Christine Angot, la escritora que pone imágenes a su incesto: “No quería vengarme, sino escuchar a quienes callaron”
La escritora francesa presenta en la Berlinale su película ‘Une famille’, turbador documental en el que se enfrenta a los familiares que no la apoyaron ante los abusos sexuales de su padre
Durante mucho tiempo, Christine Angot (Châteauroux, Francia, 65 años) no quiso volver a Estrasburgo. “Me parecía una ciudad hostil. Les decía a mis editores que no me llevaran allí. Cuando no me quedaba otro remedio, iba con alguien”, afirmaba este lunes a su paso por la Berlinale, que ha acogido su estreno como directora de cine. “Nunca iba sola”. El motivo es que fue en la capital de Alsacia donde su padre abusó sexualmente de ella cuando cumplió los 13 años. Sucedía los fines de semana o d...
Durante mucho tiempo, Christine Angot (Châteauroux, Francia, 65 años) no quiso volver a Estrasburgo. “Me parecía una ciudad hostil. Les decía a mis editores que no me llevaran allí. Cuando no me quedaba otro remedio, iba con alguien”, afirmaba este lunes a su paso por la Berlinale, que ha acogido su estreno como directora de cine. “Nunca iba sola”. El motivo es que fue en la capital de Alsacia donde su padre abusó sexualmente de ella cuando cumplió los 13 años. Sucedía los fines de semana o durante las vacaciones. Ese hombre, que abandonó a su madre antes de que ella naciera y luego reapareció durante su adolescencia, siguió abusando de ella en la vida adulta, cuando ya estaba casada. Murió hace tiempo, pero su esposa e hijos siguen viviendo en el lugar. Para Angot, era una ciudad maldita, un reino de silencio. A su alrededor, muchos lo sabían, pero no decían nada. “La gente nunca dice nada, porque siente vergüenza”, explica.
Angot nunca se ha callado. En 1999, publicó una novela titulada El incesto que la convirtió en estrella literaria en su país, en una autora tan vendida como vilipendiada. Recibió el favor de la crítica, pero también fue acusada de fabular o exagerar los hechos, de lavar la ropa sucia en público, de expresarse con excesiva violencia. Ella siempre se negó a verse como una víctima, palabra que le repugna, para evitar la piedad de los demás, ya que considera que esa lástima ajena es “un mecanismo de control”. La escritora, discípula no reconocida de Annie Ernaux —aunque, como ella, se niegue a definir lo que hace como “autoficción”— y que ha dedicado varios libros a este trauma mayúsculo en su vida, regresa ahora a los hechos, 25 años después. Y lo hace, por primera vez, usando el cine como arma.
“Mi objetivo era poder hablar de esto antes de que todos muriésemos. Era importante no solo para mí, sino también para nuestros hijos, para quienes nacerán después, para todos nosotros”, dice Angot
El resultado se titula Une famille, documental donde la autora vuelve a Estrasburgo, entre otras ciudades francesas, para enfrentarse a los familiares y allegados que ocultaron los hechos o que los contemplaron en silencio. Podría ser la película más turbadora de esta Berlinale, pese a no figurar entre los títulos que compiten por el Oso de Oro (se ha estrenado en la sección paralela Encounters). Filmin la acaba de adquirir para estrenarla en España en el otoño de 2024. Si tuvo que recurrir a las imágenes fue, sobre todo, porque sintió que necesitaba un testimonio neutral e incontestable. Cuando escribe, se le recrimina que haga ficción, que interprete los hechos o los deforme a su gusto. “El cine siempre parece más real que una novela, incluso cuando no lo es”, dice. Angot utiliza este nuevo medio igual que la literatura: con dureza, desgarro y precisión clínica, al servicio de una obstinada voluntad de poner palabras a lo inenarrable. Y de contestar a la pregunta del millón: ¿por qué nadie hizo nada?
La película empieza con una visita sorpresa. Una puerta se abre. Al otro lado está la mujer de su padre, conocedora de los hechos desde los años noventa. Cuando ve que la están filmando, cierra de golpe. Angot mete un pie en la puerta y entra a la fuerza en un salón burgués en el que logrará dialogar, a duras penas, con quien ha rechazado hacerlo durante décadas. Obliga a acceder a ese domicilio a su operadora de cámara (Caroline Champetier, directora de fotografía de Jean-Luc Godard o Leos Carax) y a su asistente. “Os necesito”, les dice. Los reproches abundan. “¿No me vas a presentar tus disculpas?”, empieza Angot. “Solo tenía tu versión”, responde su madrastra. Le seguirán otras explicaciones. “Tu padre ya tenía Alzheimer cuando lo supe”. “De todas formas, era demasiado tarde”. “No quise saber, era una protección contra tu agresividad”. “¿Cómo podías venir a mi casa cuando estabas teniendo una relación sexual con él?”. Angot le responde que no tenía ninguna relación, sino que estaba siendo violada. “Hablemos, pero sin violencia”, le había exigido esa madre postiza al principio. “Ha estado bien hablar, era necesario. Que acabes de pasar un buen día”, le dice al despedirla, con educada gelidez. Más tarde, la denunciará por allanamiento de morada.
En sus encuentros sucesivos con otros miembros de su familia, esa incomunicación cederá terreno a un posible entendimiento y a una utópica placidez. Acude a ver a su madre, incapaz de hablar de lo que sucedió, que prefiere concentrarse en las interferencias que ese incesto provocó en la relación con su hija; los narra en bellísimos escritos leídos a cámara que dejan intuir de dónde le viene el talento literario a la futura escritora. Visita a su exmarido, que una vez escuchó al padre de Angot abusar de ella y se quedó encerrado en la habitación, víctima de sus propios traumas de infancia, sin intervenir en la escena.
Luego cede la palabra a su actual compañero, el músico antillano Charly Clovis, que se define como “descendiente de esclavos”. “Hay personas que se juntan para unir patrimonios y otras que lo hacen porque tiene cosas en común que las definen”, responde la autora sobre su unión. Al final, se encuentra con su hija, la primera que tuvo unas palabras amables cuando supo lo que había sufrido. Las entrevistas de la escritora están alternadas con fotografías y vídeos domésticos de principios de los noventa. Descubriremos que Angot fue la única de su clase con apellido judío: Schwartz, que luego se cambió por… el de su padre. En una imagen de adolescencia, la autora sonríe. Está irreconocible.
El contexto ha cambiado desde que empezó a escribir sobre ese incesto. Allá por el cambio de milenio, se reían de ella en los platós televisivos hasta que se veía obligada a levantarse y marcharse. Ahora se la escucha, fruto de una nueva sensibilidad social, y también se la reconoce: Viaje al este, el libro que va a presentar a Estrasburgo al principio del documental, ganó el prestigioso premio Médicis en 2021. Es tentador ver la película como una revenge movie, uno de esos thrillers donde un personaje humillado y herido va a buscar a sus verdugos buscando venganza. A Angot le indigna esta interpretación. “No busco venganza, sino la verdad”, responde. “Quise que surgieran las palabras. Quise escuchar lo que tenían que decir quienes callaron. Eso no tiene nada que ver con la venganza. Mi objetivo consistía en poder hablar de esto antes de que todos muriésemos. Era importante no solo para mí, sino también para nuestros hijos, para quienes nacerán después. Y para todos nosotros. En el fondo, la sociedad también es una familia”.