Aprendiendo a hacer rock en castellano

El documental sobre Tequila retrata un momento bendito de la España de la Transición

Julián Infante (guitarra), Alejo Stivel (voz), Manolo Iglesias (batería), Felipe Lipe (bajo) y Ariel Rot (guitarra): Tequila a finales de los setenta.

A partir de noviembre, se podrá ver en España Tequila. Sexo, drogas y rock & roll, de Álvaro Longoria, el primer documental sobre el quinteto hispano-argentino que —para decirlo rápidamente— cambió el rumbo de la música pop de la Transición. Insisto en lo del primer documental, ya que, al principio, parece uno de esos programas de recortes made in Prado del Rey, con un ritmo galopante y un exceso de...

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A partir de noviembre, se podrá ver en España Tequila. Sexo, drogas y rock & roll, de Álvaro Longoria, el primer documental sobre el quinteto hispano-argentino que —para decirlo rápidamente— cambió el rumbo de la música pop de la Transición. Insisto en lo del primer documental, ya que, al principio, parece uno de esos programas de recortes made in Prado del Rey, con un ritmo galopante y un exceso de imágenes tomadas de Aplauso y Retrato en vivo.

Tequila. Sexo, drogas y rock & roll tiene dos partes tan diferenciadas como una ducha escocesa. Un arranque triunfal, ya que el grupo arrasa de la noche a la mañana (debutan con un LP casualmente titulado Matrícula de honor, 1978) y viven el paraíso del rock hasta el comienzo de los ochenta. De una forma igualmente portentosa, comienza un declive que termina con la desintegración a cara de perro del quinteto. Los dos cabecillas, Alejo Stivel y Ariel Rot, son lo suficientemente honestos para repartir responsabilidades entre el enemigo interno (la heroína) y la corrosión externa (una reputación dañada por la imagen de grupo para jovencitas). Como refuerzo para las posibles neuronas rayadas, está presente la hermana del segundo, la actriz Cecilia Roth, que aproximadamente lo compartió todo y sabe explicarlo. No esperen grandes revelaciones: alrededor del Trío Calaveras zumban otros protagonistas con cuentas por saldar.

Se nota en el documental una carencia que no ayuda a entender la singularidad de Tequila: falta el contexto, a ambos lados del Atlántico. Stivel y los Rot venían de un país donde, a pesar de los bandazos políticos, nunca se interrumpió la evolución de un rock contracultural, genuinamente argentino y con un respetable gancho popular. Mientras que en España, tras la época dorada de los conjuntos, el rock se volvió semiclandestino y, en general, sus letras aparentemente carecían de ideología (los chicos más elocuentes prefirieron pasarse al bando de los cantautores). En Sevilla o Barcelona había otras ondas, pero, recuerden, estamos en la capital: Alejo y Ariel han comentado su desconcierto al llegar a Madrid y encontrar en la cartelera abundantes películas de rock, pero ni rastro de conciertos en vivo o de puntos de encuentro para gente rockera (les costó localizar el M & M o El Rastro).

De hecho, en el underground nacional se tendía a usar una especie de inglés, sin hacer demasiados esfuerzos por la expresión personal. En el disco-manifiesto ¡Viva el rollo! (1975), carta de presentación del rock madrileño, solo hay un tema en español (La cochambre, de Tilburi) entre gratuitas versiones de los Stones, los Beatles y Steppenwolf que ni siquiera eran traducidas, como se hacía durante los años sesenta. El productor alega ahora que se cantaba en inglés para esquivar la censura. No, no: si había arte se podía hablar prácticamente de todo. En 1974, Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán publicaron Señora azul, que los oyentes interpretaban como una crítica agría a la Falange o a la mismísima censura. La cosa no iba por ahí, pero, aún hoy, asombra que Señora azul superara los filtros.

Lo suelo decir de broma, pero se podría defender: los exiliados argentinos empujaron a los rockeros españoles a cantar en castellano. Tequila demostró que aquello podía ser comercial, mientras difundía un hedonismo digno de agradecer en momentos tan convulsos. Aparte, el grupo acompañó en el estudio a un histórico argentino, Moris, también huido de los carniceros de Videla. Moris era un flâneur que encontró poesía en las calles y las gentes de Madrid, y supo recrearla en el disco Fiebre de vivir, otro éxito de 1978.

Puede que tanto Moris como Tequila estuvieran surfeando sobre la ola del futuro. En 1978 también salió el segundo volumen de Viva el rollo y, caramba, los grupos participantes ya no usaban el inglés y hablaban de su ciudad (Este Madrid, de Leño) o de la represión franquista (Social peligrosidad, de Cucharada). Eso me despierta una curiosidad: ¿Quiénes eran los grupos teloneros de Tequila cuando salían de gira? Ellos sí que deben tener buenas anécdotas de primera mano.

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