La invasión de Ucrania castiga al teatro ruso más innovador y experimental
Algunos de los directores más prestigiosos han emigrado y los actores que se pronuncian públicamente contra la guerra suelen pagar sus palabras con la pérdida de su trabajo, muchos prefieren guardar silencio u operar en la escena alternativa
La invasión de Ucrania ha supuesto un duro golpe para el teatro ruso innovador y abierto, que se atreve a afirmar posiciones antibelicistas y también a defender valores atacados hoy desde posiciones oficiales nacionalistas y ultraconservadoras.
A partir del 24 de febrero de 2022, algunos de los directores más prestigiosos de Rusia han emigrado ...
La invasión de Ucrania ha supuesto un duro golpe para el teatro ruso innovador y abierto, que se atreve a afirmar posiciones antibelicistas y también a defender valores atacados hoy desde posiciones oficiales nacionalistas y ultraconservadoras.
A partir del 24 de febrero de 2022, algunos de los directores más prestigiosos de Rusia han emigrado y los actores que se pronuncian públicamente contra la guerra desencadenada por su país suelen pagar sus palabras con la pérdida de su trabajo. Además de la emigración (a resultas o no de declaraciones antibélicas) las salidas para los profesionales del teatro que cuestionan la guerra pueden consistir en guardar silencio, ocultar las opiniones, aprender a emplear un lenguaje sin choques frontales y actuar en escenarios alternativos o semiclandestinos donde reina una relación de confianza entre actores y espectadores.
Algunas incluso van a la cárcel. Este es el caso de las escritoras, directoras y guionistas Evguenia Berkóvich y Svetlana Petrichuk, detenidas las dos a principios de mayo en Moscú, tras ser acusadas de “exhortaciones públicas a cometer actos terroristas, justificación de terrorismo o propaganda del terrorismo”.
Berkóvich, que es directora del proyecto teatral independiente Docheri Soso (Las Hijas de Sosó, fundado en 2018 ), puso en escena Finist, el Halcón Radiante, una obra documental de Petrichuk, basada en experiencias reales de mujeres que viajaron a Siria siguiendo a islamistas radicales que las habían seducido por las redes sociales. Finist, el Halcón Radiante incluye materiales de los procesos que tuvieron lugar contra aquellas mujeres y combina los aspectos documentales, psicológicos y sociales de la actualidad con una tradicional fábula rusa del mismo título.
El análisis lingüístico que sirvió para imputar a Berkóvich y Petrichuk detectó indicios ideológicos de “islamismo y yihadismo” y “feminismo radical” entre otras cosas. Las dos mujeres, que niegan todos estos cargos y que habían sido premiadas por la obra con una de las mayores distinciones del teatro ruso, permanecerán en la cárcel en espera de juicio por lo menos hasta el próximo mes de julio. Varias obras dirigidas por Berkóvich siguen hoy en cartelera en el teatro Espacio interior de Moscú.
Presiones a lo experimental
Las presiones y prohibiciones en el sector más experimental e independiente del teatro ruso adoptan por lo general la forma de reorganizaciones, cambios de cartelera y otros pretextos burocráticos. Los nombres de los creadores díscolos son borrados en los programas de las obras que ellos mismos dirigieron o protagonizaron.
El 24 de febrero de 2022, cuando Rusia invadió Ucrania, Dmitri Krymov, uno de los más respetados directores teatrales rusos, se encontraba en Filadelfia (EE UU) ensayando su puesta en escena de El jardín de los cerezos de Antón Chejov. Krymov condenó la guerra y consideró que no podía volver a su país en aquellas condiciones. El director trabaja ahora en Nueva York y ha comentado las dificultades que experimenta en la emigración, sobre todo la falta del medio cultural y creativo en el que operaba en Moscú.
La capital de Rusia se ha caracterizado por una gran oferta teatral y las obras de Krymov como Seriozha (su peculiar puesta en escena de la obra Ana Karenina desde la óptica de Serguéi, el hijo de esta). Seriozha sigue en cartelera, aunque el nombre de Krymov ha dejado de ser mencionado en los programas. Otras puestas en escena como Kostik o Don Juan han desaparecido del repertorio teatral moscovita.
Konstantín Jabenski, el director del Teatro del Arte, donde se representa Seriozha, ha tenido que reemplazar él mismo a Anatoli Bely, un prestigioso actor que representaba el papel de Alexéi Karenin, el marido de Ana. Bely emigró a Israel tras condenar públicamente la guerra.
El nuevo clima cultural puede poner a los directores de teatro en la alternativa de seguir trabajando como si nada o manifestarse contra la guerra y arriesgarse no solo a perder el puesto, sino también a dejar en la calle a una compañía teatral entera. En esta situación parece encontrarse Jabenski, que aparte de reemplazar a Bely, el pasado marzo echó del teatro a Dmitri Nazárov, un veterano actor condecorado como artista popular de Rusia. Nazárov difundía vídeos en los que leía poemas pacifistas. Junto con Olga Vasílieva, su esposa, también despedida, el actor trata ahora de abrirse camino en Israel. Después de la invasión de Ucrania, Jabenski afirmó que iba a eliminar de la cartelera todas las obras relacionadas con las actividades bélicas.
En el extranjero reside hoy Rimas Tuminas, el director lituano afincado en Moscú, que en 2022, tras convertirse en sospechoso de deslealtad al régimen, fue desposeído del premio del Gobierno de Rusia y despedido del teatro Vajtángov del que era director jefe. Su última puesta en escena en aquel escenario (Guerra y paz, 2021) sigue provocando ovaciones en Moscú. En la emigración también está Yuri Butúsov, otro laureado director, también del teatro Vajtángov, que antes había dirigido el teatro Lensoviet de San Petersburgo. Butúsov se limitó a enviar una carta desde París anunciando que no pensaba volver a Moscú. El Rey Lear, El Revisor y otras obras suyas siguen en cartelera.
De la criba ideológica no se libra ni el teatro Bolshoi, que eliminó de la cartelera para la pasada temporada dos óperas puestas en escena por Aleksandr Molóchnikov. Este director fue caracterizado como un potencial agente antiruso en el campo cultural por el Grupo de investigación de Actividades Antirusas en el campo cultural (entidad creada en el marco de la Duma Estatal o cámara baja del parlamento). De la cartelera de la recién acabada temporada en el Bolshoi desapareció también la ópera Nuríyev puesta en escena por Kiril Serebrianikov (actualmente en la emigración) y dedicada al famoso bailarín de ballet soviético. En opinión de los dirigentes del Bolshoi, la ópera transgrede la ley aprobada el año pasado que prohíbe la propaganda de la homosexualidad.
Entre los directores con talento que aceptan compromisos e incluso van más allá, está Yevgueni Mirónov, el director del teatro de las Naciones, quien llevo a su compañía a Mariúpol, la ciudad ucraniana arrasada por las bombas rusas, con una obra dedicada al “día de los niños” y se ofreció a dirigir la restauración del destruido teatro dramático de la ciudad.
Cuestión de supervivencia
Sobre el telón de fondo de la situación que atraviesa el teatro en Rusia se celebra en Granada del 15 al 17 de junio un festival de teatro antibelicista en lengua rusa denominado Ecos de Liubímovka en alusión a un festival anual dirigido a jóvenes autores y realizadores que se celebraba anualmente en Moscú antes de que Rusia invadiera Ucrania. Este festival funciona ahora de forma itinerante y, entre otras ciudades, se ha celebrado en París, Berlín y Estambul. En España ha sido organizado el Centro de Culturas Eslavas (hasta marzo pasado el Centro de Cultura Rusa) de la Universidad de Granada. En Ecos de Liubímovka se presentan, en forma de lectura dramatizada, seis obras contemporáneas que han sido traducidas todas ellas al castellano, Barbacoa del bielorruso Pavel Pryazhko, El amanecer de los dioses del lituano Marijus Ivaskevicius, Japón del ruso Andréi Stádnikov, Vania está vivo de la rusa Natalia Lazareva, Mujeres en la oscuridad, de las ucranianas Masha Denisova e Irina Serebriakova, y Difamación de las rusas Nana Grinstein y Anastasia Patlay.
El evento constituye una forma de recrear el medio teatral en ruso en la emigración y fomentar los lazos solidarios entre profesionales, que, imposibilitados para ejercer su oficio en un entorno cultural y lingüístico ajeno, se ven obligados a concentrarse en la mera supervivencia. “El teatro en Rusia sobrevivirá si los directores que se van son sustituidos por otros que puedan hacer un trabajo decente esquivando la ideología oficial. El gran problema es si el teatro va a ser sustituido por la propaganda”, dice Anastasia Patlay, directora artística en Teatr.doc de Moscú.