Masonería y satanismo en el siglo XXI: ¿creencias reales o guiños pop?

Una publicación rescata la leyenda de algunas logias, cultos y sociedades secretas españolas

Ilustración de Mario Rivière para la publicación 'España secreta. Cultos, logias y sociedades secretas de la España tenebrosa'.La Felguera, 2022

El yoga es satanismo: sus posturas son, en verdad, invocaciones demoniacas. Stephen Hawking era un muñeco, pura propaganda satánica para quitarles a las masas la idea del Creador. El Big Bang, la teoría de la evolución, la tesis de la “bola giratoria” de la Tierra y la llegada a la Luna son versiones de masones satánicos para desvirtuar la palabra de Dios. Son ideas conspiranoicas que denuncian en Twitter cuentas como ...

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El yoga es satanismo: sus posturas son, en verdad, invocaciones demoniacas. Stephen Hawking era un muñeco, pura propaganda satánica para quitarles a las masas la idea del Creador. El Big Bang, la teoría de la evolución, la tesis de la “bola giratoria” de la Tierra y la llegada a la Luna son versiones de masones satánicos para desvirtuar la palabra de Dios. Son ideas conspiranoicas que denuncian en Twitter cuentas como Negacionistas Out of Context.

¿Cuánto hay de creencia real y cuánto de guiño pop en estos nodos que tejen estas teorías enhebradas en noticias falsas? No lo podemos aventurar, pero algo sí sabemos: los satanistas y los masones son las sociedades secretas que en este siglo XXI —tan tecnológico y posposmoderno— siguen despertando un terror irracional en muchos. Pero, a su vez, son fuente de fascinación y entretenimiento para muchísimos más. Al fin y al cabo, homenajear a hermandades invisibles y cultos misteriosos es una de las ocupaciones favoritas de la cultura contemporánea. De Stranger Things a La peste —serie sobre la sociedad secreta sevillana La Garduña—, de las canciones de The Cramps al death metal de los valencianos Obscure, de la novela La Bestia de Carmen Mola a los superventas de Los siete secretos de Enid Blyton, son muchos los artefactos culturales que nos acercan el prisma esquivo de las sociedades secretas. ¿Por qué?

El pensamiento positivista, científico y racional domina y deja fuera todo lo espiritual, lo inefable, generando distintos grados de escepticismo e incluso hostilidad, reflexiona el escritor Enrique Juncosa en La luz negra. Tradiciones secretas en el arte desde los años 50 (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, 2018). Pero ese esfuerzo no logra destruir esa estela de sombras: “Hay continuidad en las tradiciones secretas”, sentencia Juncosa.

Camaradería y clandestinidad

Parece cierto. “Nos fascina lo oculto, la parte no visible, lo prohibido. Forma parte de la naturaleza humana”, explica Servando Rocha, escritor especializado en contracultura y director de La Felguera, una editorial que “bajo la apariencia de una sociedad secreta, se dedica a revelar los mejores secretos de nuestra época”, según se definen ellos mismos. Para Rocha, la gente añora la camaradería, la clandestinidad, ese “sentimiento poderoso de pertenencia a una comunidad de pocos, una alianza entre hermanos, otra familia”.

Ilustración de los supuestos líderes de La Mano Negra, de la revista 'Museo Criminal', del 1 de septiembre de 1904.Museo Criminal (Archivo Editorial La Felguera)

La Felguera acaba de publicar España secreta. Cultos, logias y sociedades secretas, una revista-estuche con artículos, ilustraciones, fotos y un diccionario sobre sociedades secretas como Palladium, la Asociación Universal para la Destrucción del Orden Social, La Secta de los Misteriosos, La Mano Negra o La Estrella Solitaria, entre otras muchas. Y, como otras veces, Rocha y su equipo han celebrado la puesta en marcha de su nueva publicación con un encuentro secreto.

Una noche de mediados de noviembre, en el viaducto de Segovia, en Madrid, bajo el llamado puente de los suicidas, hubo un acto de tipo clandestino, con instrucciones secretas de llegada y una contraseña que no es posible revelar. A la cita acudieron más de 100 personas, y hubo gente que se quedó fuera de la convocatoria, con ganas de participar.

Rodeados de velas, utilizando un megáfono e iluminados por una potente luz —la que guio a los participantes hasta el punto de encuentro—, en esa reunión se habló de sociedades secretas. Minerva García, vicepresidenta de la asociación de Satanistas de España, fue una de las participantes en el acto. En conversación telefónica se nota que se divierte mucho en la asociación, al tiempo que alerta sobre ese miedo —antiguo y ciego— que circula invisible en las redes y en muchos otros lugares.

‘Burlesque’ y bendiciones

En materia de satanismo, hay gente que “se queda en la literalidad de las cosas y no tiene una mirada pop sobre estos asuntos”, dice Minerva García. Y por eso a ella le llegan bendiciones vía Twitter y a veces también en persona. Medio riendo, recuerda que hace tres años hicieron una fiesta en un bar de Malasaña para celebrar la puesta en marcha de la asociación. Hubo música, bailes de burlesque y confeti rojo para simbolizar un rito con sangre. De repente, a la puerta del bar llegó un grupo de personas “que se puso a rezar, a tirarnos agua bendita y a hacernos un exorcismo”, explica. Entonces le pareció que estaba viviendo uno de los momentazos de su vida. Se sintió “como un miembro de los Sex Pistols”, pero no dejó de asombrarle la credulidad de los que pretendían rescatarles de su “caída” en manos satánicas. “Hay personas que creen en el demonio. Eso pasa hoy, ahora. Me alucina que la gente sea incapaz de documentarse un poco, de no entender la coña de todo esto”, advierte.

Minerva García, que se define como “bisexual, feminista, stripper, satanista y sindicalista” en las redes, está de acuerdo con la interpretación de la figura de Satán según Bakunin, quién describió al ángel caído como el primer rebelde, el primer librepensador y emancipador de los mundos. “Hay que convivir como quieras sin hacer daño a nadie, creer en ti mismo”, explica. Por eso en la asociación quieren promover la cultura en esta época algo oscura: “Parece que en estos tiempos ser un ignorante está bien. Ese poder hablar desde la ignorancia y que se aplauda”, denuncia.

Ella se hizo satanista porque los demás le hicieron sentir así, asegura: “Siempre he vivido como me ha dado la gana y he dado mi opinión de una manera libre, pero si eres mujer y haces eso, hay muchos que todavía se espantan”. Es vegetariana y animalista, pero la acusan de hacer sacrificios con animales: “¡Hay gente que cree de verdad que hacemos todo eso!”, se asombra.

Portada de 'Masones y pacifistas', de Juan Tusquets.Ediciones Antisectarias (Archivo Editorial La Felguera)

Una sensacional fake new

En el encuentro secreto de esa noche de noviembre bajo el viaducto, una de las leyendas invocadas fue la de Leo Taxil. Conocido también como Docteur Bataille —entre otros muchos seudónimos—, Taxil fue un destacado ateo francés que elaboró una de las más logradas fake news de la historia: la presunta unión secreta entre masonería y satanismo.

En 1884, a través de tratados, escritos y encuentros, Taxil simuló su conversión al catolicismo y engañó a la Iglesia inventándose logias de masones aliadas con fuerzas diabólicas. Eran sociedades como Palladium, de la que advertía sobre su pretensión de dominar el mundo. Las afirmaciones de Taxil fueron aceptadas por el papa León XIII —que llegó a concederle audiencia— y sus teorías conspirativas se extendieron por Europa.

Unas de las más elaboradas mentiras de Taxil fue Lucifera, la Gran Sacerdotisa del Diablo, primera gran mujer satánica y masona, que atendía al nombre de Diana Vaughan. En realidad, Vaughan era el nombre ficticio de la secretaria y mecanógrafa del propio Taxil, que la convenció para que participase en su invención. Ayudada por una amiga, se dedicó a escribir cartas a cardenales y obispos pidiendo “ayuda espiritual” y no tardó en recibir un aluvión de respuestas.

Las invenciones de Taxil no tardaron en llegar a España. La farsa generó infinidad de seguidores de su tesis, y fueron muchos los líderes religiosos que convirtieron sus invenciones en violentos tratados antimasónicos.

El bulo se extendió a lo largo de quince años hasta que el 19 de abril de 1897 Taxil celebró una rueda de prensa en la Sociedad Geográfica de París para acabar con su “broma”. Reconoció que sus revelaciones sobre los masones eran mentira, que lo que buscaba era reírse de la credulidad de la gente, y “agradeció” a la Iglesia su contribución al éxito del engaño al darle propaganda y fondos para sus publicaciones. El escándalo fue tan grande que el acto acabó en intentos de agresión.

Portada de la revista 'Mundo Gráfico' del 11 de marzo de 1936.Mundo Gráfico (Archivo Editorial La Felguera)

Mentiras emancipadas

“Los escritos del francés fueron un tempranísimo caso de guerrilla de la comunicación y agitprop, al hacer pasar por verdadero lo que era falso. Es cuando la mentira se emancipa de sí misma y pasa por verdad”, explica Rocha.

Así fue. Años después, Francisco Franco resucitó la farsa de Taxil y bajo el seudónimo de Jakin Boor escribió diversos artículos sobre complots de judíos y masones, argumentos que como dictador llevó al paroxismo con la puesta en marcha de entidades como el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo.

Aleccionados por la obra de Taxil y el prejuicio contra la masonería, “hemos crecido en los temores, malentendidos, estereotipos e incluso una cierta estigmatización de masones y logias, presentes en el recorrido de nuestra historia, teñida por las luchas políticas”, escribe el historiador Carlos Peláez, profesor e investigador de Antropología de las Políticas Sociales y Culturales en la universidad Complutense de Madrid, en su libro Entrevista a un masón. Perspectiva de una realidad ignorada (Editorial Séneca, 2006).

En España han nacido o se han desarrollado sociedades como El Ángel Exterminador, del siglo XIX, que tenía como objetivo destruir las ideas del liberalismo progresista a través de intrigas o asesinatos. Una “pura patraña inventada por la francmasonería” para desacreditar a los adversarios absolutistas y reaccionarios, según el historiador decimonónico Vicente de la Fuente.

Otro grupo secreto fueron los Carbonarios —procedentes de Nápoles y afincados en tierras españolas, según la leyenda—, surgidos de los gremios de carboneros, una sociedad de la que se decía que empleaba cruces, clavos o coronas de espinas en sus ceremonias para provocar el sufrimiento de los poderosos —terratenientes, nobles o reyes— por sus desmanes contra los humildes. No es casualidad que en 1824, cuando se creó el embrión de lo que después sería la policía española, uno de sus objetivos fuera “perseguir las asociaciones secretas, sean comuneros, masones, carbonarios o de cualquier secta tenebrosa”.

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