La nueva existencia de Hanif Kureishi: un fenómeno en Twitter que cuenta su vida en un cuerpo paralizado

El escritor, que se desnudó narrando su vivencia del racismo o del adulterio, está ingresado en Roma tras sufrir una caída que le impide comer o abrocharse solo la camisa

El escritor Hanif Kureishi, en Roma en 2017.Primo Barol (Getty)

El día de San Esteban, el 26 de diciembre, el escritor Hanif Kureishi (Londres, 68 años) paseaba con su tercera esposa, Isabella D’Amico, por Roma cuando se desplomó junto a la Piazza del Popolo. Habían caminado mucho, atravesando los jardines de la Villa Borghese, y Kureishi se dobló. El autor de El buda de los suburbios cayó mal. Se torció el cuello y perdió el conocimiento. Cuando se despertó, lo rodeaba un charco de sangre. Y no se podía mover. Casi un mes después continúa sin poder comer o abrocharse una camisa solo. “No puedo coger un bolígrafo”, ha contado a sus lectores. Sin emb...

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El día de San Esteban, el 26 de diciembre, el escritor Hanif Kureishi (Londres, 68 años) paseaba con su tercera esposa, Isabella D’Amico, por Roma cuando se desplomó junto a la Piazza del Popolo. Habían caminado mucho, atravesando los jardines de la Villa Borghese, y Kureishi se dobló. El autor de El buda de los suburbios cayó mal. Se torció el cuello y perdió el conocimiento. Cuando se despertó, lo rodeaba un charco de sangre. Y no se podía mover. Casi un mes después continúa sin poder comer o abrocharse una camisa solo. “No puedo coger un bolígrafo”, ha contado a sus lectores. Sin embargo, habla.

Lo que dice lo escribe su hijo Carlo en Twitter. Sus mensajes han atravesado la red social de la misma manera que su recuento de miedos y vivencias atravesó pantallas y páginas. Kureishi está al otro lado. Los lectores/tuiteros lo ven sonreír: “Lo único bueno que puedo decir de la parálisis es que no tienes que moverte para cagar o mear”. Leen cómo esconde y se refugia de su dolor: “No puedo cerrar la mano. Está dura, hinchada, como si perteneciera a otra persona. Esta experiencia es terrible, aunque empiezo a ver que no es poco habitual”. Lo ven pensar: “Solo puedo hablar, pero también puedo escuchar”. Elucubrar: “No recomendaría tener un accidente como el mío. Pero no poder moverse, no poder leer periódicos ni escuchar música y estar aislado a las afueras de Roma es sin duda bueno para la creatividad“. Lo ven incluso cómo les desea felicidad: “Bebeos una grande por mí esta noche”. “Mi padre no puede beber, claro, aunque disfrutaba haciéndolo cuando llegaba la noche y ahora disfruta imaginando que otros lo hacen”, explica su hijo Carlo. “Mi padre es un ser social. Necesita comunicarse. No sería él sin hablar con los demás. Sin preguntarles sobre su vida”.

Hace cinco años, en su última novela, Nada de nada (Anagrama), Kureishi, un novelista formado como filósofo y crecido como dramaturgo y guionista, lo volvió a hacer. Se adelantó en el tiempo cuando inventó un personaje beckettiano, Waldo, que, sentado en una silla de ruedas, se complica la vida en su mente —lo único que puede mover— imaginando y espiando el adulterio de su joven esposa. Quiso ver la decadencia de alguien alejado del éxito con una pareja 20 años más joven.

Relación libre

Carlo Kureishi, también guionista, habla con EL PAÍS desde Londres. Dejó a su padre en el Hospital Agostino Gemelli de Roma y explica que ahora lo han trasladado a la unidad de parálisis de la Fondazione Santa Lucia, a las afueras, cerca de Appia Antica. “Allí nadie se mueve, claro, y nosotros tenemos que reorganizar nuestra logística”. De momento está a su lado Isabella. “Ellos tenían una relación muy libre. Cada uno mantenía su casa y su espacio. Ella no puede asumir ahora esta carga”, explica Carlo. De modo que tanto él como su gemelo Sachin, “que está ahora allí”, o Kier, el hermano menor, se turnan con más afecto que orden. Con todo, es Carlo quien se ha convertido en su voz.

Cuenta que cada mañana habla con su padre. Que él le explica lo que ha hecho, pensado y visto. Dice que le falta italiano para preguntar a los enfermos cómo supieron que se habían enamorado. Esa es una de sus fascinaciones. La otra es la vida corriente. Un día describió a un médico como “un pianista profesional que también es médico”: “Lleva máscara y no lo reconocería por la calle. Pero una noche, a las tres de la mañana, se sentó a mi lado y hablamos”. Kureishi le animó a arriesgar. “El miedo es el motor del arte, la conversación y el amor”. Sin embargo, Carlo posteó las dudas de su padre: “Nunca se puede anticipar cómo reaccionarán los demás ante nuestras ideas. El médico parecía más ansioso después de la conversación. Dudé si le había dado algo, después de todo lo que él me había dado como médico”.

¿Su padre empezó a hablar con miedo? “Por necesidad”. ¿Comprueba lo que usted edita? “No. Confía. Eso es fundamental”. Hace solo cinco años, Carlo y sus hermanos no habían leído ninguna de las novelas de Kureishi. Ahora sí. Sin embargo, cuenta que no tenían idea del alcance de su mensaje. “Pensábamos que saldría alguna noticia en prensa. Pero un día o dos. Y que luego desaparecería”. No ha sido así. Se ha abierto un canal de comunicación que da vida a su padre. Y, admite, que podría ser su próximo libro. “Mi padre siempre está pensando en hacer algo más”.

De madre inglesa y padre paquistaní, Kureishi creció sintiéndose a la vez muy inglés y bastante castigado por el racismo. Eso lo empujó a escribir sobre todo tipo de rechazos e injusticias —a veces cometidas por uno mismo—. Tenía 30 años cuando firmó el guion de Mi hermosa lavandería, que llevaría al cine Stephen Frears y le valdría una nominación al Oscar como mejor guion. Entonces, tras hablar, temprano y con humor, del mundo LGTB y del Londres punk y asiático de la era Thatcher, abordó, en El buda de los suburbios, el racismo que había sufrido. Esa primera novela terminó convirtiéndose en una serie de la BBC que se adelantó a las actuales. David Bowie le puso banda sonora.

La clave del idioma de Kureishi tenía ya entonces dos patas: humor y desnudez, delicadeza y denuncia. Así, convertido en alguien capaz de observar con distancia lo propio, el escritor hablaba de racismo con la misma vulnerabilidad y crudeza con la que narró su irrenunciable enamoramiento “aunque dejes a tus dos hijos ahogándose en el mar helado,” y su adulterio. Cuando alguien escribe así, el mensaje llega directo, atravesando la página o la pantalla.

¿Cómo se eligen las palabras para un escritor? “Aunque no hubiéramos leído sus libros, mi padre nos enseñó a escribir. Aconsejó decir solo lo que importa. Y no mentir”. ¿Qué hacer para contar el dolor sin espantar? “Elegir. No hace falta contarlo todo. El resto lo pone el lector”. Así es. Son las vidas de los tuiteros lo que está aflorando en el canal abierto por Kureishi. La soledad, la sorprendente compañía de desconocidos en las plantas de parálisis del mundo. Los anhelos, esperanzas y congojas de los Waldos del planeta que pueden mover la mente, pero no las manos. Y la revolución personal y doméstica que los rodea.

“Lo paradójico de algo tan brutal como lo que nos ha sucedido es que hemos visto cómo un hijo puede convertirse en parte de su padre”, explica Carlo. Ya le había sucedido a Hanif. Kureishi contó que heredó el humor de su padre. Aunque para separarse de él tuviera que escribir sobre los punks que no aparecían en sus libros. Hoy ha dicho que los posts de Carlo le dan vida. También se ha acordado de su amigo Salman Rushdie: “Me escribe cada día animándome a ser paciente”. “Como muchos artistas, no considero mi trabajo un pasatiempo ni un empleo. Para mí es una forma de integrarme en el mundo”, posteó hace poco. “Es la visión del mundo lo que llega”, concluye Carlo. “Lo pequeño, personal y profundo es lo que interesa a los demás”. “Bebeos una por mí. Hasta mañana amigos de este mundo de mierda. Envío todo mi amor”.

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