No uno, sino dos

Lawrence pensaba que el secreto de los poetas era una maestría técnica de las palabras, más que un modo particular de vivir y pensar

Jon Juaristi, escritor, historiador y politólogo.Bernardo Pérez

En una ocasión, Robert Graves coincidió con el gran T.E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, y hablaron de poesía. El coronel mostró un interés notable por los poetas de la época, como el propio Graves, y confesó tenerles mucha envidia porque estaba convencido de que guardaban un secreto que él quería conocer y aprovechar. “Lawrence pensaba que el secreto de los...

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En una ocasión, Robert Graves coincidió con el gran T.E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, y hablaron de poesía. El coronel mostró un interés notable por los poetas de la época, como el propio Graves, y confesó tenerles mucha envidia porque estaba convencido de que guardaban un secreto que él quería conocer y aprovechar. “Lawrence pensaba que el secreto de los poetas era una maestría técnica de las palabras, más que un modo particular de vivir y pensar”, escribió Graves. Y, por lo tanto, siendo un secreto técnico, podía aprenderse y poner en uso. Esta ha sido, desde la antigüedad, una divisoria típica de los poetas, aquellos que son maestros del lenguaje, como Keats, y los que sobresalen por su inspirada y sombría existencia, como Byron.

Poetas hay pocos y en nuestro tiempo aún menos, ni siquiera creo que deba hablarse de la poesía, pero yo tengo ahora encima de la mesa dos gruesos volúmenes de quinientas páginas cada uno que resumen la vida entera de dos grandes escritores. Uno se llama Jon Juaristi y el libro Derrotero reúne sus poemas de 1969 a 2022 (Renacimiento). El otro se llama Francisco Ferrer Lerín y el libro, titulado más convencionalmente Poesía reunida (Tusquets), también recoge toda la obra desde 1969. He aquí dos vidas que coinciden en el cuidado de las palabras y han conocido la misma época. Dos perfectos y atemporales firmamentos. En cualquier país civilizado tendrían ya, por lo menos, una calle.

El título del libro de Juaristi, Derrotero, da una pista sobre su mundo porque es, en efecto, una guía de navegación, pero también una colección de derrotas. Su poesía es irónica, distanciada, sin esperanza, sin convencimiento, humorística, a veces sarcástica y esconde bajo el disfraz de la humildad una audacia suicida. El coronel Lawrence lo habría puesto junto a los maestros técnicos, porque sus poemas, exquisitamente construidos, son un prodigio de exactitud lingüística.

Ferrer Lerín seguramente cuadraría con los que antes dije que eran particulares por su pensamiento y por su vida. La vida de Lerín es una obra de arte que debe consultarse en su página de internet. Se encontrarán en ella todos los ingredientes de la novela negra: asesinatos sexuales, espionaje, juego de naipe bajo nubes de tabaco, retiro salvaje, todo ello cernido por el anillo celeste de los buitres.

Si el mundo de Juaristi es un perfecto modelo moral, un juicio (severo) sobre nuestra existencia tan amada como denostada desde los clásicos latinos, el de Lerín es perfectamente amoral, un mundo de mentiras, caricaturas, historias obscenas: un mundo moderno. Bien podríamos decir que están presentes los dos poetas de la tradición europea, el clásico y el romántico, el que mira desde la altura los movimientos de las hormigas humanas y el que se hunde en una desesperación que sólo es posible expresar mediante el uso surreal del lenguaje.

Hay muy pocos poetas, pero he tenido la suerte de conocer a dos de los que todavía viven, de modo que puedo asegurar su honradez. No quiero hablar de poesía, pero me gustaría ser como esos buhoneros que van por los pueblos con una borrica en cuyas alforjas llevan remedios contra el dolor de muelas, el dolor de cabeza, el dolor reumático y el dolor de la vida. Iría yo mostrando a grandes gritos estos libros y animando a la gente a que los comprara para evitar mayores daños y suavizar los incurables. Son dos universos densos, sólidos, maravillosamente escritos y juzgados. ¡Y aún no tienen ni una calle…!

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