Cachés, reventa y ‘rock & roll’: ¿podemos permitirnos los precios de los conciertos?
En un contexto de aumento de costes, las entradas disparan sus tarifas, proliferan las páginas de estafas y se desatan sonadas polémicas como la de la nueva gira de Taylor Swift
Comprar una entrada para un concierto se ha convertido últimamente en una actividad de riesgo. Reventas ilegales, precios desorbitados o cambiantes y estafas. En Estados Unidos, la polémica por el alto coste de las localidades en la preventa de Ticketmaster (venta para seguidores registrados) para el nuevo tour de Taylor Swift fue tan sonada la semana pasada que ha llegado a la esfera política. En España, Joaquín Sabina ha tomado medidas contra la ...
Comprar una entrada para un concierto se ha convertido últimamente en una actividad de riesgo. Reventas ilegales, precios desorbitados o cambiantes y estafas. En Estados Unidos, la polémica por el alto coste de las localidades en la preventa de Ticketmaster (venta para seguidores registrados) para el nuevo tour de Taylor Swift fue tan sonada la semana pasada que ha llegado a la esfera política. En España, Joaquín Sabina ha tomado medidas contra la reventa y la especulación con entradas nominativas para su gira Contra todo pronóstico. En verano, Bruce Springsteen enfadó a muchos seguidores por sus precios.
Cada vez que estalla una de estas polémicas surge la pregunta: ¿está sobredimensionado el precio de las entradas de los conciertos? Y si es así, ¿por qué ocurre? ¿Se están tomando las suficientes medidas para combatir las páginas de estafas? Si hay dos Españas ahora mismo, una es la que tiene entrada para ver a Coldplay el próximo mayo en Barcelona y la otra la que se quedó sin ella. La banda británica vendió las 200.000 localidades de sus cuatro fechas en un tiempo récord a un precio entre 56,50 y 170 euros en grada, y 107,50 en pista. Seis años antes, en 2016, las localidades de pista para ver al grupo en la misma ciudad costaban 84 euros. Las entradas de grada para el concierto de Harry Styles en julio en el WiZink llegaban a los 79 euros y, en la pista del mismo recinto madrileño, las del recital en noviembre de Bon Iver marcaban 58 euros.
Las localidades de los artistas españoles también se mueven en esos precios, desde los 61 euros que costaban las de Alejandro Sanz en la hierba del Wanda Metropolitano en junio hasta los 46,20 euros que había que pagar para ver a Robe Iniesta en el auditorio Tierno Galván ese mismo mes o los 40 euros del sábado pasado en su fin de gira en Madrid.
¿Quién decide lo que cuesta un concierto?
El precio de una entrada está ligado a los costes de la producción del evento, de la que se ocupa la empresa promotora. “Los promotores son quienes corren el riesgo del evento; si no se venden las entradas, tendrán que pagar los gastos y perderán dinero”, apunta Manuel López, director ejecutivo del despacho especializado en derecho musical Sympathy for the Lawyer. Joaquín Martínez, director de la agencia de representación Esmerarte, con Xoel López y Vetusta Morla en su lista, habla de las dificultades actuales de las promotoras, que también sufren el incremento de costes de la vida: “El aumento de gastos repercute en toda la cadena, tanto en los cachés como en los precios de producción y, por tanto, de las entradas. Aun así, hay un porcentaje de esos costes que el promotor asume”.
¿Cuánto se llevan las bandas?
El primer condicionante que tiene un promotor para establecer el precio de un concierto es el caché del artista. “Es normal que una banda tenga su caché fijo, porque si tiene que planear una gira de 30 fechas en Europa debe saber con qué cuenta y lo que ganarán cada noche para cubrir sus gastos”, explica Barnaby Harrod, director de Mercury Wheels @ Live Nation, una empresa de promoción musical que trabaja en España con The National, Twenty One Pilots, Camilla Cabello o Ed Sheeran. “Aunque negociamos con las bandas, entendemos que tienen que cobrar una cierta cantidad para hacer la gira”, añade.
Martínez reflexiona sobre el caché de los músicos españoles: “Los artistas españoles son capaces de ofrecer propuestas en espacios que hace un tiempo no correspondían a la escena nacional: ahora están en otra liga y con el aumento de costes les está costando mantener ese estatus de calidad”. Son tiempos para la flexibilidad. “Artistas y promotores dialogan más que antes para poder hacer factible todo esto y el caché de un grupo ya no es igual para todos los lugares: puede ser uno para Madrid o Barcelona y disminuir en Murcia o Santiago”, asegura el director de Esmerarte.
Viagogo, “la gran lacra”
Los profesionales consultados para este reportaje coinciden en señalar una de las principales problemáticas que tiene el sector de la música en directo en la actualidad, en palabras del abogado Manuel López, “la gran lacra de la música en directo”: la venta no autorizada de entradas. Encarnada principalmente por la plataforma con base en Londres Viagogo, se trata, según cuenta López, “de una práctica totalmente ilícita que no tiene la autorización del promotor del evento ni del artista”. Con una gran inversión de dinero que les permite una agresiva estrategia de posicionamiento en Google, las páginas de reventa o “plataformas secundarias de entradas”, como rezan en su web, ejercen libremente poniendo a disposición de los usuarios entradas para conciertos que, a veces, poco tienen que ver con el precio original que fijan las promotoras. Mientras la normativa europea avanza para regular sus cuestionadas prácticas, estas páginas se amparan en la no responsabilidad de ser meros intermediarios, con nefastos resultados no solo para la industria, sino para consumidores que terminan muchas veces siendo víctima de engaños.
Daniela Bosé, directora general del Palacio Vistalegre de Madrid, relata cómo ha tenido que recolocar en su recinto a personas que habían comprado una entrada en reventa pensando que era VIP cuando en realidad era de gallinero. “Y eso cuando tienen suerte, porque las veces que no la tienen esa entrada se ha vendido a cinco personas. Me ha llegado gente con entradas para una localidad que ya estaba ocupada por alguien que la había adquirido en canales homologados. Es una lucha constante. Luego, cuando hay una queja, el usuario habla de la organización, pero ¿quién es la organización?”, se lamenta. Por su parte, Joaquín Martínez opina: “Con el tema de la reventa ese código ético que el promotor maneja para hacer universal el poder de adquisición de una entrada se malea, la producción se transforma completamente y es cuando te planteas poner la entrada más cara”. En realidad, su principal temor es estar alejando a la gente de los conciertos: “Aunque les expliques que son páginas no autorizadas, cuando se producen estafas los afectados lo asocian con el sector”.
Para evitar este abuso, los promotores han pasado al contraataque. En Mercury Wheels @ Live Nation, como cuenta Barnaby Harrod, no condicionan el precio de la entrada a la reventa “porque sería una locura; en cambio podemos vender un número limitado de entradas por comprador”. Para los conciertos de Ed Sheeran en el Wanda y en el Estadio Olímpico en 2019 hicieron entradas nominativas. Es una práctica que se ve cada vez más y a la que los artistas se van sumando con el fin de evitar la reventa. El último en hacerlo ha sido Joaquín Sabina, que ha anunciado entradas con nombre y apellido para su próxima gira Contra todo pronóstico, además de la imposibilidad de cambios y devoluciones de las entradas adquiridas, que serán máximo seis por cada operación de venta. Aunque compleja por la logística —”conlleva que la gente muestre su DNI en una cola de 50.000 personas en las puertas del estadio”—, Harrod asegura que la estrategia les resulta efectiva: “Para Sheeran hicimos un vídeo en YouTube con una influencer que explicaba en un minuto y medio el tema de las entradas nominativas y tuvimos muy pocos problemas. Nos salió muy bien”.
Precio dinámico, ¿a favor o en contra?
Pero la madre del cordero, la táctica que podría acabar con la venta ilegal de entradas y que en España supondría poner del revés el consumo de música en directo como lo entendemos hasta ahora, es lo que en Estados Unidos se conoce como “precio dinámico”. Aquí lo descubrimos no hace mucho, con la reacción de unos fans de Bruce Springsteen enfurecidos por los precios astronómicos que habían llegado a valer las entradas de su última gira en Estados Unidos. De todo tenía la culpa un algoritmo, diabólico para algunos y redentor para otros, una fórmula matemática por la que la entrada para un concierto varía su coste (y puede que mucho) según la demanda concreta en tiempo real que exista para el evento y para una localidad en particular. Preguntado por su posible aplicación en España, el CEO de Sympathy for the Lawyer apunta: “Yo creo que el precio dinámico será ajustar oferta y demanda. Sí que permitiría que quien esté dispuesto a pagar el precio de las reventas ilegales se lo pueda pagar directamente al promotor. Puede ser interesante en un momento como el actual de gran incertidumbre para el sector, con una demanda totalmente imprevisible”. ¿Pero llegará? “Llegará, porque al final lo que se está buscando es el riesgo cero: el riesgo para los promotores puede ser que no hayan llegado a vender o que hayan vendido demasiado pronto y no hayan sacado suficiente rentabilidad”. Por el momento, en España ya podemos verlo en Ticketmaster y su servicio Platinum, que ofrece las entradas más solicitadas para un evento a un precio condicionado por la oferta y la demanda.
Sobre el precio dinámico las voces de la industria no van a coro. Al director de Esmerarte se le hace difícil “que el mercantilismo, por mucho que funcione e introduzca fórmulas para sobrevivir, haga que nos olvidemos de para qué sirve la música”. Si habría posibilidad de regularlo para evitar precios desorbitados, se pregunta: “¿Cómo regulas la oferta y la demanda cuando puede haber claramente esa demanda de gente que está dispuesta a pagar precios muy altos?”. Y reflexiona: “Yo personalmente no me sentiría muy cómodo, iríamos a parámetros que no tienen que ver con la esencia de la música”. Daniela Bosé apunta: “Yo compro billetes de avión online y dependiendo de cómo quiera mi asiento el precio es más alto o más bajo. Si compras una entrada para ir al Teatro Real de Madrid la visibilidad reducida tiene un precio; si vas al gallinero, tiene otro”. En cualquier caso, sentencia, “es impensable plantear una regulación de precios, no tiene ningún sentido cuando se trata de venta privada”.
Habla el público
Ajenos en parte a precios dinámicos, cachés de bandas y a otras casuísticas de la industria de música en directo, los consumidores de grandes conciertos solo saben con certeza una cosa: el precio de las entradas ha subido. Tanto que lo que antes era una compra casi irreflexiva ahora es una operación medida, condicionada a otros gastos básicos mensuales. Laura París (37 años, directora de una escuela de música) lo resume así: “Antes no era tan selectiva, pero es que económicamente ya no me lo puedo permitir. El concierto que hace unos años costaba entre 28 y 35 euros ahora me sale por una media de 60″. Especialmente exigente por su formación y vocación musical, confiesa que al concierto de Rosalía en Madrid (110 euros) fue fundamentalmente por su pareja: “Me dolió gastarme ese dinero”.
A María del Mar López y Antonio Guirao (33 y 34 años, trabajadores en el sector alimentario), el mismo concierto de Rosalía pero en Valencia (79,50 euros) les pilló algo desentrenados: después de una pandemia, de un feliz nacimiento y un cambio importante de residencia. Mucho antes de todo esto, recuerdan un concierto de la banda Arctic Monkeys en el Sant Jordi Club de Barcelona en 2010 por 37,50 euros. Sobre el modelo de precio dinámico, tienen sus reservas: “Habría que ver a cuánto sale el ticket medio de un concierto grande”.
Suso Elorza (34 años, gestión de proyectos) no pudo estar en el concierto madrileño de Rosalía. Tenía entrada, pero al final tuvo que venderla porque le era imposible asistir: “Lo hice en cinco minutos en TicketSwap y al precio que me había costado, contando claro con la comisión que se lleva la plataforma por gastos de gestión”. Sobre su experiencia comprando online cuenta que no entiende lo de las colas digitales: “Estás esperando media hora y resulta que se han vendido todas las entradas, pero a los 10 minutos las encuentras en otras plataformas de reventa”. Tampoco concibe que los gastos de gestión se apliquen por entrada y no por compra (una compra puede englobar varias entradas).
La experiencia de Rocío Gómez (36 años, experta en marketing digital) es la más cercana a lo que podría ser el futuro de la venta online de entradas en España. En un reciente intento por comprar tickets para el concierto de Blink-182 el próximo año en el WiZink, tuvo que recurrir al servicio Platinum de Ticketmaster, que ya solo le ofrecía entradas a 130,50 euros. Finalmente adquirió dos. Sobre las interminables colas digitales que desesperan a muchos compradores, Luis Méndez, delegado comercial en la empresa valenciana Enterticket (plataforma oficial de Mad Cool, FIB, Viña Rock o Arenal Sound) admite que entiende que generen frustración, pero ve poca solución a un problema que es, según plantea, fundamentalmente matemático: “Es de primero de manual de ticketing: si el evento tiene un aforo para 17.000 personas y hay 6 millones intentando conseguir una entrada, obviamente 5 millones 987 mil se van a quedar sin ella, incluso a mí me ha pasado como usuario. En las colas digitales, la demanda supera mucho la oferta”. Y si hay alguna duda sobre si las entradas que no consiguen los usuarios en realidad van a parar a plataformas no oficiales, Méndez es rotundo: “Hay gente que piensa que la ticketera cede entradas a estas páginas, pero eso no puede estar más alejado de la realidad. Las ticketeras y los promotores reprobamos la reventa. Por eso, siempre procuramos que el promotor gestione su venta de entradas con datos nominales”.
¿Por qué se pagan los gastos de gestión?
Podríamos decir que los gastos de gestión son un eufemismo. Precio: 60 euros + 6 de gastos de gestión. O sea, la entrada cuenta 66. Luis Méndez, delegado comercial en la empresa valenciana Enterticket, plataforma oficial de Mad Cool, FIB, Viña Rock o Arenal Sound, explica que los gastos de gestión son un importe parcial que cubre a nivel tecnológico y de personal los costes de la ticketera, la empresa que gestiona la venta de entradas. Méndez matiza que el importe de los gastos de gestión depende de lo que considere la empresa promotora y de otros factores como el artista, el aforo y el nivel de marketing que requiera el evento: “El promotor decide qué precio debe tener, él es nuestro cliente y quien arriesga el capital. Muchas veces los márgenes van muy justos y el promotor cree necesario gravar los gastos para no perder”.
¿Y qué pasa si no pagamos?
Acostumbrada a recibir a grandes bandas extranjeras en el Palacio Vistalegre, Daniela Bosé advierte del riesgo que entraña escatimar los precios de los espectáculos: “En la mayoría de los países el precio que establece un artista con su promotor y con el promotor local se considera adecuado. Si en España nos parece caro y no podemos comprarlo, al final los artistas no querrán venir. Se harán dos fechas en Alemania, tres en Inglaterra y España se quedará fuera”.
¿Y las salas medianas y pequeñas?
Fanny Gornes, organizadora de los ciclos de conciertos Sound Isidro y Mazo Madrid, se mueve en el circuito de salas de tamaño mediano que representa a un tipo de promotores que puede arriesgar más que aquellos que intentan llenar estadios y palacios. Por suerte, cuenta con la complicidad de algunos de los artistas con los que trabaja: “Desde la pandemia muchos han bajado su fijo para poder volver a los conciertos, pero por otro lado ha subido el precio de absolutamente todo lo que tiene que ver con la producción de un concierto. A veces, si días antes tanto promotor como artista vemos que no se ha llenado suficiente, llegamos a un acuerdo para rebajar el caché fijo que se le iba a pagar y se vuelve a hacer números. Son artistas de la casa que ya conocemos previamente; a un artista internacional te lo tienes que comer con patatas”. En otras ocasiones, añade, “llegamos a un acuerdo para no pagar un fijo e ir a taquilla. O nosotros cubrimos el alquiler de la sala y nos llevamos un poco de la taquilla y el artista el resto. Es ir un poco jugando con variables y números”. Incluso dependiendo del género con el que trabajen, parece haber cierta flexibilidad: “Con los artistas urbanos, que tienen un público muy joven con un poder adquisitivo ajustado, no puedes poner una entrada muy alta porque nos arriesgamos a que la gente no vaya”.