La Berlinale arranca rendida a Zelenski y con películas que huyen de la estupidez y el dinero
La 73ª edición del festival alemán se centra en apoyar a Ucrania y a Irán con proyecciones, mensajes institucionales, vídeos y alfombras rojas solidarias
Año 1 después de Alcarràs en la Berlinale. Para la industria española, que viaja y participa de manera activa en el European Film Market, bajo el paraguas del festival de cine, y que siempre cuenta con una nutrida representación, esta edición del certamen alemán no se puede ver de otra manera. Hace un año de aquel Oso de Oro, pero también hace un año que comenzó ...
Año 1 después de Alcarràs en la Berlinale. Para la industria española, que viaja y participa de manera activa en el European Film Market, bajo el paraguas del festival de cine, y que siempre cuenta con una nutrida representación, esta edición del certamen alemán no se puede ver de otra manera. Hace un año de aquel Oso de Oro, pero también hace un año que comenzó la invasión rusa de Ucrania. La 73ª edición de la Berlinale está volcada en apoyo a la causa: además de proyectar tres largometrajes y un corto ucranio en varias secciones, la alfombra roja de este viernes se convertirá en un acto de solidaridad con el país invadido, y este jueves, en la inauguración, se proyectó un mensaje en vídeo del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, “un héroe de nuestros tiempos”, como le definió horas antes la actriz Anne Hathaway. La Berlinale, certamen muy poroso a lo político y a lo social, ha apostado en esta ocasión por la militancia antes que por el cine.
Zelenski, exactor devenido en político y ahora máximo mandatario de la nación invadida en la guerra que se vive en Europa, ha enviado vídeos a las principales ceremonias e instituciones cinematográficas. La Berlinale además proyectará el sábado Superpower, el documental que Sean Penn estaba rodando en Kiev a finales de febrero de 2022 cuando Rusia comenzó su ataque. El mismo Penn fue quien presentó en la gala el mensaje de Zelenski, en el que el mandatario explicó: “La cultura escoge bando cuando decide hablar contra el demonio”. Y en homenaje a la localidad, Zelenski se refirió a El cielo sobre Berlín, en la que se “mostraba una ciudad dividida, aunque unida por los ángeles que volaban libremente sobre el muro [...]. El cine no puede cambiar el mundo, pero sí inspirar a gente para que lo cambie”.
Hathaway, una de las protagonistas de la película con la que este jueves se inauguró el festival, She Came To Me, una floja comedia romántica de Rebecca Miller, en la rueda de prensa previa explicó: “Quiero expresar mi gratitud al festival por incluir a un héroe de nuestros tiempos y por darnos la oportunidad de amplificar el mensaje de Ucrania, es el del casi universal deseo de paz”. Rebecca Miller alargó aún más el mensaje de la intérprete: “Creo que es verdaderamente asombroso cómo el mundo se ha alineado a favor de Ucrania. Veo mi película como una especie de embajadora de buena voluntad de EE UU al resto de países, porque en ocasiones hacer cine es un acto de patriotismo, ya que muestras diferentes facetas de tu tierra, algo que para mí es importante por el estatus de EE UU en el mundo”. Curiosa reflexión para Rebecca Miller, hija de uno de los grandes del teatro estadounidense, Arthur Miller, y a la que le ha costado sacar adelante su carrera; desde 1995 solo ha dirigido siete filmes. En She Came To Me juguetea con lo estrambótico en una comedia romántica con un compositor de ópera con bloqueo creativo, una psicoanalista con ganas de ser monja, una capitana de remolcador adicta al amor, una mujer de la limpieza polaca y dos adolescentes febrilmente enamorados. La apuesta no cuaja, a juzgar por las reacciones de la prensa.
Según Miller, toda relación posible de su comedia con Zelenski, es decir, su proyección tras el mensaje presidencial, solo se puede vivir como “un gran honor, porque es obvio: en estos momentos es un héroe”. Y recalcó: “Una de las maneras en las que quizá podamos hacer del mundo un sitio más pacífico sea logrando que el arte hable a través de las naciones”. Ya lo habían explicado previamente los codirectores de la Berlinale, Mariette Rissenbeek y Carlo Chatrian, en un comunicado: “Nuestra solidaridad y simpatía están con las víctimas [...], los millones que abandonaron Ucrania y los artistas que se quedaron defendiendo el país y que siguen filmando la guerra”.
Otro país preocupa a la Berlinale: en sus declaraciones institucionales y a la hora de conformar los jurados y las secciones siempre ha apoyado al cine iraní. Cuando han podido —y han logrado sacar a escondidas los filmes— se han proyectado películas de cineastas perseguidos por el Gobierno de su país. Más aún, los dos últimos directores liberados por el régimen, Jafar Panahi y Mohammad Rasoulof, ganaron el Oso de Oro en 2015 y 2020, respectivamente. En esta edición, la organización ha cubierto ese frente con varias mesas redondas en el área industrial con proyectos iraníes, nueve títulos proyectados en distintas secciones, un acto de solidaridad con sus creadores en la alfombra roja el sábado al mediodía y la presencia en el jurado de la actriz Golshifté Farahani, que huyó a Francia en 2010. Desde 2012 tiene prohibida la entrada en su país.
Ayer, en la rueda de prensa del jurado, aseguró: “Irán es una dictadura, y eso no es únicamente algo filosófico o teórico. A la gente le falta oxígeno, aire para respirar en Irán”. Farahani pudo salir, rodar tanto en Europa (La piedra de la paciencia, Altamira o Asuntos familiares) como en EE UU (Paterson, Piratas del Caribe: Salazar). “La existencia está amenazada, sobre todo si eres un artista que vive en Irán”, aseguraba antes de subrayar que está en Berlín, “la ciudad símbolo de la libertad por el derribo del muro, un lugar donde se trabaja porque florezca el arte y la cultura”. Y la cultura se celebra aunque “uno sienta que el mundo se derrumba en muchos lugares, no solo en Irán”, insistía Farahani.
Todo este chorro de declaraciones y manifiestos han dejado un poco de lado al cine. A ese arte que defendieron los jurados en su presentación matinal: junto a Farahadi estaban el cineasta hongkonés Johnnie To, la directora y escritora alemana Valeska Grisebach, la directora de reparto —una de las más poderosas de la industria de Hollywood— Francine Maisler, y los dos últimos ganadores de la Berlinale: el rumano Radu Jude y Carla Simón; todos bajo el mando de la actriz Kristen Stewart, a sus 32 años la presidenta más joven del jurado oficial que haya habido en este certamen. A Stewart le tocó defender que el cine sigue vivo (“Nunca hemos parado de contarnos historias”) y a Simón hablar de emociones en la pantalla: “Las películas nos hacen sentir, reflexionar y pensar, y nos crecen como humanidad. Ver películas y hacer películas nos hace libres de alguna manera”. Y Jude puso la discordancia en su sátira verbal, al estilo de lo que hizo en pantalla con su Oso de Oro Un polvo desafortunado o polvo loco: “Hay una gran verdad en que la industria del cine es una mezcla de dinero y estupidez. A veces está bien ver películas hechas con poco dinero y menos estupidez. Siento estropear la fiesta”. Al menos, Jude y sus compañeros de deliberaciones están ansiosos por encontrar talento y sorpresa.