La maquina de escribir que contó la Guerra Civil
Antes de entregarse a las tropas nacionales, la Brigada 109 regaló una Mercedes Prima a un niño. Desde entonces, el artefacto ha servido para relatar las memorias de los republicanos
“Los jefes nos formaron y dijeron: la guerra ha terminado”. Era el 20 de marzo de 1939, anotó Francisco Buj en sus memorias. El Ejército de Extremadura comenzó un lento y escalonado descenso hasta el valle del Guadiana para entregarse a las tropas nacionales. Su brigada, la 109, acantonada desde el verano en Talarrubias (Badajoz), debía hacerlo una semana después, en un vado del río conocido como “la barca”. Un humo ...
“Los jefes nos formaron y dijeron: la guerra ha terminado”. Era el 20 de marzo de 1939, anotó Francisco Buj en sus memorias. El Ejército de Extremadura comenzó un lento y escalonado descenso hasta el valle del Guadiana para entregarse a las tropas nacionales. Su brigada, la 109, acantonada desde el verano en Talarrubias (Badajoz), debía hacerlo una semana después, en un vado del río conocido como “la barca”. Un humo muy denso cubría la plaza del pueblo. Los rostros cansados de los pocos oficiales de uniforme se iluminaban en las hogueras. Tenían que quemar e inutilizar todo, incluidas sus dos flamantes máquinas de escribir Mercedes Prima. Antes de echar la segunda al fuego, descubrieron que un chaval estaba observando. Lo conocían, su familia los había tratado bien, así que decidieron entregársela. “Toma, para ti, para que la uses”. Aquel crío, Octavio Gonzálvez Ruiz, acaba de cumplir 100 años. Sonríe y muestra con orgullo su máquina, mientras recita a su hija Inmaculada la escena que lleva intacta en su cabeza todos estos años.
“La noche anterior, las tropas que había en el Cuartel de la Guardia Civil cargaban los equipajes y escapaban urgentemente. Aquella noche y las siguientes no pudimos dormir”. Gonzálvez guardó la máquina, en su casa nunca dijeron nada. Empezó a estudiar, terminó el bachillerato y la carrera de Derecho muchos años después. En 1975 la usó para escribir sus propias memorias. Su hija se las dio inéditas a Fernando Barrero Arzac, que lleva décadas documentando la historia de todas estas familias que siente como propias. Andrés, el comisario de la Brigada 109, era su abuelo. Ahora ha recibido la máquina con el mismo encargo de mantener viva la memoria de aquellos soldados vencidos que, en el momento más difícil de sus vidas, apostaron por la inocencia de Gonzálvez.
El final de la guerra sigue siendo una incógnita sin despejar. Las denuncias y acusaciones cruzadas durante décadas de exilio redujeron a pedazos todo lo que pasó después. La intrahistoria de aquel ejército, de cientos de miles de hombres que se quedaron para afrontar un futuro más que incierto, es aún desconocida. Los republicanos iniciaron el denominado Plan P, diseñado por Vicente Rojo, para atacar y romper en dos la retaguardia franquista, pero ya era demasiado tarde. Queipo de Llano, inactivo desde el comienzo de la guerra, se desplegó antes de que pudieran inutilizar las minas de Almadén, cortando definitivamente la frontera con Portugal y embolsando intacto un enorme ejército enemigo. Entre ellos estaban los componentes del batallón de la 109 que entregaron la máquina a Gonzálvez antes de rendirse.
Los miembros de la brigada 109 llevaban casi toda la guerra juntos. El 7 de noviembre de 1937 se fotografiaron en su puesto de mando. En el reverso de la foto, el sargento Pedro Pérez Cano, de pie, con la guerrera abotonada, escribió: “La guerra está en pleno apogeo. Aquí junto a mis compañeros, en Malpartida de la Serena”. Su hijo Luis, que la conserva como el bien más preciado, ha ampliado los negativos. La imagen de fondo muestra el cuadrante de una revista mensual de armamento. Estaban en su mejor momento, organizativo y de moral. Sonreía, nada le hacía pensar a aquel sargento de Cartagena que acabaría en un campo de concentración de Toledo. Tras varios años de periplo carcelario volvió, como muchos otros de sus compañeros, al lugar donde había pasado la guerra. Habían forjado un vínculo especial con la gente de la zona. Una unión que siguió viva mucho tiempo después, como explica Gonzálvez en sus memorias de la Siberia extremeña.
En la imagen, el capitán Amador Álvarez mira al fotógrafo mientras sostiene el teléfono. La guerra le trajo en un tren desde muy lejos, pero viviría allí hasta su muerte. Antes tuvo que pasar por el campo de Castuera y el destacamento penal de Brunete, “redimiendo pena”. Poco antes de salir, en 1944, pudo enviar esta foto entre la correspondencia censurada. El traje de penado apenas proyectaba su sombra sobre el desolado paisaje de la posguerra española. El soldado que teclea la máquina de escribir es Francisco Buj Pastor, el escribiente de la compañía. Había llegado con otros aragoneses en junio de 1937 y, ya en su primera noche de guardia, fue recibido con una lluvia de metralla.
Su hijo Paco custodia un tesoro, Las memorias de la guerra civil (inéditas, 1980, Tarrasa). En ellas quiso ordenar su padre todos sus recuerdos, empezando por el final. Dejaron las armas antes de cruzar el rio y se entregaron en columnas. Tras un registro en el que dijeron adiós a sus pocas pertenencias, fueron conducidos a un lugar que llamaban el cortijo o Casa de Zaldívar. Pasó el cautiverio junto a su amigo Pepe García, del Puerto de Sagunto, esperando los informes de su pueblo que nunca llegaron. Finalmente, gracias a la hija del alcalde, “novia de un soldadico de Caspe”, consiguieron que este les avalase personalmente.
La documentación franquista ofrece una panorámica completa de toda la zona. En aquel sector, el Ejército del Sur hizo 3.000 prisioneros en un solo día. Los llevaron caminando al cortijo Casa de Zaldívar, a 15 kilómetros de Puebla de Alcocer. Un mes más tarde ya custodiaban a cerca de 5.000 prisioneros. Llegó la orden. El 26 de abril los trasladaron al campo de concentración de Castuera. Solo quedó un pequeño grupo que debía ser conducido a otro cortijo, el de la Boticaria, “en cumplimiento de misiones que no admiten demora”. Sumaban, junto con los que aguardaban allí, unos doscientos hombres de diferentes brigadas, clasificados y seleccionados con anterioridad. De nada sirvió que quemaran la documentación. El 15 de mayo lucía fuerte el sol cuando terminaron de cavar su propia tumba. Sus cuerpos yacieron en el olivar, mezclados con los de varios vecinos de la zona, hasta la primavera de 1978. Fue la primera exhumación de la Guerra Civil en Extremadura. La Mercedes Prima de la 109 volvía a sonar.