Muere Richard Serra, escultor del acero y del tiempo

El tótem del arte estadounidense, famoso por sus monumentales piezas de inspiración minimalista, fallece a los 85 años víctima de una neumonía en su casa de Long Island

Richard Serra, ante las maquetas de 'La materia del tiempo' para el Museo Guggenheim de Bilbao, en 2005.Cristóbal Manuel

En la visita por su cuarto cumpleaños del niño Richard Serra a la Marina de San Francisco, donde quedó maravillado al ver cómo movían las grandes masas de acero de un lugar a otro, comenzó una de las carreras más fascinantes de la escultura contemporánea. Esa historia llegó a su final este martes, ocho décadas después de aquella excursión, con la muerte de un tótem del arte estadounidense: Serra falleció a los 85 años en su casa de Long Island, cerca de Nueva York. La causa fue una neumonía, según informó a ...

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En la visita por su cuarto cumpleaños del niño Richard Serra a la Marina de San Francisco, donde quedó maravillado al ver cómo movían las grandes masas de acero de un lugar a otro, comenzó una de las carreras más fascinantes de la escultura contemporánea. Esa historia llegó a su final este martes, ocho décadas después de aquella excursión, con la muerte de un tótem del arte estadounidense: Serra falleció a los 85 años en su casa de Long Island, cerca de Nueva York. La causa fue una neumonía, según informó a The New York Times su abogado, John Silberman.

Será recordado por sus monumentales piezas de acero corten, extrañamente gráciles pese a sus varias toneladas de peso. Capaces de crear interiores sinuosos en los que perderse, fueron revolucionarias en su invitación al espectador a admirarlas, pero, sobre todo, a caminar por sus laberintos color caldera. El mejor ejemplo de ese estilo, una sofisticada reflexión también sobre el vacío, está en el Museo Guggenheim de Bilbao, que expone desde 2005 de manera permanente y en su más emblemática galería, un brazo de titanio extendido en paralelo a la ría del Nervión, La materia del tiempo, ocho gigantescas espirales y elipses torcidas que marcaron un hito en el viaje de Serra hacia la comprensión del espacio. El conjunto, de casi 1.200 toneladas, acabó logrando lo improbable: convertirse en un icono capaz de rivalizar con el edificio de Frank Gehry que lo alberga, otra obra maestra.

'La materia del tiempo', en el museo Guggenheim de Bilbao.Luis Alberto García
La escultura 'Bilbao', de Richard Serra, en el Museo Bellas Artes de Bilbao, en 2018.Fernando Domingo-Aldama
Richard Serra (a la izquierda) recibe el Premio Princesa de Asturias de las Artes de mano del príncipe Felipe, el 22 de octubre 2010.Dusko Despotovic (Corbis/ Getty Images)
El Memorial del Holocausto en Berlín, diseñado por Peter Eisenmann y el escultor Richard Serra.robert wallis (Corbis/ Getty Images)
'El muro', escultura de Richard Serra en la plaza de la Palmera del barrio de la Verneda de Barcelona.Joan Sánchez
Obra de Richard Serra para la primera edición de la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla (BIACS) instalada en el Monasterio de la Cartuja, en Sevilla, en 2004.Pablo Juliá
El escultor estadounidense Richard Serra posa junto a una pieza de Oteiza, en el Museo Oteiza de Pamplona, en 2009.Luis Azanza
Obra 'Equal' de Richard Serra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en 2020.John Minchillo (AP/ LaPresse)
Desembarco en el Puerto de Bilbao de las piezas de acero que conformaran las siete esculturas gigantes que el artista Richard Serra ha creado para el Museo Guggenheim de Bilbao, el 11 de abril de 2005.Santos Cirilo
Escultura 'T-corner prop', de Richard Serra en la exposición de la galería Carreras Múgica de Bilbao, en 2007.Santos Cirilo
'New Union', obra de Richard Serra instalada en el parque de Doña Casilda de Bilbao (Bizkaia), en 2006. SANTOS CIRILO
Vista aérea de la controvertida pieza 'Tilted Arc' del escultor Richard Serra, antes de su retirada en Nueva York, en 1985.Robert R. McElroy (Getty Images)
Un hombre observa una obra de Richard Serra, que lleva la leyenda 'Stop Bush', en la muestra previa a la inauguración de la Bienal de Arte Moderno de Nueva York, en el Whitney Museum, en 2006. SETH WENIG (REUTERS)
Escultura de Richard Serra en el exterior del Museo Stedelijk Museumplein Ámsterdam (Países Bajos).Alamy/ Cordon Press

Fue por aquel entonces cuando el célebre crítico australiano Robert Hughes, tan amante de la provocación como del eslogan, lo definió “no solo como el mejor escultor del siglo XXI”, sino también como “el único realmente grande en activo”. Con su ceño eternamente fruncido, su complexión compacta y su personalidad lacónica y reflexiva, con Serra también muere un poco más una cierta idea del artista (hombre) abstraído en una trascendental misión para el que la vida y la obra son expresiones de una misma épica aventura.

Hijo del capataz de una fábrica de caramelos de antepasados mallorquines y de un ama de casa emigrada de Odesa, en la actual Ucrania, nació en 1938 en San Francisco. De sus orígenes de clase obrera solía presumir, porque, decía, lo dotaron de una férrea ética del trabajo. Esa actitud alejada del diletantismo se hizo patente muy pronto, gracias a su Lista de verbos (1967-1968), tal vez su texto más famoso, que empezaba con “enrollar, arrugar, doblar, almacenar, inclinar, abreviar, retorcer” y continuaba hasta acumular 100 infinitivos, 100 invitaciones a la acción.

De joven, se forjó intelectualmente a partir de la literatura en inglés, que estudió en la universidad. Tuvo formidables maestros: los escritores Christopher Isherwood y Aldous Huxley, la antropóloga Margaret Mead, el pintor Philip Guston y el compositor Morton Feldman. Leyó a Emerson y el resto de los trascendentalistas estadounidenses, pero también a los existencialistas, especialmente a Albert Camus. Dejó la costa Oeste para estudiar Arte en Yale, tiempo en el que se mantuvo trabajando en una planta de procesamiento de metal pesado. En París se metió a fondo en Brancussi, influencia que fue crucial en su deriva hacia la escultura, mientras al otro lado de los Pirineos, Eduardo Chillida, pero, sobre todo, Jorge Oteiza, andaban ya embarcados en parecidas reflexiones sobre el espacio.

Adiós a la pintura

Su abandono de la pintura también escondía en realidad la asunción de una derrota. Cuando vio por primera vez Las meninas, de Velázquez, se rindió a la evidencia: “Pensé que no había posibilidad siquiera de acercarme a todo eso: el espectador en relación con el espacio, el pintor incluido en el cuadro, la maestría con la que podía pasar de lo abstracto a una figura o a un perro. [Velázquez] Me convenció [de dejarlo]. Cézanne no me había parado, [Willem] De Kooning y [Jackson] Pollock tampoco, pero Velázquez parecía algo mucho más grande de gestionar”, declaró en 2002 a la revista The New Yorker.

Se hizo un nombre en Nueva York a caballo entre las tribus de los minimalistas y los posminimalistas. De los primeros se diferenciaba por el gusto por los materiales pesados. Con los segundos, compartió en 1968 la mítica exposición en la galería de Leo Castelli que le valió el reconocimiento de la escena, gracias a sus películas y a una pieza en la que arrojó plomo derretido a la pared. Tras esa temprana exploración de prácticas y materiales, su idilio con el acero no tardaría en consolidarse.

Sus esculturas están repartidas por museos y ciudades de medio mundo, desde el parque al aire libre de Glenstone, a las afueras de Washington, a la estación de Liverpool Street, en Londres. En países como Alemania y Holanda le profesaban una especial veneración. Pese a la fama que lo acompañó durante décadas, esa lista acabó siendo una nómina de lo más azarosa. La ciudad de Nueva York, tras ocho años de pelea en los tribunales, durante los que se llegaron a recoger 13.000 firmas en su contra, terminó por derribar su pieza Tilted Arc (1981), instalada en la parte baja de Manhattan. Y en cierta ocasión rescató dos sus obras de un parque bilbaíno al saber que iban a subastarse.

'Equal Parallel / Guernica-Bengasi'/ 'Igual-paralelo: Guernica-Bengasi' (1986), de Richard Serra.Bernardo Pérez

Aunque nada superó, al menos en España, al escándalo de la desaparición en algún punto entre 1992 y 2005 de un almacén de Madrid de Equal Parallel/Guernica-Bengasi (1986), propiedad del Reina Sofía, museo que hoy la expone en su colección permanente en una versión de 2007. Fue una de las historias sin resolver más rocambolescas del arte español en democracia, e inspiró el libro Obra maestra, del escritor Juan Tallón. Ante el recuerdo de aquel despropósito, Serra solía contestar con desapego que creía que los ladrones o quienes incurrieron en el descuido seguramente la habían “vendido para fabricar maquinillas de afeitar”.

En los últimos tiempos, los achaques de salud lo empujaron, incapaz como era de dejar de trabajar, a dedicarse a diario al dibujo, un arte en el que también dejó su original impronta. Para él no era un medio (si se trataba de bocetar sus esculturas prefería crear modelos a escala 1:50), sino un fin, al que se dedicó desde muy temprano. En una entrevista con EL PAÍS celebrada en el museo Boijmans Van Beuningen, de Róterdam, con motivo de una exposición de esa parte de su obra, recordó la primera vez, tan pronto como a los “cinco o seis años”, en la que reparó en lo que significaba ser un creador. “Mi madre traía de la carnicería unos enormes rollos de papel rosáceo que yo desplegaba sobre el asfalto de la calle para dibujar en ellos. Allá donde fuéramos, me presentaba como su hijo el artista”, contó Serra, que en 2009 fue distinguido en Oviedo con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.

'Rotterdam Vertical #10', dibujo de Richard Serra expuesto en 2017 en el museo Boijmans, de Róterdam.

Acudió a la cita en Róterdam acompañado de su esposa, Clara Weyergraf, que lo sobrevive. Con ella, su compañera desde 1981, repartía sus días entre Nueva York, Long Island y Cape Breton, un enclave de la costa atlántica de Canadá, que ha servido de refugio a otros artistas clave de la vanguardia neoyorquina como Philip Glass o Joan Jonas, que fue pareja de Serra en los setenta. Ese día en Róterdam, otra ciudad portuaria, igual que Bilbao, había apuntado sus ideas en un papel, para no olvidar nada de lo que quería decir. “Mis dibujos no imponen un discurso, ni pretenden ser una representación”, advirtió. “No quiero que sirvan de metáfora, o evoquen algo preexistente. Su cometido es refutar el lenguaje sabiendo que eso es imposible; todo lo interpretamos a través de él. Es esa en definitiva la función última de la abstracción: desmentir las lecturas superficiales”.

Un par de semanas después del encuentro holandés, hizo algo que cuentan que acostumbraba a hacer: enviar un correo electrónico al periodista para matizar sus argumentos en el marco de una discusión sobre la utilidad política de la creación, durante la que aseguró que “el mejor arte es intrínsecamente inútil”. “Hay dos posiciones que un artista puede tomar; comprometerse políticamente o responder a sus propias necesidades internas”, escribió entonces. “Ambas opciones estaban claramente representadas por [Jean Paul] Sartre y [Theodor] Adorno. El primero tomó el camino de la política, Adorno apostó por articular individualmente su propia estética, divorciada de la ideología, en algo que a su manera entendía como una forma de resistencia política. Yo siempre me he inclinado por la opción de Adorno”.

'East-West/West-East', escultura de Richard Serra en el desierto de Dukhan, al oeste de Doha, capital de Qatar.Masashi Hara (Getty Images)

El origen de esa discusión estaba en las críticas a su última gran obra, al menos en ambición: una instalación de 2014 de cuatro monolitos en el desierto catarí que tituló East-West/West-East. Pese a ser un creador cotizado, le gustaba mostrarse como un artista alejado de los manejos del mercado y aquel día volvió a hacerlo. Los negocios, advirtió, habían echado a perder el arte contemporáneo, y muy particularmente, la escena de Nueva York. Culpaba de ello a la siguiente generación a la suya, la que, con Jeff Koons a la cabeza, abrazó en la década de los ochenta el dinero sin rubor.

En los últimos años, trató de mantener en secreto que padecía cáncer, y así se lo pedía a los periodistas. Para los que lo conocían bien, esa actitud no fue sino otra demostración de su personalidad obstinada. La de aquel chico que vio volar grandes masas de metal en el puerto de San Francisco y acabó creando un universo propio a partir del acero que conformó el paisaje de su infancia.

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