De Beyoncé a ‘Black Panther’: qué es el afrofuturismo y por qué es un movimiento cultural de moda en Estados Unidos
El Smithsonian consagra en el National Mall de Washington la tendencia, una mezcla de ciencia ficción y conciencia racial que conquista el cine, el pop y los museos
Un fantasma recorre Estados Unidos: el fantasma del afrofuturismo. Protagoniza programas de museos por todo el país, inspira a estrellas del pop como Beyoncé o Janelle Monáe, alienta el rescate de escritoras negras de ciencia ficción y hasta tiene su propio taquillazo, las dos entregas de la fantasía Black Panther. Ambas sirvieron como el caball...
Un fantasma recorre Estados Unidos: el fantasma del afrofuturismo. Protagoniza programas de museos por todo el país, inspira a estrellas del pop como Beyoncé o Janelle Monáe, alienta el rescate de escritoras negras de ciencia ficción y hasta tiene su propio taquillazo, las dos entregas de la fantasía Black Panther. Ambas sirvieron como el caballo de Troya para introducir en el corazón del discurso cultural dominante un término acuñado en 1994 por el crítico Mark Dery en los márgenes de la academia y que el diccionario Merriam-Webster define así: “[El afrofuturismo es] Un movimiento que utiliza el marco de la ciencia ficción y la fantasía para reimaginar la historia de la diáspora africana y plantear una visión de un futuro técnicamente avanzado y esperanzador para la población negra”.
Pasado, presente y porvenir se citan, ya desde su título, en la exposición Afrofuturismo. Una historia de los futuros negros, del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana de Washington (NMAAHC son sus siglas en inglés), que viene a sumarse a otras dos, actualmente en cartel en el Metropolitan de Nueva York: un espacio permanente que imagina una habitación del siglo XIX desde la óptica del examen al racismo del presente, y un monumento de inspiración faraónica instalado en la azotea del edificio de Central Park por la artista Lauren Halsey. La iniciativa washingtoniana va un poco más allá en la aceptación de las ideas afrofuturistas: dependiente del Smithsonian, el NMAAHC ocupa un lugar destacado del National Mall, campo de batalla simbólico por el discurso con el que Estados Unidos se cuenta su propia historia.
Se trata de una muestra semipermanente, co-comisariada por Kevin M. Strait, conservador de la institución, y concebida ya desde antes de que esta echara a andar en 2016 frente a la Casa Blanca. “Estas ideas nacieron en las sociedades africanas, viajaron a Estados Unidos a bordo de los barcos esclavistas y ahora emergen en nuestra cultura contemporánea”, cuenta Strait en una videoconferencia. “Si tuviera que explicarle a un extraterrestre qué es el afrofuturismo le diría que es una estética, y que forma parte de un movimiento cultural. También, que es una expresión multimedia, enfocada en hacer posible un futuro empoderado para los afroestadounidenses. Es un término de finales del siglo XX, pero sus raíces conceptuales, el abolicionismo y el antirracismo, se remontan a los orígenes de nuestra nación”.
Strait bromea con que muy probablemente ese alienígena vendría aprendido de casa, porque habría entrado en contacto antes de llegar a la tierra con el pianista de jazz, poeta y pensador cósmico Sun Ra (1914-1993), que aseguraba que provenía de Saturno como una vía de escape a la realidad de haber nacido en Birmingham (Alabama) en lo más profundo del profundo Sur y en pleno reinado del terror racista de la era de Jim Crow. A Ra, autor de una obra inagotable, se lo considera padre del afrofuturismo, y la influencia de sus ideas, que suman la fascinación por el antiguo Egipto y por la era espacial, no ha dejado de crecer desde su muerte hace 30 años.
La nave nodriza de Funkadelic
“Ese planteamiento es muy poderoso desde la perspectiva de la comunidad negra, la idea de que es posible ir más allá de las limitaciones que nos impone la sociedad”, argumentó recientemente a EL PAÍS el cotizado artista afroestadounidense Rashid Johnson. “Por eso el afrofuturismo ha cundido tanto en la América contemporánea. Nuestra vida cambió drásticamente cuando nos sacaron de África y nos trajeron a América. Si la humanidad evolucionara como una especie interplanetaria, es bonito fantasear sobre cómo cambiaría entonces nuestro lugar en el mundo”.
La analogía sideral para describir la diáspora africana estaba ya en el ensayo en el que Dery acuñó el concepto. “Los afroestadounidenses son, en un sentido muy real, descendientes de seres abducidos”, escribió en él el crítico cultural. Tal vez por eso, un vehículo espacial es el artefacto central de la exposición de Washington.
El Smithsonian compró en 2011 una réplica de la nave nodriza usada en sus conciertos de los años setenta por Parliament y Funkadelic al líder de ambas bandas: George Clinton, sin par figura de la música negra. El espacio es un concepto clave en el afrofuturismo, según la profesora de UCLA, universidad de Los Ángeles, Tiffany Barber. “Para cambiar cómo los traumas de la esclavitud, el colonialismo y el imperialismo continúan organizando nuestro presente y futuro sociopolíticos, los creadores y pensadores negros han mirado durante mucho tiempo hacia el espacio ―el espacio exterior, el espacio interior, el ciberespacio― en busca de un lugar para crecer, de geografías y especies más amigables, de lugares donde esconderse y prosperar”, advierte.
En las salas del museo hay abundantes ejemplos de ello. Como siempre en las muestras del Smithsonian, la historia se cuenta a través de objetos: desde las infografías mostradas en la exposición universal de París de 1900, con las que W. E. B. Du Bois quiso explicar al mundo el racismo institucionalizado en el Estados Unidos de la época, a la máquina de escribir de la novelista de ciencia ficción Octavia Butler (1947-2016), cuya obra más conocida, Kindred, ha sido adaptada recientemente a la televisión (Parentesco; en España, en Disney +). Y de los cómics con personajes negros de DC y Marvel hasta los trajes de dos iconos audiovisuales: el que vistió en Star Trek la actriz Nichelle Nichols, fallecida en 2022, y el que se enfundó Chadwick Boseman en la primera de Black Panther, antes de la prematura muerte del intérprete.
La música ocupa un lugar especial en ese recorrido: además de leyendas como Ra, Clinton o Prince, hay rock (la guitarra y la pedalera de Vernon Reid, de Living Colour), rap (de Outkast a Rammellzee) o soul (Labelle o Erykah Badu). También hay referencias a algunos de los sucesos que han marcado la historia reciente de Estados Unidos, como los disturbios antirracistas de Ferguson, Misuri, en 2014, o la furia iconoclasta vivida contra las estatuas que glorificaban el pasado confederado en Richmond (Virginia) en 2020, en respuesta a las muertes de George Floyd y Breonna Taylor (presente en la muestra en una pintura de gran formato), así como el asesinato impune de Trayvon Martin en 2012. Sirvió para encender la mecha del movimiento Black Lives Matter.
A Martin se le recuerda a través del traje que usó en un campamento para futuros aviadores en el que participó de niño. La elección de ese artefacto de la colección del Smithsonian, testigo de un momento feliz en la vida del muchacho, truncada por la tragedia a los 17 años, entronca con otro de los conceptos esenciales de la discusión racial en Estados Unidos: el black joy, el gozo negro como un acto de resistencia, en especial, de las mujeres, en una sociedad en la que la experiencia afroamericana acostumbra a presentarse deshumanizada, desde el sadismo de la esclavitud a la emisión en bucle en las cadenas de noticias de los actos recurrentes de brutalidad policial. “El afrofuturismo tiene que ver con la imaginación, y la libertad que otorga pensar en otros mundos, independientemente de los peligros del supremacismo blanco”, justifica el comisario de la exposición de Washington, Kevin Strait.
En el catálogo, la escritora de ciencia ficción especulativa N. K. Jemisin, parte de cuya obra, como la serie La tierra fragmentada, está traducida al español, abunda en esa idea: “La opresión convierte en radicales las cosas más extrañas. La imaginación, por ejemplo. (...) Esa supresión de la imaginación toma muchas formas y sucede en múltiples contextos. Se parece a la cultura pop que representa principalmente a personajes negros como criminales, por ejemplo, trabajadores de baja estofa o prostitutas; como personas innatamente inmorales y poco inteligentes; como individuos que necesitan ser controlados por su propio bien. Este es el contexto que dio origen al afrofuturismo, un movimiento creado para romper alegremente estas cadenas de la cultura pop. ¡Negros volando naves espaciales! ¡Disparando pistolas láser, empuñando sables de luz! ¡Los negros todavía existen y prosperan, para el beneficio de nadie más que de ellos mismos, en un futuro glorioso!”.
Para Jemisin, el afrofuturismo es “esencialmente gozoso”, y, “solo por el hecho de existir”, representa una “amenaza el statu quo cultural de Estados Unidos”. Y esta vez lo hace desde el corazón del sistema: frente a la Casa Blanca.