Los falsos diarios de Hitler: se publican íntegros los tomos de uno de los mayores escándalos periodísticos de la historia

Una revisión crítica 40 años después de la supuesta exclusiva del semanario alemán ‘Stern’ desvela que el dietario pretendía rehabilitar la figura del dictador nazi presentándole como un estadista comprensivo ignorante del Holocausto

Gerd Heidemann, periodista de 'Stern', de pie, sostiene dos cuadernos durante la presentación internacional de la exclusiva de los supuestos diarios de Hitler, el 25 de abril de 1983.Wolfgang Wiese (Getty)

El 25 de abril de 1983, la revista alemana Stern convocó a medios de todo el mundo a una rueda de prensa para anunciar un hallazgo extraordinario: su reportero estrella había descubierto los diarios personales de Adolf Hitler y se disponía a publicar su contenido. Se trataba de decenas de tomos, supuestamente perdidos en un accidente aéreo a finales de abril de 1945 que, de repente, alguien había decidido sacar a la luz. La sensacional exclusiva dio la vuelta al mundo. Las fotos del periodista, Gerd Heidemann, sosteniendo en alto los cuadernos se publicaron en medios de todo el globo....

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El 25 de abril de 1983, la revista alemana Stern convocó a medios de todo el mundo a una rueda de prensa para anunciar un hallazgo extraordinario: su reportero estrella había descubierto los diarios personales de Adolf Hitler y se disponía a publicar su contenido. Se trataba de decenas de tomos, supuestamente perdidos en un accidente aéreo a finales de abril de 1945 que, de repente, alguien había decidido sacar a la luz. La sensacional exclusiva dio la vuelta al mundo. Las fotos del periodista, Gerd Heidemann, sosteniendo en alto los cuadernos se publicaron en medios de todo el globo.

Ya entonces aquellas imágenes podían haber inspirado alguna sospecha. Las iniciales grabadas en la portada de los cuadernos no eran AH, sino FH, porque, como se supo después, el falsificador que los fabricó confundió ambas letras góticas. Stern solo llegó a publicar dos entregas: en apenas dos semanas se demostró que los diarios eran falsos. Los había escrito a toda velocidad un falsificador y delincuente de poca monta que frecuentaba círculos neonazis llamado Konrad Kujau. El escándalo casi acabó con la revista, fundada en 1948 en Hamburgo y que llegó a tener 1,8 millones de lectores.

Imagen de uno de los falsos diarios de Hitler expuesto en la sede de Stern en Hamburgo en 2018 durante la celebración del Día del Periodismo. picture alliance (picture alliance via Getty Image)

Uno de los mayores fraudes periodísticos del siglo XX vuelve a la actualidad cuando se van a cumplir 40 años de la primera entrega de la serie en el Stern, que tituló en grandes letras rojas “Descubiertos los diarios de Hitler”. La televisión pública NDR ha digitalizado los cuadernos y ha publicado su contenido íntegro, con un buscador que permite consultar día a día y por palabra clave qué es lo que supuestamente consignó el dictador nazi. Curiosamente, no hay ni rastro de las palabras Auschwitz, o Judenvernichtung (exterminio de los judíos). Los textos se han contextualizado con la ayuda de historiadores y politólogos, que desvelan que la mayor exclusiva del siglo XX no fue solo una historia de avaricia y prestigio, sino también de oscuros intereses políticos y revisionistas.

“Los diarios son lo más cerca que se ha estado de rehabilitar la figura de Adolf Hitler”, señala John Goetz, periodista de investigación de NDR que ha liderado el proyecto. “Los historiadores no habían podido entender lo que había ahí. Nadie había podido leer los diarios”, añade en conversación telefónica con EL PAÍS. Hasta ahora apenas se conocían unas pocas citas literales porque Stern ―y otros medios a los que vendió los derechos, como The Times en el Reino Unido― detuvo la publicación y los originales nunca salieron de la caja fuerte de la editorial Gruner+Jahr. Goetz ha recuperado su contenido gracias a las copias que se conservan en el sumario judicial del caso y ha publicado Los verdaderos falsos diarios de Hitler (März), una edición de 672 páginas comentada por los historiadores Heike B. Görtemaker y Hajo Funke.

Los falsos diarios, que mezclaban reflexiones íntimas con consignas políticas y datos de la actualidad, describen a un Hitler extrañamente amante de la paz y buen estadista que desconocía lo que le estaba sucediendo a los judíos. Tras el análisis de NDR, la frase con la que Stern publicitó su descubrimiento ―”La historia del Tercer Reich tendrá que ser reescrita en gran medida”― adquiere un nuevo significado. Los autores de la falsificación querían que los lectores creyeran que Hitler desconocía el genocidio. “Es un momento clave del revisionismo del Holocausto en la historia alemana que hasta ahora se había malinterpretado”, apunta Goetz.

Portada de la revista Stern con la exclusiva de los diarios de Hitler.

El 31 de julio de 1941, cuando el genocidio ya había empezado, el falso Hitler escribe que hay que persuadir a los judíos para que emigren rápidamente o “busquen una zona segura en los territorios ocupados donde puedan alimentarse y valerse por sí mismos”. La entrada del 20 de enero de 1942, el día en que se celebró la conferencia de Wannsee que organizó la deportación de todos los judíos de Europa para su posterior exterminio, pone los pelos de punta. “Espero los informes de la conferencia sobre la cuestión judía. Debemos encontrar un lugar en el Este donde estos judíos puedan mantenerse”, insiste.

No es solo el presunto desconocimiento del Holocausto. El falso Hitler también está en contra de las leyes raciales, de la quema de libros, pide a los militares que traten bien a los polacos... Según los diarios, no es responsable de ninguno de los crímenes nazis. Es imposible no preguntarse cómo los editores de la revista pudieron leerlo, creerlo y publicarlo.

Ego y codicia

Ego, codicia, la ceguera ante la posibilidad de dar una exclusiva de impacto mundial… Los detalles del proceso son fascinantes. El semanario Die Zeit publicó en 2013 el relato de Felix Schmidt, el único de los tres redactores jefe de la revista de aquella época que aún estaba vivo (en la actualidad tiene 88 años). El periodista estrella Gerd Heidemann, al que apodaban El Sabueso, era la comidilla de la Redacción por sus filias nazis, recuerda Schmidt. Coleccionaba recuerdos del Tercer Reich y había comprado y restaurado ―endeudándose hasta las cejas― el yate de Göring, donde organizaba fiestas con antiguos oficiales de las SS.

Heidemann puenteó a los redactores jefe y vendió la historia directamente a los directivos del grupo en 1981. Los diarios, contó, viajaban con otras pertenencias del dictador en un avión que se estrelló el 21 de abril de 1945, pocos días antes de que Hitler se suicidara en el búnker de Berlín asediado por el Ejército rojo. El accidente ocurrió. Campesinos de la zona (entonces en la República Democrática Alemana) los habían recogido y un oficial de alto rango de la RDA los había conservado durante décadas. No podía revelar su nombre porque corría peligro. Salvaguardar la identidad de su fuente era condición inapelable.

Schmidt reconoció que le deslumbró el relato de Heidemann, que incluía escenas de película de espías como el intercambio para hacerse físicamente con los tomos. Contó que él y su fuente se lanzaron el dinero, primero, y los diarios, después, de ventanilla a ventanilla de dos coches en movimiento mientras circulaban por una autopista de la RDA.

La revista encargó a dos historiadores que verificaran su contenido y a peritos caligráficos que confirmaran que se trataba de la letra del dictador, en un proceso que duró casi dos años y se mantuvo en estricto secreto. El historiador inglés Hugh Trevor-Roper, célebre por su éxito Los últimos días de Hitler, hizo lo propio para The Times. Pero como cuenta Robert Harris en su ensayo Vender a Hitler, apenas pasó un par de horas examinando los tomos originales ―que no entendía por la enrevesada letra gótica y porque leía alemán con dificultad― y se vio presionado para dar un veredicto sin poder estudiar con detenimiento las transcripciones.

Kujau llegó a falsificar 60 volúmenes, que iban desde 1932 a 1945, en los que la revista gastó 9,3 millones de marcos. Tanto él como Heidemann fueron condenados a varios años de cárcel por fraude. Resultó que el periodista se había quedado con 4,4 millones de marcos de la revista que nunca llegaron a Kujau, aunque en general se considera que él no participó en el amaño y creía firmemente que los diarios eran buenos.

Los Archivos Federales y la Oficina Federal de Policía Criminal (BKA) determinaron en cuestión de días que aquellos cuadernos eran una falsificación, y “bastante burda”, añadieron. Para empezar, el papel era posterior a la Segunda Guerra Mundial. Kujau había copiado páginas de discursos de Hitler y de libros de historia como la antología de Max Domarus y las había adornado con notas banales de la vida cotidiana y de la convivencia con Eva Braun. “Eva dice que tengo mal aliento otra vez. Es de mi estómago”, escribe el falso Hitler el 2 de diciembre de 1940. Había envejecido el papel mojándolo con té.

Konrad Kujau, el falsificador de los diarios de Hitler, en 1996, durante la presentación del libro 'Los diarios secretos de Konrad Kujau', en el que describe cómo se le ocurrió el fraude. Werner Baum (Getty)

La chocante historia de una de las primeras fake news globales ha alimentado distintas obras de ficción, como la película satírica Schtonk, de 1992, que describe a Kujau como un falsificador avaricioso pero inofensivo, o la miniserie Faking Hitler, de 2021. Tras cumplir condena, se convirtió en un personaje famoso, habitual de programas de televisión. Durante años se dedicó a pintar falsificaciones de cuadros famosos, que firmaba con su nombre y vendía con cierto éxito.

“Se le ha considerado un tipo simpático e inteligente que, como un moderno Robin Hood alemán, se rio de gente poderosa sacándoles millones de euros. Nos gustaba esa historia”, señala Goetz. La publicación íntegra de los diarios permite verle como el peligroso nazi revisionista que fue. Y aporta luz a su época, los primeros años ochenta, casi cuatro décadas después del final de la guerra: “Alemania tiene fama de ser un país que ha sabido tratar ejemplarmente su pasado fascista, pero este episodio muestra que, al menos en 1983, eso todavía no era cierto”.

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