrumentos, su voz y los sintetizadores, nunca dejó de hacer música, tampoco de grabarla y publicarla en casetes que se vendían en el ashram. El profesor de yoga Purusha Hickson, uno de sus primeros discípulos, recordó en una conversación con EL PAÍS el impacto de escucharla cantar por primera vez una de esas cintas: “Su voz era muy poderosa. Ella nos decía que simplemente era Dios manifestándose a través de su cuerpo. Fue el gran referente en mi vida”.

En 2004, su hijo Ravi la convenció para grabar un último disco de tintes jazzísticos. En 2007, murió en Los Ángeles. Tenía 69 años.

Portada de la recopilación 'Turiyasangitananda: World Spirituality Classics 1' (Luaka Bop, 2017), que reúne temas de los casetes que Alice Coltrane grabó para creyentes y simpatizantes.

En el décimo aniversario de su fallecimiento, Luaka Bop, sello fundado por David Byrne, lanzó con éxito una recopilación de canciones de aquellas casetes difíciles de encontrar, y con ella, una reconsideración de la música devocional de la artista. Hace un par de años, Impulse! editó íntegra por primera vez en CD y en vinilo una de esas cintas, Turiya Sings (1982). Ravi explica el renovado interés por su madre diciendo que el mundo por fin entendió lo que ella quería expresar. “No buscaba la fama, el reconocimiento o el favor de la crítica. Consideraba la creatividad como un regalo que no te pertenece, que hay que compartir. Es una música muy especial, y cada cual se encuentra con ella a su propio ritmo. Por suerte, cada vez más gente está llegando a esa estación”. McBee, por su parte, cree que los discos que hicieron en los setenta “son mejor comprendidos ahora que entonces”.

La publicación del concierto del Carnegie Hall es el primer hito de lo que los tres hijos que aún viven han bautizado como “el año Alice”. “Pensamos que era una buena idea dedicarnos a su memoria antes de que en 2026 se cumpla el centenario de mi padre, para dedicarle su gran momento a ella también”, aclara Ravi. Entre los festejos figura un plan de reediciones en nuevos formatos de viejos discos, rescate de más materiales inéditos, el lanzamiento de un proyecto de “historia oral” sobre Alice Coltrane, el encargo de un ballet al coreógrafo Alonzo King a partir de su música, una exposición de artistas contemporáneos en Los Ángeles o la restauración del arpa que John le compró poco antes de morir.

El instrumento tardó varios meses en llegar, y cuando por fin lo hizo, el saxofonista ya estaba muerto. En sus memorias, Alice Coltrane recuerda que cuando las ventanas de su casa de Long Island estaban abiertas, el viento a veces hacía sonar sus cuerdas. Como si una “fuerza invisible” las rasgara.

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